Este año podría ser considerado como uno de los más devastadores para los bosques en México. Los fenómenos meteorológicos han sido causa severa de incendios. Pareciera que la naturaleza se ha ensañado contra ella misma; sin embargo, puede advertirse que detrás de los cambios de clima surge como causalidad central una acción humana negligente y muchas veces depredadora.
En los primeros meses se han incendiado más hectáreas de bosques que en todo el año pasado. Se trata de una ola de fuego arrasadora que ha tomado por sorpresa a las autoridades. Apenas el 26 de marzo, varias semanas después de que ya el número de hectáreas destruidas mostraba la severidad del caso, fue anunciado un programa de reforzamiento de la campaña contra incendios. Además, el informe de actividades de la dependencia para 97 muestra una percepción meramente burocrática del problema, resultando un caso de aquellos documentos oficiales que presentan casi todas sus metas cumplidas, a manera de autolegitimación, cuando la realidad dice lo contrario. Por ejemplo, se dice, ``efectuar cursos de capacitación'', meta: 432 personas, realizado: 513, cumplimiento: 119 por ciento. De donde resulta que capacitar a medio millar de personas en un país con más de 90 millones de habitantes es un triunfo de la burocracia. ¿A quiénes tratan de engañar? Es claro que no existe un programa de capacitación social contra incendios. Igual podríamos hablar de otros ``triunfos'' del informe oficial y quedar desalentados, a pesar de las trampas estadísticas, por lo poco que realmente se hace.
Pero lo más grave no es la lentitud de la reacción oficial o los vicios de los informes oficiales, sino lo equivocado del enfoque. Las autoridades anunciaron en la reunión del 26 de marzo un aumento en los recursos para apagar incendios, la intervención de personal institucional, incluyendo al Ejército, así como de programas de reforestación y apoyo a productores. Ahí fue notorio que el acento en los mensajes privilegia el tema del cambio de la cultura del desmonte con fuego. Para ello anunciaron en la misma reunión que se han publicado 7 millones de hojas, carteles, cuadernos y folletos educativos, y que van a distribuir ¡18 millones más! y cuyo costo no quisiera saber. En cambio, anunciaron que sólo se iba a rentar un avión cisterna.
Es claro que se necesita cambiar la cultura del desmonte con fuego, practicada por las comunidades campesinas más pobres. Sin embargo, es evidente que para ello no basta con entregar a cada campesino un folleto. Se sabe bien que los campesinos requieren recursos técnicos, económicos e insumos para cambiar sus prácticas de cultivo. Además, la política de impresos no es suficientemente explícita. ¿Se va a entregar a cualquier campesino uno de los 25 millones de impresos? Muchas comunidades han demostrado ya una conciencia ecológica muy superior a la de muchos funcionarios, dando en primer término aviso a las autoridades de los incendios y contribuyendo a apagarlos, incluso con su vida. Ellos no necesitan un folleto para cambiar su cultura. Pero cuando los incendios ya existen, lo lógico es destinar la mayor parte de los recursos a apagarlos, y no a imprimir folletos, que en el mejor de los casos circularán por las oficinas públicas, si no es que se quedan guardados en las bodegas.
Una ausencia notable en la estrategia de preservación de bosques es el control de la depredación que diariamente realizan empresas de todo tipo. Basta con recorrer la carretera de Hidalgo del Parral a Guadalupe y Calvo para ver la magnitud de la destrucción de los bosques, frente a la cual no hay autoridad visible.
Hace falta un programa diferente en materia de bosques y selvas. Se necesita un cambio en la cultura del desmonte, pero para ello no basta con una política de impresos. Necesitamos leyes y autoridades más estrictas frente a las actividades económicas que están depredando, así como acciones de vigilancia y prevención efectiva. Y, sobre todo, recursos concretos para cambiar los usos. Ya se han perdido muchos millones de hectáreas, y ahora pueden hacerse cambios importantes para revertir la tendencia. Pero para ello hace falta algo más que estadísticas burocráticas y buenas intenciones.