Las palabras de los hombres, mujeres, niños y ancianos de las comunidades indígenas de Chiapas --constan en su mensaje del pasado lunes (La Jornada, Núm. 4909)--, conmueven hasta el fondo las conciencias de las gentes de buena voluntad, porque traducen con claridad pura los más altos valores de la civilización: muestran el ya secular y maravilloso escenario donde la Razón sin importar la pobreza de sus portadores, triunfa por sobre la barbarie armada con todas las furias de fusiles, metrallas, cañones, cuchillos y tajantes bayonetas, escenario este rodeado sin duda por el magno coro metafísico y literario de la Divina Comedia, Virgilio explica a Dante los argumentos que existen para otorgar en el más allá, a los sabios, un refugio protegido de los torturantes y desesperados castigos que sufren los habitantes del infierno. En esa ocasión Virgilio pronunció estas indelebles palabras: ¿acaso sería dable, ilustre enamorado de la celestial Beatriz, que las liberadoras luces de la inteligencia pudiesen ser opacadas o extinguidas por una muerte inocente del conocimiento de Dios? Si esto fuera así Divino Poeta, estaríamos en presencia de la derrota del Supremo Bien en manos monstruosas y satánicas; pero no hay porqué alarmarse: nunca el Creador entregaría su Creación al Demonio.
¿Por qué los zapatistas chiapanecos recordaron a los heroicos indios que resistieron y abatieron a las tropas francesas invasoras? Las cosas se venían preparando desde la caída de la Segunda República. Un segundo Napoléon, Víctor Hugo lo llamó el pequeño, repitió el 18 Brumario para encabezar las ambiciones de las élites enriquecidas durante el reinado de Luis Felipe (1773-1850); había que disputar el dominio del mundo con la aristocracia inglesa, ganarlo y fundar una nueva hegemonía inspirada en los sueños del Rey Sol.
Esto fue lo que se tramó en el versallesco gobierno de París mientras en México se fraguaban los proyectos conservadores de Félix Zuloaga y Miguel Miramón, enraizados en el rebelde Plan de Tacubaya (1857) y destinados a una irremediable derrota luego de la cruenta y devastadora Guerra de Tres Años. No hubo manera alguna de vencer al heroico Benito Juárez, representante del pueblo reformador y Presidente de la República a partir del autogolpe traidor que a sí mismo se aplicó Ignacio Comonfort una vez que resultó investido Jefe del Ejecutivo al amparo de la Constitución de 1857. Calpulalpan fue el lugar donde el ejército liberal destrozó al reaccionario, abriendo las puertas de Palacio Nacional al insigne Benemérito Juárez en los mismos momentos en que el enemigo decidía llevar adelante sus condenables felonías.
Enterados de las intenciones de Napoleón III acudieron de inmediato a ofrecer México como un lugar propicio al florecimiento de las ideas imperiales de la burguesía francesa. Todo parecía caminar sobre suelos mullidos. Había obligado la miseria de México a decretar la suspensión del servicio de la deuda, y Napoleón la tomó como pretexto para declarar una injusta guerra con base en el Convenio de Londres (1861) y la traición de los mexicanos conservadores que colaboraban activamente en los preparativos de la agresión. Aunque España e Inglaterra se retiraron al comprender las intrigas napoleónicas, el Estado Mayor francés ordenó la toma de México y sus huestes presentáronse en Puebla, precisamente el 5 de mayo de 1862, para dar la primera y definitiva batalla contra el Ejército Mexicano de Oriente comandado por Ignacio Zaragoza. Los soldados de este admirable general norteño eran campesinos e indígenas llegados de todo el país, improvisados en las disciplinas militares y concentrados en los fuertes construidos sobre las pequeñas colinas de Loreto y Guadalupe.
Muchas eran las burlas francesas por los preparativos mexicanos, mas una vez desatada la batalla ocurrió la gran sorpresa: con el coraje que inspira la defensa de lo que es propio, aquellos campesinos e indígenas mal armados rechazaron a las brigadas enemigas, las destrozaron e hicieron retroceder de cara al confundido, asustado y humillado comandante Lorencez. El general Zaragoza informó inmediatamente a Juárez, y éste, el magno indio oaxaqueño Jefe de la Nación, reafirmó su convencimiento en el triunfo final. La lección del 5 de mayo está en la memoria de los zapatistas chiapanecos y en el corazón de México. Juárez tenía la Razón; Napoleón III, las armas; y Juárez, es decir la Razón, hizo capitular a las armas. En su citado mensaje lo dicen serenamente los zapatistas chiapanecos: las armas nunca vencerán a quienes tienen la razón. ¡Magnífica lección!, ¿no?