Las provocaciones han sido compañeras indeseables, pero fieles del proceso de negociación que ha llevado a cabo el gobierno federal y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional prácticamente desde que comenzó.
Las más numerosas y graves han provenido desde el núcleo de intereses oligárquicos y racistas que intenta defender un determinado status quo en Chiapas. A éste se han sumado grupos que a nivel nacional intentan conservar a toda costa las posiciones de poder desde las que han tejido durante décadas una densa red de intereses ilegítimos. No es casual esta santa alianza.
También desde algunos sectores duros de simpatizantes del EZLN se han dado las provocaciones. Estos subrayan el efectismo antes que el acuerdo político, la denuncia como única estrategia.
Los provocadores de uno y otro signo representan intereses minoritarios, pero a veces poderosos. Estos intereses se sienten excluidos de la toma de decisiones y están dispuestos a defenderlos por cualquier vía. Siempre apuestan al viejo dicho de que mientras peor esté la situación es mejor para ellos. Difícilmente los protagonistas principales de la negociación por la paz pueden controlar o impedir las acciones de los duros o los provocadores, pero sí están obligados a deslindarse de ellas y, en el caso del gobierno federal, a castigarlas legalmente. De lo contrario, la sombra de la complicidad alcanza a una u otra parte.
Las provocaciones han sido el pan de todos los días de la negociación y me atrevo a decir que de cualquier proceso similar. Sin embargo, conviene analizar el cómo se enfrentaban en el segundo semestre de 1995 y en la mayor parte de 1996 y en cómo se enfrentan ahora.
En la mejor etapa del diálogo, fueron varias las ocasiones en las que el gobierno federal y el EZLN atajaron los efectos de la provocaciones. A veces sus respuestas fueron lentas y no todo lo contundente que se podía esperar, pero finalmente la provocación se desmontaba. En muchas de estas respuestas gubernamentales y zapatistas se encontraba la mano de la Cocopa, la Conai y sectores de la sociedad civil que, con su intervención, lograron más de una vez convencer a las partes acerca de cuál era el mejor camino para regresar a la senda de la negociación.
Sin embargo, desde finales de 1996 pareció adoptarse desde la parte gubernamental aquella fórmula económica de ``dejar hacer, dejar pasar'', respecto a las provocaciones. El recorrido que a principios de enero de 1997 hizo la Cocopa por algunas zonas de Chiapas mostró la gravedad de la situación. No por esperado fue menos impactante el panorama de enfrentamientos, asesinatos, injusticias y múltiples violaciones a los derechos humanos y civiles. La displicencia gubernamental hacia lo que sucedía era, objetivamente, un incentivo a los provocadores que en muchas ocasiones se paseaban impunes.
Acteal marcó un hito siniestro. Fue la realización de un asesinato masivo ya anunciado que no ha sido investigado ni castigado totalmente. Acteal es la madre de todas las provocaciones. A partir de ahí puede afirmarse que los grupos paramilitares son el mayor riesgo para cualquier intento de solución pacífica en Chiapas. Su acción puede propiciar un enfrentamiento de grandes proporciones. Las provocaciones encaminadas a sabotear la negociación revelan, además de intereses sectarios y/o espurios, el protagonismo creciente de actores que estaban marginados en los periodos en lo que el diálogo avanzó, pero que en situaciones álgidas como las que ahora se presentan ha crecido de manera preocupante.
Respecto a estos grupos parece que se está aplicando la lectura de que la acción de los paramilitares debilita a los zapatistas, lo cual puede ser cierto en la medida que atemorizan a las bases rebeldes, pero esta lectura es incompleta. También daña todo esfuerzo de instaurar el Estado de derecho y la imagen del gobierno federal.
En la vecina Guatemala, el brutal asesinato del obispo Juan Gerardi demuestra hasta dónde están dispuestos a llegar los duros y los provocadores si no se les detiene, no sólo por la fuerza de la legalidad, sino haciendo que el diálogo entre las partes avance sobre bases firmes. Esta es la mejor medicina contra ese cáncer.
Si se aísla y hostiga a las comunidades zapatistas, si se arrincona y descalifica a la Cocopa y a la Conai, pero a cambio los actores que montan las provocaciones y protegen a los grupos paramilitares se encuentran impunes, no sólo se debilita la labor de mediación, sino que se abre la puerta para que esos grupos de provocadores puedan redefinir sus blancos de ataque. Si esto sucede, no se valdrá decir que no les fue advertido.