En Jane Eyre (Un amor inolvidable -su esforzado título en español), el director italiano de óperas y melodramas fílmicos, Franco Zeffirelli (Romero y Julieta, Hermano sol, hermana luna, El campeón, Amor) adapta la novela homónima de la escritora inglesa Charlotte Bronte, publicada en 1847, el mismo año que la célebre y muy superior Cumbres borrascosas, de su hermana Emily. En el momento de su publicación, la novela de Charlotte Bronte gozó de una popularidad inmediata por su combinación de elementos melodramáticos y desarrollos narrativos cercanos a la novela folletinesca y a los temas de Charles Dickens en Inglaterra, y de Víctor Hugo y Eugenio Sue en Francia: recuentos de una infancia desdichada, orfandad, malos tratos, y un personaje providencial masculino (un tío o amante) que propicia cambios súbitos de fortuna para heroína.
Jane Eyre es una novela en buena medida autobiográfica, con referencias directas a la rígida educación reliligiosa (metodista) que padecieron las Bronte, y que en 1979 mostró el director francés André Techiné en Las hermanas Bronte, basándose sobre todo en el retrato que Daphné du Maurier hace de la vida pasionada de Branwell Bronte, pintor alcohólico, figura trágica, hermano de las jóvenes. Emily resumirá en sus personajes los arrebatos pasionales y la controvertida vida amorosa de Branwell; Charlotte, por su parte, explorará el entorno social, la inclemencia de la moral de la época, en una fábula romántica donde una joven institutriz de físico poco agraciado (Jane Eyre/Charlotte Gainsbourg), se enamora de patrón (Edward Rochester/William Hurt)De las cuatro versiones fílmicas de Jane Eyre, sobre la realizada en 1944 por Robert Stevenson, con Orson Wells con el amo de Thornfield, y Joan Fontaine en el papel de Jane.
La versión actual de Zeffirelli adopta desde sus primeras escenas el tono grandilocuente y el efectismo visual de una cinta de horror de los setenta, imagen que se reforzará con la descripción de la esposa de Rochester, una mujer que padece violentos ataques de locura y que interpreta, con mayores excesos que los requeridos, María Scheneider )El último tango en París, Bertolucci, 1972). En notable la caracterización de Anna Paquin )El piano, Campion, 1993) como Jane Eyre niña, un personaje lastimado y rebelde, sin embargo, en su versión adulta, la francesa Gainsbourg no parece ser la elección más afortunada. Aunque en el cine francés la hija del cantante Serge Gainsbourg ha mostrado su talento en papéles de joven siempre al margen de las convenciones sociales, en la película de Zeffirelli parece quedar continuamente al margen de su personaje. Muy segura de sí misma, consciente siempre de poder sacar el mayor partido a la dignidad y altivez que Zeffirelli atribuye a Jane Eyre, son pocas las ocasiones en que realmente logra transmitir la vulnerabilidad y gracia que explicaría la atracción que por ella siente Edward Rochester. Si a esto se añade el acartonamiento del propio William Hurt esforzándose por encarnar el desencanto existencial absoluto, lo que queda es una relación se verifica un desánimo parecido. Basta comparar rápidamente la sobriedad de las atmósferas y la intensidad dramática que logra crear Hitchcock en Rebeca (1940), basada en la novela de Daphné du Maurier, para apreciar el abismo entre el punto de vista inteligente del cineasta inglés y la recreación de un melodrama literario por parte de un ilustrador rutinario.
En los noventas se han multiplicado sorprendentemente las adaptaciones de obras literarias, con buenos ejemplos de innovación y talento, como la versión que el guionista Christopher Hampton ofrece de Las Relaciones peligrosas (Stephen Frears, 1986), a partir de su propia obra de teatro, o el trabajo de Jane Campion en su adaptación de El retrato de una dama, de Henry James. Existe en las mejores adaptaciones de las obras de Jane Austen, James y Shakespeare -grandes favoritos- un deseo de vincular un cine ``de época'' con preocupaciones más actuales, particularmente en el campo del género y la sexualidad (Campion es el mejor ejemplo), o reactivando la sátira o la medida de enredos. En este panorama, la adaptación de Zeffirelli -convencional, sin sorpresas, cercana a la serie televisiva- da como resultado una cinta ``banal y sin mayores atractivos'', para retomar la definición que de la propia Jane Eyre hace su rival Blanche Ingram.