Bazar de asombros


``La diafanidad del mar''

Los aviones hacían un ruido infernal, los camarógrafos y fotógrafos hacían esfuerzos desesperados para poder cumplir sus obligaciones y los ayudantes presidenciales asomaban sus cabezas separadas por todos los pretiles, pasillos y recovecos de la vieja casa que alberga a la Fundación Octavio Paz. Alvaro Mutis habló en representación de Octavio Paz, el Presidente entregó el cheque del premio y Gonzalo Rojas se apoderó de todo con una prodigiosa mezcla de sencillez y de erudición poética. Recordó a Breton, a Mao (``mediocre poeta académico'', decía Paz con razón y sorna), Vallejo, Gabriela, Ginsberg... habló de su infancia en las minas de Chile y de su padre, minero y militante sindical y, sin mencionar su nombre, dedicó un pensamiento democrático de tipo reprobatorio al espadón Pinochet, sangriento dictador y ahora vitalicio senador.

Cuando Gonzalo (apenas tiene ocho años o, tal vez, ochenta en el cuerpo y veinte en el corazón) empezó a leer su ``80 veces nadie'', el silencio fue sobrecogedor. Se olvidaron las pugnas por el poder literario, los odios cotidianos, los rencores cuidadosamente catalogados. Sólo se escuchó la voz del poeta hablando de su paso por la tierra, de las mujeres amadas: ``mujeres velocísimas que amé, olí, palpé...'' y de su imposibilidad de hablar con los dioses. El final del poema es un sutil recuerdo de Baudelaire: ``Lo irreparable es el hastío.'' El premio Octavio Paz adquirió un brillo especial y sureño en las manos del prodigioso poeta, Gonzalo Rojas.

HGV


Ficciones y transiciones

Según la versión de los autores modernos, el arte nace de una pérdida. De Voltaire y Nietzsche a Günter Grass la imaginación y la creación son formas de expresar (y subsanar) el abandono de los dioses. Pero hoy, a fin de siglo, la expulsión del paraíso adopta formas nuevas. Don Juan muere de sida; Emma Bovary se hace de un amante 20 años menor y, para abandonarlo, se vuelve protagonista de una telenovela. Tal vez el nuevo talante de las manifestaciones artísticas que tiende a valorar la superficie y el humor por encima de la originalidad y la experimentación de las vanguardias se exprese mejor en la parábola posmoderna de John Lennon: ``Cuando Adán y Eva abandonaban el Jardín del Edén, Adán se volvió a Eva y le dijo: `no te estreses, querida, vivimos en tiempos de cambio'.'' Dos de nuestras nuevas secciones, Las artes sin musa y Utopías posmodernas, pretenden dar cuenta de este cambio. El comic, la publicidad, los universos virtuales, el cine y la televisión son apenas algunos de los géneros que marcan su impronta en el imaginario de nuestro tiempo. En esta entrega, Carlos Monsiváis y Sergio Pitol dialogan en torno a Gabriel Vargas, el autor de la Comedia Humana de los moneros. Abordamos así un género normalmente desdeñado: el comic. Y para que nadie se llame a engaño incluimos genealogía y celebración a cargo de Carlos García-Tort y Hugo Gutiérrez Vega.

Más grande que la influencia de la historieta y más devastadora es la marca de la publicidad. Desayunamos, comemos y merendamos anuncios; sus eslogans y modelos -que equivale a decir, sus rasgos formales e ideológicos- nos han sido inoculados por vía oral, visual, intravenosa. ¿Qué sueños, qué ideales conforman al habitante de la aldea global y de qué modo esos ideales transforman, a su vez, el mundo en que vivimos? El artículo de Jaime Alcérreca es una historia en clave que revela esas formas de fabular la realidad que son, en última instancia, la nueva manera de explicárnosla. Elaine Showalter ha querido desmontar la imagen actual de la mujer y comprobar que ella no existe, todavía. Lo que conocemos como ``el bello sexo'' es el resultado de un ideario (el masculino). G. Bonilla parte de este principio para hablar de un ``síndrome'' actual: el de la mujer sola. Por último, la puntual reconstrucción de los grandes cines en México a través del trabajo de Alejandro Ochoa Vega y Francisco H. Alfaro Salazar, que recoge los sueños e ilusiones de un espectador que buscaba ingresar en otra esfera desde el momento en que pisaba recintos como el Palacio Chino, el Alameda o el cine Encanto, confirma una verdad con la que entraremos en el tercer milenio: que la realidad no es, básicamente, lo que está, sino aquello a lo que hemos decidido asignarle esa cualidad.


RB

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Estética y agresión

En 1898, en Fuente Vaqueros, situada en la Vega de Granada, Andalucía, nació Federico García Lorca. Pero fue criado en una ciudad cercana de nombre tan agresivo que parece imposible; se llama, aunque te cueste creerlo, Asquerosa. Por eso en una carta a Pepín Bello con comentarios jocosos y vejatorios, Buñuel dice: ``Dalí me escribe cartas asquerosas. Es un asqueroso. Y Federico, dos asquerosos. Uno por ser de Asquerosa y otro porque es un asqueroso.''

Por aquellos años, asienta su insuperado biógrafo Ian Gibson, Lorca estaba rendidamente enamorado de Dalí, sin, al parecer, ser correspondido. Pero la carta vejatoria de Buñuel no habla de los juegos homosexuales de los agredidos. En sus memorias Buñuel niega con energía que su amigo García Lorca fuera gay: ``no tenía nada de afeminado, dice, ni había en él la menor afectación. Tampoco le gustaban las parodias y las bromas al respecto''. No, claro que no le gustaban: Gibson revela en su libro que García Lorca vivió su inclinación sexual como vergüenza, tortura y obsesión. Es curioso que los surrealistas, que querían transformarlo todo, se mostraran tan cerrados y persecutorios frente a la homosexualidad.

1927. Qué época, y qué trío digno de ella: Buñuel, radical, Lorca, prodigioso, y Dalí, que por entonces prometía ser un nuevo Veermer, lástima grande de evolución posterior. Dalí y Buñuel eran muy agresivos. Los jóvenes artistas suelen nuclearse no tanto a favor, sino en contra de algo. En este caso la palabra mágica era ``putrefacción''. Lo que se detectaba viejo, solemne o cursi, no era viejo, solemne o cursi, sino ``putrefacto''. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez y Platero, su burrito, eran, según Dalí, emblema de la más agusanada putrefacción.

La dialéctica entre los tres era complicada. Buñuel detestaba el ``andalucismo'' del Lorca del Romancero, juzgaba que daba la espalda a la vanguardia parisina a la que, a toda costa, había que incorporarse, y le parecía estrecho, provinciano, edulcorado, cursilón, en una palabra, putrefacto. Y se sentía celoso de la gran influencia que Lorca tenía sobre Dalí. París, París, ir a París, ese es el grito de Buñuel. Y él y Lorca pelean por el alma Dalí. Como lo muestra esta otra carta, también a Pepín Bello:

    Federico me revienta de un modo increíble. Yo creía que el novio (Dalí) es un putrefacto, pero veo que lo contrario es aún más. (...) Dalí influenciadísimo. Se cree un genio, imbuido por el amor que le profesa Federico. Me escribe diciendo: ``Federico está mejor que nunca. Es un gran hombre, sus dibujos son geniales, yo hago cosas extraordinarias, etcétera.'' Y es el triunfo fácil de Barcelona. Con qué gusto le vería llegar aquí y rehacerse lejos de la nefasta influencia de García. Porque Dalí, eso sí, es un hombre y tiene mucho talento.

Qué bien injuria Buñuel: ``la nefasta influencia de García'' es memorable. Esta falta de autocomplacencia y el exigir ir más allá y llegar más lejos de Buñuel va a dar grandes frutos. Por un lado, arrastrará a Lorca hacia el surrealismo de Poeta en Nueva York, libre ya de andalucismo, y, por otro, llevará al mismo Buñuel y a Dalí a una zona de perfección, agresividad total y poder creador inigualado hasta nuestros días. Me refiero a los guiones mágicos de El perro andaluz y La Edad de Oro, dos obras maestras que, vistas desde ahora, parece milagro que alguien haya podido hacer.

La agresividad y el arte a veces se entrelazan. Por ejemplo, en las obras de Strindberg, el misógino salvaje e incansable alegador. O Ubu, rey, de Jarry, primera, y única, muestra de malicioso infantilismo estético, berrinche y pataleta llevados como arte al escenario. O en las diatribas de Juvenal, Swift o Thomas Bernhard contra el género humano en su conjunto. O en El perro andaluz, cuya exquisita radicalidad sería inexplicable sin la teoría de la putrefacción artística que, de forma negativa, la sustenta.

Todos estos trabajos siguen el consejo de Strindberg: escribe furioso y deja que la ira preste a tus palabras elocuencia e inspiración. Pero, hay que decirlo todo, Lorca nunca es agresivo, sino, al contrario, es tierno, a veces, desamparado, y, sin embargo, es radical.

No hay receta ni ``rata curativa''. Y es cierto, según la frase inmortal de Tito Monterroso, que ``en literatura no hay nada escrito''.




TIEMPO FUERA

Fabrizio Mejía Madrid

Misa dominical

Hace años, estábamos tratando de dormir la siesta del domingo y tocaron a la puerta. En ese entonces, no teníamos mirilla para espiar a quien tocaba y mi madre se levantó, greñuda, a abrir. En la puerta apareció la Virgen de Guadalupe acomodándose la túnica con una mano y, con la otra, deteniéndose una enorme corona de oro, que insistía en resbalar.

-Debe haber un error -explicó mi madre, mientras se recuperaba del flashazo inicial que el fulgor alrededor de la Virgen despedía-. Nosotros no somos católicos.

-Solicitaron mi presencia -repuso la Virgen, algo sorprendida.

-De ninguna manera. Pase y compruebe por usted misma -agregó mi madre.

Vimos entrar a la Virgen, cargada por un tipo con unas alas de fantasía tan desgastadas que daba pena: chorreaba sudor el pobre hombre aquel con cara de niño.

-¿Dónde la pongo? -preguntó el cargador, mientras dejaba caer a la Virgen en un sillón.

-No nos vaya a incendiar la sala -sugirió mi padre, quien se había despertado con tanta luz.

-Apágame el halo -ordenó, francamente molesta la Virgen-. De todos modos parece que voy a tener que suplicarles para que acepten un milagro.

-No, señora Virgen -intervino mi hermano que, para entonces, ya estudiaba biología-. Ninguno de nosotros cree en eso. Y como prueba la reto a que encuentre una sola imagen suya en esta casa. Nada más no se asuste con la Historia universal del sexo oral.

La Virgen de Guadalupe pasó una rápida mirada por el librero y señaló un objeto:

-¿Y qué es esto, si no una imagen mía?

-Un trilobite -respondió mi hermano.

-Juraría que está inspirado en el resplandor de mi capa -se disculpó. Creo que hasta se sonrojó un poco, cosa difícil de notar porque no era exactamente morena, sino morada.

-Lo dudo. Los trilobites son muy anteriores a usted -remarcó mi hermano, y se quitó los lentes como siempre que va a empezar a explicar eras geológicas.

-Está todo aquí -lo interrumpió la Virgen y, hasta entonces, noté que tenía un raro acento árabe.

Buscó debajo de su falda y pudimos ver que no tenía pies y que la media luna estaba cosida al vestido. Sacó un papel. Frunció el ceño. Murmuró algo como ``me he olvidado los anteojos en el Tepeyac'', buscó con el papel muy cerca de la nariz, y, exultante, concluyó:

-Una pierna. Alguien pidió una pierna.

Nos miramos entre divertidos y conspiradores. Mi hermano se paró al baño y no pudo evitar hacer unos pasos de baile en el pasillo. Me pareció un poco excesivo de su parte, y a la Virgen también.

-En fin, que no vengo hasta aquí para ser humillada. Me parece que todo esto es una terrible confusión. Vengo desde el norte de la ciudad, entre vendedores ambulantes, automóviles, humo. Paso y recojo todo tipo de peticiones. Todo el mundo quiere tocarme. Me mandan saludos. Me sigue una fila interminable de gente de rodillas. Llego hasta aquí y nada. Nadie ha pedido una pierna.

-Y eso que usted no es la que esquiva los golpes de la luna contra los postes de luz -se quejó el cargador con alas luidas.

La Virgen se veía bastante abatida. Se talló los ojos con ambas manos y su corona de oro resbaló hacia atrás, quedando atrapada, con un chirrido, entre el sillón y la pared.

-No se angustie -suavizó mi madre-. Estamos viendo una película. ¿Le apetecería una pera?

-No se moleste -dijo la Virgen sin cambiar de postura-. Para que no sea en vano: ¿hay algún milagro que pueda hacer por ustedes?

-¿Sabes los números ganadores de la Lotería de hoy en la noche? -preguntó mi padre.

-¿Podrías explicarme una ecuación sobredeterminada? -sugirió mi hermana, pero vi cómo, al decirlo, se arrepentía.

-¿Podrías desaparecer al casero? -murmuró mi madre.

Pero la Virgen negó cada petición con la cabeza. Dijo no saber más que milagros del tipo menesteroso y quiso revisarnos en busca de pulgas, peste o sífilis. Nos negamos con el cordial argumento de que teníamos IMSS. Luego propuso:

-¿No tendrán algún pedazo de tela en el que quieran que deje mi rostro? Quizás ese mantel.

-No. El mantel es nuevo -repuso mi madre.

Se hizo un silencio y el bla-bla-bla de la televisión acaparó la atención. Entonces notamos que el hombre de las alas derruidas comía una pera de pie: las alas le impedían sentarse.

-En fin -dijo mi madre suspirando-, que sentimos de verdad esta confusión.

Y, antes de que se fuera, le regalamos un pasador para que se ajustara la corona. Sus últimas palabras fueron: ``¿Están seguros de que no quieren la pierna?'' Negamos a coro, y la puerta se cerró.