José Steinsleger
Illescas en Guatemala
(Segunda y última parte)

La generación de poetas del 40 (Enrique Juárez Toledo, Rafael Sosa, Carlos Illescas, Otto Raúl González y Raúl Leiva) se impone el doble propósito de combatir el escarnio de apodos como el de banana republic, acuñado en 1916 por el periódico estadunidense River Times y tomar distancia de la Guatemala de Asturias poblada de ``(...) palabras extrañas y consumaciones zoológicas que prevén la existencia de guacayos, monos, glifos que hablan, serpientes que en cada aduja que desanudan desatan mil años y cortinas que caen como párpados'' (Illescas).

Los poetas del 40 se lanzan a pensar otra Guatemala posible. Reconocen el aporte de la literatura de Asturias como testimonio histórico (El señor presidente) pero rechazan la identificación del país como tierra de indios folclóricos y coloridos, enmarcados por volcanes y ruralías (Hombres de maíz).

Nucleados en la revista Acento (1942), dirigida por Raúl Leiva, el grupo circulaba por la librería Cosmos. Cuenta Illescas: ``Allí compré La metamorfosis, El jardín de los senderos que se bifurcan, la Gestalt theorie y La teoría de la estructura de Kofka, libro que me llamó la atención por el parecido del nombre con Kafka. Pero eran los libros que la censura no prohibía. También recolectábamos fondos en las embajadas para traducir El cementerio marino de Valéry o la Siesta de un fauno de Mallarmé, en medio de lecturas cruzadas de Joyce, Rilke, Alberti, García Lorca, Papini y un marxismo agarrado de los pelos del que nos aliviábamos con Góngora, la poesía castellana y Monterroso cuando se ponía a recitar partes de El Quijote. Como ves, éramos unos muchachos muy cultos''.

La generación del 40 ha sido encasillada como ``neorromántica''. Pero sus poetas favoritos no son románticos sino superrealistas, como Neruda, simbolistas como Rilke, concentrados como Elliot, fabuladores como Saint-John-Perse. Si miraban hacia el pasado lo hacían para admirar las formas de los poetas españoles del Renacimiento. Continuaron al vanguardismo con seriedad pero cambiaron sus contenidos. Se inspiraban en el Neruda de Residencia en la tierra que afirmaba la existencia de las cosas reales sin intentar crearlas. Retornaron a la realidad pero ayudados por la metafísica.

Así como Borges construyó su propia Argentina y Roa Bastos su propio Paraguay; Asturias y pintores del talante de Carlos Mérida construyeron su propia Guatemala, ``donde lo maya conduce a la nostalgia de que todo futuro pasado fue mejor'', dice Illescas. ``Pero Asturias --agrega-- no fue, lamentablemente, avanzada del pensamiento democrático. Su evaluación del submundo maya es exotista, tan del resorte de los franceses a más de incurrir en ``jitanjaforismo'', recurso que consiste en aliterar las palabras con objeto de esconder la realidad tangible.

La generación del 40 sabía, aunque le costaba demostrarlo, que tal visión no significaba sacrificio de estructuras o estilos caros a la creación. Entonces dejan de ser vanguardistas y pasaron a ser melancólicos, introspectivos, elegiacos y pesimistas sin por ello abandonar cierta vitalidad que fue desesperación, pasión nacional y afirmación del país tan sentida como confusa y enmarañada en sus fuentes ideológicas.

``La nacionalidad guatemalteca es una de las más difíciles de sobrellevar'', escribe Carlos Illescas. Y es que aquella ``realidad tangible'' de Guatemala, desde antes de Ubico hasta hoy, cuando la ``guerra fría'' ha terminado y el autor de Manual de simios (1976) es condecorado con ``la Orden Miguel Angel Asturias'', sigue siendo, como decía Cardoza y Aragón, ``famosa por sangrienta y analfabeta''.

En 1944 cae Ubico y Guatemala entra al siglo XX. No será un periodo fácil. Hasta 1951 en que es sustituido por Jacobo Arbenz, Arévalo se enfrenta a 25 sublevaciones militares orquestadas por Estados Unidos, las bananeras y una oligarquía retrógrada, racista, feroz. Con todo, soplan aires republicanos. Cardoza y Aragón regresa al país, funda la Revista de Guatemala (de la que Leiva es jefe de redacción) y el Ministerio de Educación emprende una campaña de alfabetización y distribuye masivamente libros de bajo costo. En 1954, la CIA y una columna de mercenarios conducidos por el coronel Castillo Armas invaden Guatemala desde Honduras y acaban con los ``diez años de primavera en el país de la eterna dictadura'' (Cardoza). A partir de allí ``el exiliado guatemalteco es un exiliado total, absoluto y definitivo. Para toda la vida y toda la muerte. Sólo los indios le dan proceridad'' (Cardoza).

Junto a Tito Monterroso y Otto Raúl González, Illescas llega a México como ``diplomático inferior y periodista oscuro'', según sus propias palabras. Temeroso de que no estaba sirviendo a su pueblo, admite que durante muchos años dejó de escribir. Hasta que empezó a hacer las cosas como le daba la gana. En Ejercicios (1959) disipa dudas. No. Ya no será émulo de Tirteo, en la línea de Otto René Castillo (``Vámonos patria, a caminar...) o Ernesto Cardenal.

La nobilísima y frustrante idea de poner la poesía al servicio de la liberación lo lleva a sospechar que la belleza misma ya es un desafío a toda obligación. Además, si se subestima el aspecto poético en aras del político, ¿no pierden ambos? Eterna, implacable, desgastante problemática de tantas generaciones de poetas. No cualquiera puede reproducir el aliento de un Vallejo, de un Neruda, de un Cardenal que animado por los latinos, Catulo o Marcial les permite por tramos el dominio de la poesía ``política''.

En Réquiem del obsceno (1963), Illescas pronostica la fuerza creadora de un nuevo lenguaje, el suyo propio que desplegará con ganas en Los cuadernos de Marsias (1973) y Manual de simios (1976). El poeta ya está formado y a salvo de la vanidad o la soberbia del gran escritor que despúes de los 50 se vuelve algo tonto, engreído, insolidario. Es por eso que Carlos Illescas proclama que admira a pocos para evitarse el tributo fatigoso de que lo admiren muchos. Y entre los pocos están Susana Rinaldi y sus tangos.

En el lenguaje ``illesquiano'', cualquier palabra que se dice coincide con una realidad americana profunda, cachondona y dramática. Usted es la culpable (1983) apuntala lo dicho. Maestro del verso, poeta consciente de que las palabras sobran para decir cosas poco o nada importantes, lo primordial para Illescas es la actitud frente a la realidad de las personas y sus cosas. Como Lucrecio y Neruda, ordena el mundo y abruma: ``(...) porque el placer de no vivir viviendo/ hacia la vida entrega sus empeños/ a la nada sin fin de enorme herida/ que desvía la muerte hacia la vida''. No besemos su mano, que retirará con ironía. Enviémosle, sí, un beso por cada uno de los años que cumple hoy, que son 80.