Actualidad de un problema antiguo en México

Mortalidad materna

Marcelo Fidias Noguera Sánchez

A lo largo de este siglo, en México han ocurrido cambios muy importantes en los valores y las prácticas que rodean a la reproducción. Mientras que en algunos grupos sociales continúan vigentes patrones y valores de comportamiento reproductivo -inicio temprano de la vida reproductiva, elevado número de hijos, dedicación exclusiva de la madre a la crianza y al hogar-, otras mujeres desean familias con una estructura y una dinámica diferentes, compatibles con su desarrollo personal en otros campos, y tienen expectativas para los hijos que reclaman una mayor inversión de recursos familiares.

Algunos indicadores ilustran este ejemplo: a partir de 1920, y por espacio de poco más de cinco décadas, la tasa de fecundidad se mantuvo en niveles muy elevados, producto de los valores prevalentes en la familia. Asimismo, la estabilidad, el desarrollo económico y las leyes de población de 1936 y 1947, de clara orientación pronatalista, favorecían esa tendencia.

Así, hacia 1940 la población mexicana ascendía a 20 millones, con una tasa de crecimiento anual de 1.7 por ciento. Esta siguió elevándose en forma sostenida: 2.7 en los años 40, 3.1 en los 50 y 3.4 en los 60. La tasa global de fecundidad fue de 6.5 hijos por mujer en edad reproductiva.

A partir de 1973, con la aprobación de una nueva ley, se consiguió dar entrada a los programas de planificación familiar con un rápido descenso en la tasa de fecundidad y el crecimiento nacional. La tasa global de fecundidad disminuyó 50 por ciento en áreas urbanas y 25 en zonas rurales. La educación de la mujer ha demostrado ser un factor fundamental en el descenso de las tasas de fecundidad.

¿Cómo resuelven las mujeres sus problemas?

La mortalidad materna es una realidad a la que se ven enfrentadas las mexicanas al embarazarse. Por desgracia, los indicadores nacionales, principalmente en el sur del territorio no son del todo halagüeños.

Frente a un síntoma o a una complicación, un importante grupo no se da cuenta del importante riesgo que enfrenta, ya sea por falta de información o como consecuencia de sus valores o creencias en torno a su proceso reproductivo, y no busca atención médica. Otro grupo, por el contrario, es consciente de sus necesidades de atención, pero no tiene acceso a los servicios de salud por problemas de distancia, transporte o costo, o acuden a los servicios de salud de la comunidad donde el servicio es deficiente.

La utilización de los servicios no significará para la mujer la solución de su problema. También, es común que las mujeres enfrenten dificultades culturales y de género cuando establecen contacto con sus prestadores (as) de servicios, problema que hace más complejo el recibir la atención con calidad y calidez.

Información poco precisa, alusiones confusas a síntomas y signos, e incluso ocultamiento de problemas muy estigmatizados en el ámbito sociorreligioso, como el aborto, provocan una atención deficiente. Esos sucesos desembocan en complicaciones de la gestación, el puerperio o en la muerte de la madre.

Evolución y desarrollo

La mortalidad materna es un indicador fundamental de la evolución y el desarrollo de un país. No existirá una nación en la que, si las tasas de mortalidad materna son elevadas, su desarrollo sea avanzado o se hayan superado las diferencias sociales y económicas de género.

La magnitud de este problema a nivel mundial, según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es enorme. De las 500 mil muertes maternas que ocurren al año, a los países desarrollados sólo corresponde 1 por ciento. El 99 restante sucede en países en vías de desarrollo (eufemismo para los pobres en diferentes grados). Los niveles más elevados están en las naciones del sur asiático y la región subsahárica, en Africa, con tasas de hasta 2 mil muertes maternas por 100 mil recién nacidos vivos; el tercer lugar lo detentan los países hispanoamericanos.

La situación en México ha reflejado una mejoría a lo largo de este siglo: de 530 muertes maternas por cada 100 mil recién nacidos vivos en 1940, el índice pasó a 60 por cada 100 mil en 1992. Sin embargo, desde 1985 se ha observado un estancamiento.

Si se considera que las estadísticas vitales están subestimadas (subregistradas) en una proporción que va de 137 a 50 por ciento, es posible suponer que el nivel real de mortalidad materna, se encuentra en 100/100 mil, con una gran variabilidad regional: en Oaxaca las cifras estarían en 268/100 mil y en Nuevo León en 18/100 mil, 14 veces menor y con niveles comparables a los mejores indicadores hispanoamericanos (Cuba y Costa Rica).

De esa manera, la mortalidad materna está ligada al grado de desarrollo regional, y de manera congruente divide al país en regiones: elevada en el sur, mediana en el centro y baja en el norte. Las causas están bien identificadas, de hecho no han variado en lo fundamental a lo largo del siglo: preclampsia, hemorragia, infección, complicaciones durante el parto, aborto. Estas sólo han intercambiado lugares durante los censos de mortalidad.

Por ello, el análisis crítico en la identificación de las barreras que impiden que las mujeres obtengan un servicio de salud digno durante su embarazo, es un asunto prioritario en las políticas en salud.

La necesidad de la nación

En la actualidad existen coincidencias entre los compromisos sociales en salud fijados internacionalmente -en la Conferencia Internacional para una Maternidad sin Riesgos, realizada en Nairobi, Kenya, en 1987, y en la Cumbre a Favor de la Infancia, convocada en 1990 por la Organización de Naciones Unidas- y los compromisos nacionales en salud reproductiva: reducir en 50 por ciento la tasa de mortalidad materna e infantil para el 2000.

La desafíos son enormes. Si se desea reducir esos indicadores es necesario lograr cambios en la posición social y las condiciones de vida en que se encuentra la mujer en México. Cambios que no se lograrán sino conjuntamente con el desarrollo social del país. En segundo término, y de igual importancia que el anterior, se debe ampliar la cobertura: mejorar el acceso, la utilización y la disponibilidad de servicios anticonceptivos y de atención de embarazo, parto y puerperio.

Al análisis de la situación imperante, para disminuir los niveles nacionales de mortalidad materna entre 28 y 52 por ciento en los próximos cinco años se requiere: duplicar la inversión social en salud en los hospitales e instituciones de servicio; duplicar la inversión gubernamental en investigación en salud reproductiva en todo el país, y buscar la participación del sector privado en proyectos comunitarios que beneficien la salud de la región (Mujer: sexualidad y salud reproductiva en México. Ana Langer y Kathryn Tolbert. The Population Council, 1996; Edamex).

El camino será largo, la planeación deberá ser precisa y la ejecución de nuevos programas para reducir la mortalidad materna en México poseer renovada imaginativa y no responder a banderas partidistas, pero sí a la necesidad de la nación.

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