La Jornada 11 de mayo de 1998

La prisa por su salida pareció cambiar cuando dijeron que irían directo al Parlamento Europeo

Jaime Avilés Ť Con la amenaza de un incidente diplomático entre los gobiernos de México y de Italia, la azarosa visita de la delegación de observadores italianos podría terminar hoy si el Instituto Nacional de Migración se convierte en una eficiente agencia de viajes.

Enrico Granata, número dos de la embajada de Italia en México, dijo anoche cerca de la una de la mañana que sus compatriotas permanecerán en el aeropuerto capitalino para ser trasladados a Francia en un avión especial al amanecer.

Sin embargo, el mismo funcionario había declarado a los medios, 40 minutos antes, que los observadores pernoctarían en la sede de la representación diplomática, y que gracias a un acuerdo logrado con Fernando Solís Cámara, subsecretario de Población, no serían expulsados del país.

De última hora, sin embargo, una fuente diplomática dijo a La Jornada que a la una de la mañana la negociación todavía estaba durísima, porque ``Solís Cámara está empeñado en que el embajador Cabras firme una carta responsabilizándose por la conducta de nuestros compatriotas, y si lo hace, éstos se quedarían en el aeropuerto. Pero si no lo hace, dice que los detendrá para expulsarlos''.

El diplomático opinó que Gobernación no estaba actuando de una manera justa y que lamentaría muchísimo que esto pudiera dar pie a un incidente internacional.

Migración calculó que deseábamos quedarnos para provocar que nos expulsaran, pero nunca imaginó que nuestra intención ahora era salir lo más rápidamente posible de México, para llegar a Estrasburgo, y presentar ante el Parlamento Europeo nuestro informe sobre las violaciones a los derechos humanos que presenciamos en este país, dijo Federico Marianni, vocero del grupo.

Al momento de cerrar esta edición, Granata y otros diplomáticos italianos atravesaban los pasillos del aeropuerto de la ciudad de México con pilas de vasos de plástico y docenas de botellas de agua y de refresco rumbo a la oficina donde sus connacionales se encontraban custodiados por un impresionante dispositivo de agentes de Migración.

Granata expresó ante los periodistas que ``negociar no siempre es fácil, pero alcanzamos un entendimiento'', y agregó que en ningún momento sus compatriotas mostraron falta de voluntad para alcanzar acuerdos.

¡Ineficiencia o celada!

Todo comenzó a las 9:30 de ayer en la mañana cuando los últimos 57 observadores italianos salieron de San Cristóbal rumbo a Tuxtla Gutiérrez. A las 11:50, abordaron un vuelo comercial rumbo a la ciudad de México y, al cabo de terribles turbulencias, por esta vez no políticas y luego de un escalofriante aterrizaje, llegaron al DF a las 13:10 horas.

Ahí tenían previsto reunirse con el embajador italiano, Sergio Cabras, quien la noche anterior los había dejado plantados en San Cristóbal. Pero el desaire se repitió en la terminal aérea, y mientras Federico Mariani y Vilma Mazza aguardaban a su representante diplomático, el resto del grupo se dirigió a la sede de la legación, sita en Paseo de las Palmas 1994, como si en esta guerra de símbolos todavía faltarán coincidencias.

En punto de las 15:00 horas, insolados, con una ojeras que les llegan hasta la comisura de los labios, los visitantes oprimieron el timbre de la embajada y pidieron que los dejaran ingresar. Sin embargo, una voz les explicó por el interfón que no había nadie en el recinto y que por lo tanto no les iban a abrir.

En pleno desconcierto, permanecieron en la banqueta al rayo de sol hasta las 16:30, vigilados por una patrulla de la Policía Judicial capitalina, otra de la policía de tránsito del estado de México, así como por un vehículo compacto ocupado por cuatro fornidos observadores del Cisen (Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional). A las 16:05, una familia del rumbo, eufórica por el triunfo del Toluca en el campeonato nacional de futbol, se detuvo a preguntarles si ellos eran efectivamente los que habían ido a Chiapas, y al oír la respuesta afirmativa, se deshicieron en elogios y se tomaron muchas fotos con las guapas observadoras y sus exánimes acompañantes.

El motivo de su visita a la sede diplomática era plantear al señor Cabras tres exigencias: 1) que ante el aluvión de insultos, amenazas y calumnias que los medios de difusión han vertido contra ellos, la embajada hiciera un pronunciamiento público, visto que en el grupo hay gente que tiene las más altas calificaciones profesionales en distintas materias; 2) que el embajador conociera el informe resultante de su gira por algunos de los lugares más conflictivos de Chiapas, y 3) que el gobierno italiano, en una señal de respaldo irrestricto, hiciera las gestiones pertinentes para que por la noche viajasen directamente a Estrasburgo, donde el miércoles el Parlamento Europeo decidirá si ratifica su voluntad de establecer un acuerdo de libre comercio con México.

De las tres condiciones, la embajada aceptó sin regatear en absoluto la tercera, y Walter Russi -experto en derecho internacional-- recogió todos los boletos aéreos y dijo que de inmediato haría el trámite pertinente con la oficina de Iberia en el aeropuerto, para garantizar que a las 22:20 estuviesen despegando rumbo a Francia con escala en Madrid.

``¿Y las otras dos condiciones?'', preguntó Mariani. Con un gesto, Russi dio por descontado que también se satisfarían. Entonces, el grupo regresó al aeropuerto, pero ¡oh sorpresa! Iberia, que tenía el cupo completo, dijo que únicamente bajaría a 40 pasajeros si mediaba una orden irrevocable de la Secretaría de Gobernación.

¿Quién estaba operando a nombre de Gobernación? Impenetrable misterio. En el mostrador de Air France, una amable dependienta fue abordada por un agente de Migración y tres tipos de aspecto dudoso, que le pidieron ``bloquear'' diez asientos para el vuelo a París. Con ojos desorbitados, la diligente señorita montó en cólera y dijo que su compañía ``por ningún concepto permitirá que ustedes acompañen a los italianos hasta la puerta del avión''. El único uniformado le respondió con vehemencia: ``Le juro por mi madre, que hoy está de fiesta, que no los vamos a acompañar''.

Para las víctimas de la prolongada campaña de linchamiento publicitario, aquel parecía ser el momento en que todas las emociones acumuladas en estos días tan intensos harían crisis, pues habían navegado entre el horror y la belleza. Pero no tuvieron sin embargo tiempo de ponerse sentimentales. Walter Russi les informó que 38 partirían por Lufthansa, once más por Air France y tan sólo once por Iberia. No obstante, la línea alemana, de repente, anunció que sólo podía embarcar a los viajeros, mas no su equipaje. Y en el mostrador de la empresa gala, una mujer estremecida por el desorden de sus propios medios, quizá porque estaba convaleciendo de una cirugía plástica en la nariz, dijo gritando que ``si estos mugrosos degenerados suben a bordo, yo me bajo''.

Entonces, Air France se echó para atrás. Y todo el procedimiento regresó al punto cero. Walter Russi intentó conseguir el máximo número de espacios disponibles en una aerolínea canadiense, y los observadores pusieron cara de espanto cuando les anticiparon que no podrían fumar, no sólo en el vuelo sino en el aeropuerto de Toronto, donde les aguardaba una escala de cuatro horas, y la temperatura ambiente -por si alguno quería salir al aire libre a encender un cigarrito--estaba a menos 20 grados bajo cero.

Destruida cualquier posibilidad aparente de abandonar el país antes de las cero horas, momento en que expiran las visas de todos los miembros de la delegación, Federico Mariani ofreció una nueva rueda de prensa y dijo: ``Esto sí que ya no es nuestra culpa. ¿De qué se trata? Parece que alguien quiere por todos los medios que no nos reúnamos con nuestro embajador, para después hablar con todos los medios y dar un mensaje conjunto''.

Cerca de las 21:00, y sin que ningún representante de la Secretaría de Gobernación hubiese aparecido para hacerse cargo del problema, el embajador italiano se reunió con sus connacionales, y uno de los ayudantes de Cabras explicó la que a su juicio era la causa principal de la crisis. El Instituto Nacional de Migración, dijo el funcionario cuyo nombre se mantuvo en el anonimato, ``no calculó que ustedes tratarían de salir hoy. Por eso no tomó las providencias necesarias; pero estamos seguros que todo se va a resolver''.

Y por fin, a las 21:30, una voz femenina reclamó a Federico Mariani por los altoparlantes de la sala internacional, y le pidió que se presentara en el mostrador de Lufthansa, donde por otra parte ya no había nadie. Pero cuando Mariani se dirigía hacia allá, rodeado por los periodistas, los micrófonos y las cámaras que lo habían asediado durante tantas horas, alguien se interpuso en su camino y le susurró que todo estaba, ahora sí, felizmente resuelto.

``Muchachos'', gritó Vilma Mazza: ``todos con sus mochilas a la espalda. ¡Nos vamos!''. Dicho y hecho. Los 57 fatigadísimos pacifistas europeos obedecieron sin chistar y a toda prisa, casi corriendo, fueron conducidos a una puerta de madera entre la sala nacional y la internacional, y desaparecieron enmedio del mayor desconcierto. Hasta ahí, parecía que en breves instantes se encontrarían sentados en alguna corriente de aire.

Era, sin embargo, la enésima falsa alarma. Dentro de la sala de embarque, el personal de Iberia les dijo que sólo podrían tomar aquellos puestos del avión, que otros pasajeros accedieran a cederles, a cambio de una recompensa de mil dólares ofrecidos por la empresa. Evidentemente, era una fantasía de los diplomáticos italianos o una argucia para montarle un cuatro a la delegación, porque ninguno de los viajeros que ya habían embarcado su equipaje y elegido su asiento, quiso modificar sus planes.

Convencidos, pues, de que la última posibilidad de salir del país antes de media noche se había esfumado, los italianos -a quienes la culta prensa de Chiapas llamó ``nietos de Mussolini'' y ``descendientes de las bandas comunistas de Palmiro Togliatti'' (héroe de la resistencia contra el fascismo--, solicitaron, y obtuvieron, el permiso de trasladarse a la sala nacional y esperar allí a que el embajador Cabras -funcionario de escasos talentos, por todo lo que había dejado entrever--, gestionara una nueva fórmula de arreglo.

Pero en el colmo del desorden kafkiano, los pacifistas empezaron a ver que llegaban numerosos agentes de Migración, y dedujeron que en cuanto sonaran las doce campanadas de la medianoche serían detenidos.

Un momento después se presentó un individuo enmascarado con un uniforme verde, quien se anunció como SuperMéxico y dijo que quería a nombre de todo este gran país invitar a los italianos a quedarse entre nosotros para siempre. ¿En Almoloya? Replicó un chistoso. El desenlace de este enredo no se conocerá tal vez sino hasta hoy.