Miguel Barbachano Ponce
Muestra XXXI: premiación

Apenas hace días un grupo de cinéfilos me sugirió que presentara una valoración definitiva de los trabajos cinemáticos de la XXXI Muestra. Para resolver tan inaplazable sugerencia he decidido señalar cuál fue la mejor película, el mejor director, el mejor actor, la mejor actriz, la mejor fotografía y la mejor música.

Empecemos preguntándonos, ¿cuál fue la mejor película de entre las 14 que circularon en la muestra? A mi parecer El círculo perfecto, de Ademir Kenovic (Sarajevo, 1950). ¿Por qué? Por recrear en el celuloide con indiscutible maestría ``el último infierno creado por el hombre en los postreros años del milenio''. No en balde otorgaron a Kenovic el Premio Cannes Junior. Sin embargo, antes de decidirme en favor del bosnio, valoricé otras tres películas: Martín (Hache), de Adolfo Aristarain; El gran Lebowski, de los hermanos Coen, y Los enredos de Harry, de Woody Allen. Descarté la primera, a pesar de que me acercó al verbo utilizado por la tragedia griega, por no poseer trascendencia política universal; descarté la segunda y la tercera por sus indudables inclinaciones comerciales, a pesar de afoques y desafoques.

Ahora bien, El sabor de la cereza que obtuvo el máximo galardón en Cannes (Palma de Oro), y Fuegos artificiales que mereció en el León de Oro en Venecia, no lograron conmoverme en los planos narrativo y cinemático.

Abordemos ahora el renglón de la dirección. Evidentemente, el mejor director fue Ademir Kenovic. Pero más allá de aquél es necesario mencionar a Alain Berliner (Bruselas, 1963) cuyo primer lagometraje Mi vida en rosa me hizo dudar sobre mi decisión final. Elección por la cual finalmente opté, después de repasar una y otra vez la manera magistral que utilizó el bosnio para ubicar en aquel espacio infernal --conocido hoy como Sarajevo-- a sus protagonistas: dos niños, uno de ellos sordomudo, y a un viejo poeta. Y después de esta aclaración que nadie me pregunte acerca del japonés Kitano o del iraní Abbas Kiarostami.

Sin embargo, ¿quién fue el mejor actor de la XXXI Muestra?, me pregunté con insistencia. De inmediato surgió un nombre, Federico Luppi, el padre de Martín (Hache). Enseguida aparecieron otros, por ejemplo, Homayun Ershadi encarnando al suicida Badil de El sabor de la cereza; Woody Allen, el desafocado Harry Block de Los enredos...; Mustafa Nadaveric, el poeta Hamza de El círculo perfecto; John Turturro (Jesús Quintana) y Jeff Bridges (El cuate) de The big Lebowski.

Después de una lenta rebúsqueda me incliné por Jeff Bridges; él es a quien reconozco como el mejor actor porque supo crear actitudes corporales y gestuales precisas en los diferentes espacios genéricos que manejaron los Coen para ilustrar la anécdota sobre Lebowski.

¿Y a quién debo designar como la mejor actriz? Acaso a la francesa Valentina Cervi, quien dio aliento vocacional y erótico a Artemisia en la cinta de Agnés Merlet. Quizá Lynda Steadman, la conmovedora Annie de Sueños y realidades (Career girls), de Mike Leight, o tal vez a Cecilia Roth quien sufrió y murió bajo el patronímico de Alicia en Martín (Hache), o a Pernilla August de Confesiones privadas la obra que creó Ingmar Bergman (guión) y recreó Liv Ullman (dirección) en 1997.

Acorde con inúmeras pulsiones, la mejor actriz fue Pernilla August tal y como aseveraron críticos españoles en la Semana Internacional de Cine de Valladolid (España), y estadunidenses en la versión 33 del Festival Internacional del Filme de Chicago.

Y para terminar dos últimas designaciones. La de mejor fotografía es para Roger Deekins por su memorable trabajo en Kundun, de Martin Scorsese, y para la mejor música no existe otro que Philip Glass, quien también laboró con el cine-director neoyorkino en Kundun. Hasta aquí mi muy personal valoración sobre aquellos que dieron vida y forma a las 14 películas de la XXXI Muestra.