Arnoldo Kraus
Transplantes: de la ciencia a la ética

Hace algunos años leí en una revista médica que en India ``es frecuente'' que personas sanas vendan una córnea. Ese procedimiento implica la pérdida del ojo y la ganancia de suficientes dólares para mantener a una familia por ``algunos meses''. Me estremecí. Después escuché que en algunos países asiáticos y en América Latina, era frecuente extraerle un riñón a personas que tras haber sido cortejadas, eran anestesiadas para poder realizar la intervención. Nuevamente me invadió el malestar: el divorcio entre medicina y ética era tan corto como un puñado de dólares.

Embrollo aparte, es la donación ``voluntaria'' de riñones, pues en muchos casos, ésta es en forma enmascarada. Embozados están médicos, receptores y hospitales. Sólo los donadores se encuentran descubiertos: para comer se requiere dinero. También se afirma que uno de los motivos del ``tráfico de niños'' --para lo cual, se dice, existen ``centros de engorda''-- es la obtención de órganos. Aunque dentro del campo de la lógica, lo anterior raya en lo imposible, en el reino de la condición humana destazar niños ya no sorprende. Incluso habrá profesionistas que lo vean con buenos ojos: sirven los órganos de los niños ``capturados'' para salvar otras vidas.

Es evidente que en el transplante de órganos otra serie de factores juegan un papel importante. Son factores insoslayables la escasa disponibilidad de éstos, el costo del procedimiento y el dinero invertido en el desarrollo de tecnología y fármacos destinados a evitar el rechazo. No puede tampoco pasar desapercibido que ``las listas'' de espera para recibir órganos se rompan continuamente y se beneficie al poderoso. Tampoco es materia de olvido la íntima vinculación entre clase económica y posibilidad de recibir algún órgano. Todos estos avatares son críticos, pero, sin embargo, no son los que más incomodan a los bioeticistas. Es probable que la preocupación cimental sea la que intitula un artículo publicado en The New York Review of Books por David J. Rothman: The International Organ Trafic.

En su ensayo, Rothman da cuenta de la compra de órganos de prisioneros ejecutados en China, de los viajes que hacen pacientes adinerados y sus cirujanos a las áreas rurales de Turquía, así como las travesías de enfermos de los países del Golfo a India. Aparentemente, lo mismo hacen algunos latinoamericanos que viajan a Cuba. El caso China es particularmente ilustrativo y es, sin duda, aun cuando se repite con caras y matices diferentes en otros países, una de las cuestiones fundamentales de la ética médica contemporánea.

A partir de 1984 se promulgó en China una ley que, sucintamente, decía que los órganos de prisioneros ejecutados podrían utilizarse para transplante si el prisionero o la familia estaban de acuerdo, o bien, si el cuerpo no era reclamado. El sistema chino, según la opinión de cirujanos de países vecinos, es muy eficiente pues las ejecuciones ``se programan'' acorde con las necesidades del receptor.

Rothman describe cómo se lleva a cabo el procedimiento. ``Justo antes de la ejecución el médico seda al prisionero y lo intuba para que no muera inmediatamente. Al condenado se le aniquila por medio de un balazo en la cabeza. Mientras tanto, el doctor realiza todo tipo de maniobras para mantener la vida. El reo es transportado a un hospital en donde se efectúa la cirugía. Así, el médico se convierte en copartícipe de la ejecución: en lugar de proteger la vida, manipulan las consecuencias de la muerte''.

La paradoja entre ciencia, transplantes y moral se encierra, como en incontables ejemplos, en la condición humana. Se generan máquinas y fármacos que permiten decirle a la muerte ``aún no''. En forma paralela, la vida se comercializa, ya que en el ámbito de los transplantes, los mortalmente enfermos encuentran la vida en los mortalmente pobres. Pero hay algo peor: la muerte premeditada de otros significa la vida de quienes cuentan con alguna forma de poder. ¿Cuáles son las obligaciones éticas de esos médicos, su equipo y de los hospitales donde laboran cuando sus procedimientos implican la violación de los derechos humanos? Es evidente que el dinero modifica y reinventa todas las caras de la ética.

Las tormentas de la moral humana son de sobra conocidas. Sería deseable, al menos deseable, que los traspatios de la medicina no estuviesen inundados de tanta mierda.