En la capital, otras grandes ciudades y las regiones rurales del país, hay millones de niños cuyas condiciones de vida muestran una de las caras más reprobables del sistema económico-social y político en el que vivimos: la exclusión de la mayoría de la población de cualquier beneficio posible o imaginable de la civilización contemporánea. Tenemos ejemplos dramáticos. Los niños hambrientos, desnudos, enfermos, sin techo ni educación, que se pasean en Chiapas en medio de la más moderna tecnología militar y un ejército que consume, para vigilar y castigar a sus comunidades, un multimillonario presupuesto que podría destinarse al mejoramiento de su inhumana condición. O en la capital del país, los -niños de las coladeras-, que sobreviven del pillaje o la limosna, en el subsuelo de la modernidad urbana, sometidos a la explotación por coyotes, y cuyo único futuro (hecho presente) es la delincuencia.
En la metrópoli, los niños de la calle, entre otros muchos, nos muestran los estragos sociales que causa un capitalismo salvaje que en aras de la ``competitividad internacional'', la ``modernización tecnológica'', la ``apertura comercial'', la ``rentabilidad'' y el ``libre flujo de capitales'', sacrifica el empleo y el salario de sus padres, hundiéndolos en la informalidad y la pobreza extrema; convierte todo en mercancía, incluídos productos como las drogas, que se venden hasta en las escuelas primarias; somete a los niños al trabajo forzado o la prostitución, como forma inhumana de subsistencia o enriquecimiento; y los explota en trabajos indignos, mal pagados y con jornadas extenuantes aún para un adulto; reproduce una cultura de la violencia extrema a través de los medios de comunicación más penetrantes y agresivos; y destruye la vida comunitaria y solidaria, sublimadola individualidad y la subjetividad.
El neoliberalismo dominante, desmantela paulatinamente las instituciones estatales que, más mal que bien, tenían como función atender el bienestar social de los sectores mayoritarios, convirtiéndolas en negocio privado o asunto de beneficiencia. Los satisfactores básicos como vivienda, educación, salud y recreación, que son la base de cuidado y formación de los niños y jóvenes, son crecientemente objeto de relaciones mercantiles a las que no pueden acceder adecuadamente millones de mexicanos empobrecidos y excluídos. La ausencia de instituciones de asistencia social y su carencia de recursos, limita las posibilidades de atención colectiva a los niños abandonados o prófugos de núcleos familiares disueltos o pauperizados. El sistema jurídico y penal, insuficiente e inadecuado, los mantiene en situación de indefensión real, aunque formalmente los proteja; los aparatos policiales, autoritarios y corruptos, los extorsionan o reprimen.
En este marco estructural de exclusión social, millones de niños y adolescentes mexicanos, metropolitanos, avanzan por el camino de la reproducción de la delincuencia y la violencia, que hoy nos asfixia, sobre todo, a los capitalinos. Ante ello, hay quienes, con un oportunismo conservador, políticamente interesado, culpan a un gobierno con solo 5 meses de vigencia, al tiempo que ocultan la irresponsabilidad de un sistema económico-socialâ políticamente construído durante 70 años.
Por todos los rincones de la sociedad y el territorio, se observa el abandono, el maltrato, la explotación y la opresión de los niños, ese futuro de México que hoy no tiene futuro, ahora mudas víctimas de un régimen social cuya única religión es el mercado; pero mañana; nada cambia, parte de sus verdugos. Por ello, y por muchas otras razones, es inaplazable un profundo cambio estructural, de sentido radicalmente distinto al neoliberal, que coloque a las mujeres y los hombres, a las comunidades, a los niños, jóvenes y ancianos, como centros de la preocupación económica, social y estatal, desplazando de este lugar al actual becerro de oro, al dios dinero.