Uno de los secretos musicales mejor guardados hoy día es el de la gran polifonía portuguesa del renacimiento. El hecho de que los nombres de Rebelo, Cardoso, Lobo, Magalhaes y Brito no sean muy conocidos no altera el hecho de que fueron creadores de obras magníficas y conmovedoras, cuya audición permite constatar que la polifonía renacentista de Portugal está a la altura de las tradiciones análogas del resto de Europa. Una de las cualidades singulares de esta rica polifonía se encuentra en su ámbito expresivo casi siempre profundo, contemplativo, triste, que en ocasiones contrasta notablemente con el brillo celebratorio de obras polifónicas de otras latitudes. Esta cualidad emotiva se filtró a través del tiempo para conferirle su espíritu particular al fado, el nostálgico género de canto popular urbano típico de Lisboa.
Hace unos años Paul van Nevel, fundador del Ensamble Huelgas, produjo un disco en el que sintetizó estupendamente ese espíritu triste de la música portuguesa, haciendo coincidir en la grabación piezas del siglo XVI con algunos fados contemporáneos, de esos que se cantan en los barrios de Alfama, Alcántara y Mouraria en la capital de Portugal. El resultado, predeciblemente, es un disco lleno de nostalgia y contemplación y su contenido me permite decir que no hubiera estado fuera de lugar incluir en él algunas canciones del ensamble portugués Madredeus. Porque es evidente que, como los polifonistas del renacimiento, y como los trovadores del siglo XVI, y como los mejores fadistas de hoy, Madredeus se aproxima a la música (y quizá a la vida misma) bajo un lema que suena mejor en portugués: A vida é imensa tristura.
Un ejemplo fundamental de este espíritu se encuentra en el bello y tristísimo Fado do Mindelo, grabado en el disco Os dias da Madredeus, en el que Pedro Ayres Magalhaes construye una melancólica elegía a un amor perdido en el pequeño puerto de Mindelo, en el norte de Portugal. Esta bella canción, húmeda de lágrimas portuguesas, tiene entre sus recursos expresivos más potentes la sutil alternancia entre el modo mayor y el menor, recurso poco usual en la música popular de hoy, pero bien entendido y empleado, por ejemplo, en algunos de los lieder más dolorosos de Franz Schubert.
El segundo recital de Madredeus en su reciente gira por México representó una rara oportunidad de reconciliación con la idea de que puede existir música popular, contemporánea, poética, expresiva, conmovedora, de fuerte identidad, y que no necesita recurrir al exceso de decibeles ni a las mentiras para decir con meridiana claridad lo que tiene que decir. No hay truco ni artificio en la música de Madredeus, y en la pureza de sus cristalinas texturas instrumentales y vocales está la prueba fehaciente de que en estos tiempos en que la llamada nueva complejidad es el último grito de la moda musical, es posible hacer muy buena música que tenga a la sencillez como principal línea de conducta. Hoy, ya no están con Madredeus el violoncello de Francisco Ribeiro ni el acordeón de Rodrigo Leao, pero el grupo ha tenido la sensibilidad y la intuición de no tratar de sustituirlos con los sintetizadores de Carlos Maria Trinidade. Por el contrario, el nuevo repertorio de Madredeus está hábilmente pensado y realizado para su nueva dotación de voz, dos guitarras, bajo acústico y teclados, y a pesar de esas dos ausencias importantes, el sonido Madredeus sigue siendo inconfundible.
En ese segundo concierto ofrecido por Madredeus en la ciudad de México fue interesante constatar la habilidad del grupo para interpretar algunas canciones añejas (como Guitarra o El pastor) ya adaptadas a su nueva distribución instrumental. Como siempre, la singular voz de Teresa Salgueiro se encargó de guiar a Madredeus y al público a través de un mar musical pleno de serenidad y nostalgia, y ricamente habitado por sus colegas instrumentistas. Es una pena que en su reciente disco, O paraiso, no se haya editado la grabación de Alvorada, una pieza que contiene un largo interludio instrumental en que las guitarras de Ayres Magalhaes y Peixoto desarrollan un tejido melódico y contrapuntístico de altos vuelos.
Algunos de nosotros quisiéramos creer que somos la música que oímos. Dentro de unos meses, Teresa Salgueiro tendrá un bebé. Si es hombre, será marinero; si es mujer, será poeta. En cualquier caso, habrá sido gestado y crecerá arropado por una música serena y evocadora que surge de manantiales puros y transparentes.