La victoria electoral de Cuauhtémoc Cárdenas en el DF, junto con otros avances políticos de la oposición, señaló el inicio de una etapa decisiva de la política nacional, la de la transición a un régimen democrático y de justicia social. Con su voto, casi 2 millones de mujeres y hombres de la capital del país expresaron su hartazgo de varios decenios de gobierno priísta; sus aspiraciones de cambio; una explicable desconfianza hacia el PAN, por sus oscuros compromisos con el salinismo, y le dieron una oportunidad a la izquierda representada por el candidato del PRD, quien creó entusiastas expectativas de renovación política y social.
Al expresar en las urnas su confianza, los ciudadanos le dieron a Cárdenas un enorme capital político, pero también enfrentaron a la izquierda a una de sus más difíciles pruebas, la de satisfacer en el gobierno las expectativas de cambio, la de gobernar no sólo con honradez, sino con eficacia, pero sobre todo crear nuevas relaciones con la sociedad para gobernar con ella.
Todo eso, como se está viendo cinco meses después del inicio del gobierno, es endiabladamente complejo, abruma al bisoño y heterogéneo equipo de gobierno. Y es explicable. Varios decenios de gobierno priísta dejaron como herencia una ciudad al borde del desastre, con un enorme catálogo de problemas materiales y sociales y pocos recursos para enfrentarlos; corrupción extendida, relaciones perversas con la sociedad y sus organismos; burocratismo, una red de pequeños poderes y mafias con las cuales podía convivir la administración priísta, pues eran pilares de su dominación, pero que al gobierno de Cárdenas le resultan un obstáculo para gobernar de una manera distinta a la del pasado, aunque pueda haber la tentación en algunos funcionarios de coexistir con esos poderes y sólo administrar lo existente.
A la complejidad y magnitud de los problemas debe agregarse la inexperiencia en labores gubernamentales de la mayoría de los hombres y mujeres que llegaron el 5 de diciembre al gobierno central y las delegaciones del DF; además, la forma misma de su selección, en la que no pudo sino influir la necesidad de tomar en cuenta la diversidad de los grupos que apoyaron a Cárdenas, de ceder a la exigencia de cuotas para los grupos pártidarios, todo lo cual debilitó la idea de que los puestos en el gobierno no son un fin, sino un medio para contribuir al desarrollo de un proyecto político de democratización y de cambios.
En circunstancias así, son explicables --no justificables-- los desaciertos, cierta ineficiencia, (muy lamentable por ejemplo en materia de comunicación), las dificultades para integrar un equipo coherente; los protagonismos excesivos que dieron lugar a verdaderos autogoles y descuidos graves como el que permitió la injustificada designación del general Careaga (de las fuerzas represivas el 2 de octubre de1968) como subsecretario de Seguridad Pública. También son comprensibles las tensiones que se advierten en el gobierno y han dado lugar a renuncias de los subdelegados Antonio Tenorio Adame y Enrique Rojas Bernal, además de otras pugnas de las que da cuenta este diario en su edición del jueves 14.
De las dificultades y desaciertos del gobierno del DF se regocijan el PRI y el PAN y los aprovechan para criticar duramente a Cárdenas. Es natural. Son la oposición aquí. Al criticar, los priístas intentan ocultar que son ellos los responsables de la situación desastrosa de la ciudad y es imposible corregir en poco tiempo su ineficacia de decenios. El propósito de ambos partidos es desgastar al gobierno y presentarlo como un fracaso.
Falta el apoyo crítico, la iniciativa de quienes llevaron a Cárdenas al gobierno y están interesados no en su fracaso, sino que responda a las esperanzas de cambio que despertó y que la izquierda pase la difícil prueba de gobernar.