Si no somos confundidos con extranjeros y expulsados del país, las siguientes reflexiones habrán sido motivo de debate en el Encuentro Nacional Construir una sociedad con rostro humano desde la ética ciudadana, celebrado del 14 al 16 de este mes en San Cristóbal de las Casas, para conmemorar la fundación del Movimiento Ciudadano por la Democracia (MCD) hace seis años, precisamente en esta hermosísima ciudad de Chiapas... salvo por su actual tufo a guerra.
De entrada, dicho encuentro se antoja interesante porque invita a debatir cuestiones de la mayor trascendencia para el México de nuestros días: ¿qué debemos hacer, desde la perspectiva de una ética ciudadana, para edificar una sociedad en verdad humana? O dicho al revés, ¿cómo evitaremos, comenzando por frenar la guerra ya estallada en Chiapas, que el México de la ``modernización'' neoliberal termine de exhibir un rostro del todo inhumano, salvaje?
También es un encuentro interesante en virtud de que lo organiza el MCD, agrupación surgida a iniciativa de un prohombre de la lucha por la democracia justamente desde la trinchera de la ética ciudadana: el Dr. Salvador Nava Martínez, quien tal vez acabará de descansar en paz sólo cuando la paz y la democracia sean el santo y seña de México.
En fin, es un encuentro de interés porque se realiza en el lugar de fundación del MCD y a la vez el lugar donde, hoy por hoy, se juega el futuro de la (anti) democracia en México. Una paz verdadera es el primer requisito de toda democracia, y hoy ésta es negada de tajo tan sólo por la represión que sufren los indígenas chiapanecos. Nada mejor, por lo tanto, que un encuentro en Chiapas. Lo mismo sirve para evaluar el estado de la (anti)democracia en México, que para reafirmar nuestra solidaridad con los pueblos indios.
Ya entramos al tema del encuentro: los principios y los valores (el mundo de la ética) sobre los cuales debemos edificar un México humano. Quizás el mayor daño del Pronasol salinista fue el desprestigio de la palabra solidaridad. Lo cierto es que ésta encierra el valor acaso cardinal de una sociedad con rostro humano. De hecho, sin un mínimo de solidaridad, simplemente es imposible la existencia en sociedad. Si todavía podemos hablar de una sociedad en México, es por que la solidaridad constituye una de nuestras tradiciones culturales más firmes y valiosas. Una tradición que, hasta hace poco, el propio gobierno se sentía obligado a proyectar en su política de apoyo a extranjeros en tal o cual desgracia. Hoy, sin embargo, los extranjeros que se solidarizan con la tragedia chiapaneca -no así los socios del mercado y del poder- son expulsados cual vil escoria.
A ese grado de incongruencia y deshumanización está conduciéndonos el grupo impulsor del neoliberalismo a la mexicana. Pero hay más. Aquél también busca destruir la confianza y el respeto, binomio clave para una sociedad que se resiste a continuar como un conglomerado de súbditos, a veces -cada vez más- con rostro de animales. Chiapas vuelve a ofrecer el ejemplo más elocuente: las hordas paramilitares están logrando, comunidad tras comunidad, la fractura de la sociedad en mil pedazos.
Esto explica, pero sólo en parte, la aún insuficiente pujanza de la ciudadanía para construir una sociedad tan democrática como humana. La otra parte tiene que ver con valores como la autoestima, el descubrimiento y desarrollo del poder propio de la ciudadanía, la corresponsabilidad en tareas de gobierno, la disposición autocrítica a sufrir eso de que ``cada quien tiene el gobierno que.... tolera'', la práctica cotidiana de todos los principios de la democracia. Siempre predicando con el ejemplo en esto y en otros valores como la honradez, la congruencia y, aunque suene cursi o anticlimático, el amor.
Hasta los animales aman en cierto modo (si no, ya se hubiesen extinguido). Con mayor razón , el amor en todas sus ramificaciones podría valorarse como la semilla de toda sociedad humana, máxime que el mercado no tiene corazón. Y es sólo el mercado lo que hoy globalizan los arquitectos de una sociedad sin rostro, sin alma y, desde luego, sin gente solidaria, sean nacionales o extranjeros.
Si no del amor, la globalización del humanismo es el único antídoto. Urge aplicarlo en México, comenzando por Chiapas. Y eso requiere muchísimos ciudadanos y ciudadanas con ética: con una vida trascendente, normada por principios, valores y por qué no, hasta por utopías.