De la Realidad a Los Sueños. Un lugar indeterminado, perdido en la selva, donde los indígenas viven atemorizados, desplazándose de un lugar a otro, huyendo de los abusos de soldados que queman sus hogares y violan a sus mujeres, huyendo también de la guerrilla que los deja sin médicos al asesinarlos, como advertencia pública, cuando atienden a los militares. Un territorio de violencia, cortado de la civilización y del idioma y las costumbres de los blancos, donde el signo máximo de poder es portar un arma, así esté descargada, así sea un puñal o un machete; el arma, un instrumento de intimidación y de sojuzgamiento.
En Hombres armados (Men with guns), John Sayles (Lianna, La masacre de Mattewan, Estrella Solitaria, El secreto de las focas) toma distancias con el estilo realista y la depuración estilística de sus primeras realizaciones, con la maestría narrativa de La ciudad de la esperanza (City of hope, 1991). El tema de la violencia oficial y paramilitar contra los indígenas en algún lugar de América Latina es aquí viaje de iniciación, alegoría y aproximación didáctica. Un viejo doctor parte en busca de sus alumnos, a quienes alguna vez impulsó a brindar asistencia médica humanitaria a las comunidades indígenas. Estos jóvenes han caído, uno a uno, víctimas de los enfrentamientos entre guerrilleros y soldados. Sólo una doctora sobrevive en un lugar mítico, ``Cerca del cielo'', donde al parecer han encontrado la paz algunos refugiados.
Las preocupaciones sociales del estadounidense John Sayles son evidentes en su cine (Mattewan) y en su producción literaria (como en su novela Los gusanos, sobre la población cubana en Miami). Sayles no tiene ánimos panfletarios, su observación es aguda y su compromiso e independencia le permiten expresar abiertamente sus puntos de vista y sus posturas políticas. Por ello sorprende su decisión de acudir a una práctica común de la ficción política: el gusto por las alusiones, que aplicándose a cualquier país, o cualquier situación de violencia institucional, dirige su cuestionamiento a todas las instancias de poder y a ninguna en particular. Su tema no es la violencia que padece concretamente un grupo vulnerable en una situación determinada, sino el horror como categoría universal que el Hombre, como abstracción mayúscula, es capaz de incorporar e inflar a otro hombre. Al término de su viaje, el doctor Fuentes (Deferido Luppi) podría repetir incansablemente la palabra horror, como el coronel Kurz de Corazón de tinieblas, la novela de Joseph Conrad. Con una diferencia. El itinerario metafísico que describe Conrad poco tiene en común con el malestar existencial de un doctor viudo, de dignidad imperturbable, interesado en descubrir, antes de morir, cuál ha podido ser su propio legado humanista.
Al elegir un lenguaje de alusiones y generalidades, Sayles se inventa culturas ``lotecas'', sitios mágicos como Los Sueños, derrapa en lugares comunes del realismo mágico, y pone en boca de sus personajes las metáforas que se le ocurrirían a los turistas que con facilidad él satiriza (Cerca del cielo, ``un lugar donde alas de paz recogen las penas de tus hombros''). Hay escenas impactantes, como el sacrifico de un grupo de seis indígenas para salvar a toda una comunidad, con el sacramento de la hostia justo antes del disparo en la frente. Esta es una de las pequeñas narraciones que en flash-back ilustran los pecados de las personas que acompañan al doctor Fuentes en su itinerario a ``Cerca del cielo''. El soldado Domingo (Damian Delgado) es un personaje interesante, con su actitud de mercenario olvidado, de paria absoluto, y su rencor social y las ganas de hacerle pagar a todo mundo la magnitud de su desgracia. Desafortunadamente, una de las escenas que ilustran el principio de su caída (el salvajismo con que apuñala repetidamente a un indígena bajo la presión de otros soldados) resulta tan sensacionalista como las escenas de violación a las jóvenes indígenas. Sayles no es un cineasta que ignore el poder y eficacia de la economía visual en este tipo de escenas. Un ejemplo clásico de esa capacidad artística lo brinda Eisentein en ¡Qué viva México!, en la secuencia en la que indígenas enterrados hasta el cuello soportan el paso de los caballos. Esta imagen resume admirablemente la explotación y el desprecio de los caciques. Es, desde 1931, anticipación visual del horror muy concreto que este año representó Acteal en Chiapas.
El tema de Hombres armados no son los indígenas, los sin-nombre, los que de acuerdo a la mirada caciquil o a la fantasía romántica, viven al margen de la racionalidad y las angustias existenciales, sino los otros, los curas barbados y arrepentidos, convertidos en fantasmas (Damián Alcázar), o el doctor presa de un desasosiego emocional (Federico Luppi, encorsetado en un silencio doliente). En Espíritu de cristal (Carla«s song, Ken Loach, 1996), la mirada anglosajona a la realidad política de un pueblo indígena concluía en el colapso de la ilusión romántica; en Hombres armados, esto es aún más delicado: esta misma mirada propone una interpretación mágica de la realidad en el momento mismo en que los seres que la inspiran son perseguidos y asesinados.