La Jornada lunes 18 de mayo de 1998

Astillero Ť Julio Hernández López

Hay tres estados, con proceso electoral en curso, en los que peligran los intereses del PRI debido a los roces y conflictos entre los candidatos a gobernador y los gobernadores en funciones.

Esas entidades son Zacatecas, Oaxaca y Aguascalientes; los candidatos en riesgo son, respectivamente, José Olvera, José Murat y Héctor Hugo Olivares (llegados los tres por la vía de la imposición directa y no mediante los artificios de la consulta a la base, como en otras entidades); los gobernadores peligrosos son, en el mismo orden, Arturo Romo, Diódoro Carrasco y Otto Granados.

Olvera contra Romo

El enfrentamiento más estruendoso se ha dado en Zacatecas, donde el candidato Olvera ha hecho un público y tajante deslinde del cetemista Romo. Olvera, a quien las encuestas colocan en desventaja respecto del ex priísta Ricardo Monreal, pareciese decidido a jugarse su carta más audaz al sacudirse abiertamente el lastre del mal gobierno de Romo.

Hace pocos días, en un acto público, Olvera reconoció que tiene reclamos en su campaña de quienes creen que, si en Zacatecas hay un mal gobierno priísta, ello es una culpa compartible por todos los miembros de ese partido, incluyendo al actual candidato a gobernador.

Olvera puntualizó que él no tiene nada que ver con Romo, y que también le procupa lo que sucede en su entidad. Antes, el candidato a presidente de la capital zacatecana, Jaime Santoyo, había dicho que en el PRI pagan justos por pecadores, pues el electorado confunde a los priístas corruptos con quienes no lo son.

El gobernador Romo, por su parte, dio una contestación en la que defendió los logros de su gobierno y dijo que no hará ni dirá nada que dañe a los candidatos de su partido.

La realidad, sin embargo, es otra. Olvera habla con justeza al negar relaciones o complicidad con Romo. Pepe, como gusta ser llamado el candidato priísta, ha sido permanente adversario de Arturo Romo. En esa posición fue derrotado seis años atrás por el cetemista en la búsqueda de la misma candidatura a gobernador, y luego vetado en 1997 para ser candidato a diputado de mayoría.

Ese veto del gobernador Romo fue conjurado luego de que Olvera entregó al presidente Zedillo, en propia mano, un documento de denuncia. Así, por intervención presidencial, Olvera fue diputado de representación proporcional y, más adelante, candidato a gobernador aprovechando el veto rotundo de Romo contra Ricardo Monreal quien, a su vez, abrió el camino para que Genaro Borrego impulsara a Pepe.

En el mismo marco de enfrentamiento, un hermano del ahora candidato priísta renunció al partido tricolor, tres años atrás, para buscar en el PAN la candidatura a presidente municipal de Sombrerete, a la que Romo le cerraba el paso. El otro Olvera ganó la alcaldía de Sombrerete y se apuntó como precandidato a gobernador por el PAN. Cuando Pepe fue destapado como candidato priísta, su hermano de inmediato declinó su precandidatura Pri-panista.

Ahora, Romo y Olvera están públicamente distanciados, lo que crea condiciones de inestabilidad política en favor de la alianza electoral encabezada por Monreal y que, de rebote, está llevando apoyos económicos diversos en favor de José Narro, el candidato del Partido del Trabajo que podría ser beneficiado como proyecto alterno del gobernador Romo.

Diódoro contra Murat

En Oaxaca, la batalla es soterrada. Diódoro Carrasco jamás hubiese deseado que José Nabucodonosor Murat Casab fuese el candidato priísta a sucederlo. Cercano al afecto de Los Pinos, Carrasco creyó posible, como sucede cada vez con más frecuencia en los estados, que el desapego político central le permitiría imponer heredero.

Ninguna noticia de su sexenio fue peor para él que saber que el candidato sería Pepe Murat. Sin embargo, la orden superior fue inapelable y, además, Carrasco abriga la esperanza de ligar un cargo federal importante luego de dejar el palacio de gobierno de Oaxaca.

Sin embargo, y a pesar de la enorme brecha entre Carrasco y Murat, las condiciones electorales de la entidad hacían previsible una victoria priísta tal vez complicada por los enredos cupulares, pero finalmente alcanzable sin grandes problemas. A pesar de la extrema miseria de la mayoría de los oaxaqueños, del desamparo crónico y de la injusticia social cotidiana, el PRI tenía todo para ganar en aquella entidad. Inclusive a pesar de la presencia creciente del Ejército Popular Revolucionario.

Pero he allí que un antiguo aliado de Murat, el perredista Héctor Sánchez, comenzó a desarrollar una campaña tan intensa y agresiva que, según la visión de quienes acusan a Sánchez de tener una marcada proclividad a los arreglos con ciertas franjas del poder público, podría significar ni más ni menos que la expresión (aderezada con los debidos apoyos económicos) del enojo del gobernador Carrasco.

Murat ha estado sujeto a la presión y las puyas de Sánchez. Meses atrás, cuando Sánchez era el coordinador de la fracción senatorial del PRD y Murat el secretario de la Gran Comisión, solía decirse no tan en broma que el verdadero coordinador de la bancada del partido del sol azteca era Murat. Respecto a Sánchez, hay que recordar que se han producido en el Senado diversas acusaciones públicas mencionando que ha recibido apoyos económicos para beneficio particular a cambio de endosar al interés priísta ciertas declaraciones o actitudes políticas.

Pues bien, así como en Zacatecas hay la impresión de que los enojos del gobernador priísta Romo están provocando que los apoyos subterráneos no vayan al PRI, sino al petista Narro, se dice que en Oaxaca el descontento del gobernador priísta Carrasco está beneficiando al ¿perredista? Sánchez.

Un importante personaje del gobierno federal comentó a esta columna que a Héctor Sánchez no se le vería desde Los Pinos como a un adversario, y que no estaría nada mal que la corriente perredista adversa al cardenismo, y afecta más a la negociación y la cercanía con el PRI, pudiese ganar su primera gubernatura.

Otto contra Héctor Hugo

En Aguascalientes, Héctor Hugo Olivares ha necesitado remontar la demeritada gestión del gobernador salinista Granados, que, entre otras cosas, provocó el debilitamiento del PRI y el enorme crecimiento del panismo.

La enemistad entre Olivares y Granados es plenamente conocida, de tal manera que, para algunos, la nominación del primero es una nada velada amenaza contra el segundo, cuyas cuentas públicas serían revisadas con una lupa y la palabra ``venganza'' inscrita en el mango. Para otros, en cambio, el agrarista Olivares, teñido del color del priísmo que rechaza la población mayoritariamente urbana de aquella entidad, es un sacrificado en aras de arreglos con el panismo que con Felipe González estaría predestinado a la victoria.

De los tres candidatos priístas en peligro, dos de ellos (Murat y Olivares) tienen suficientes (alguien diría que excesivas) mañas para enfrentar la artillería que les envían sus adversarios hoy todavía dueños del poder. El otro (Olvera) aparece menos hábil, pero tiene en su favor el importantísimo apoyo del grupo delamadridista y, específicamente, de Genaro Borrego. Los dos primeros, por el contrario, pertenecen a corrientes políticas en declive, y no forman parte, ni podrán hacerlo, de la esencia tecnocrática dominante. La derrota de Olvera provocaría (no por él, sino por sus promotores reales) enojo y dolor en algunas oficinas importantes del Distrito Federal, mientras que, en los otros dos casos, habría quienes se alegrarían por la desaparición política de dos personajes más del priísmo tradicional.

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