La Jornada lunes 18 de mayo de 1998

Héctor Aguilar Camín
¿Democracia en el PRI?

La buena memoria lleva a la opinión pública a no creer demasiado en los experimentos de cambio del PRI. A veces la lleva incluso a ignorarlos o pasarlos por el lente de la crítica como simples disfraces de lo mismo. Ninguneo, sarcasmos y descalificaciones, es lo que han cosechado hasta hoy los experimentos priístas de elecciones primarias en Chihuahua y Tlaxcala. Nadie parece tampoco poner demasiada atención, salvo para denunciar vicios tradicionales del priísmo, en la elecciones internas que el próximo domingo tendrán lugar en Puebla, Sinaloa y Tamaulipas.

En todos esos sitios los priístas han convocado a elecciones universales para escoger al que será su candidato a gobernador. Las casillas de votación, el padrón y la acreditación necesaria para votar son las que se han utilizado en elecciones federales, de modo que puede votar quien tenga su credencial de elector. Los precandidatos acuden a esas elecciones con las prerrogativas de un partido político: tienen representantes en el órgano electoral y en las casillas. Las campañas son cortas e impiden la invención de un candidato sin arraigo, aunque no la desigualdad de recursos ni de apoyo político oficial.

El procedimiento escogido no es una novedad, ni siquiera un invento priísta. Es similar al que usó el PRD en la elección de su candidato a la jefatura del gobierno de la Ciudad de México, en 1997. A nadie se le ocultan las deficiencias que ese procedimiento puede tener cuando quien organiza las elecciones estatales es el propio PRI local, o sea, en realidad, el gobierno del estado. A nadie se le oculta tampoco que los gobernadores podrán meter mano en la elección favoreciendo con recursos y presencia a su candidato. Se conoce la capacidad de presión, intimidación, coerción, soborno o persuasión que puede tener sobre sus competidores un gobernador decidido a imponer al candidato de su partido.

Y sin embargo las elecciones están ahí, los candidatos tienen que ganar en las urnas su derecho a representar al PRI. No es un hecho trivial. Los priístas parecen haber tomado nota, al fin, de que en condiciones de competencia política abierta los ``candidatos de unidad'' no producen unidad, sino priístas inconformes que se vuelven can- didatos de otros partidos. Parecen admitir también, implícitamente, que su organización no puede garantizar hoy por hoy la limpieza de una elección interna, ni la aceptación de la derrota por los perdedores. El PRI carece de padrón de militantes y sus mandos directivos no han sido electos, sino designados por diversas instancias de poder previo, es decir, por distintas variantes del dedazo.

La línea de experimentación que ensaya el PRI consiste en universalizar las elecciones internas en vez de cerrarlas a las instancias partidarias, utilizando para ello los diseños e instrumentos electorales del IFE, los únicos inobjetables que hay en la materia dentro del país. Es una línea que tiende a imponerse aunque su aclimatación dependerá en gran medida de los resultados. No es un experimento que venga de los gobernadores, para quienes el experimento supone diversas renuncias y riesgos políticos. Las elecciones primarias del PRI parecen parte de una estrategia presidencial camino a la sucesión del año 2000.

El presidente obtendría del PRI, a cambio de unas elecciones abiertas dentro del partido, la supresión de los candados que impiden a algunos de sus colaboradores ser candidatos del PRI. El presidente y el PRI ganarían también otra cosa, acaso más decisiva: un candidato presidencial con legitimidad democrática y credibilidad pública. Un candidato, por tanto, con posibilidades de ganar la presidencia en el año 2000.

Es un premio no infrecuente de las contiendas democráticas internas: catapultar al partido junto con el candidato triunfador. El inesperado triunfo de José Borell en las elecciones internas del Partido Socialista Obrero Español, sobre el candidato favorito de la élite dirigente, colocó al PSOE, de un golpe, por encima del gobernante Partido Popular, en las preferencias de los electores. Un efecto semejante podría tener para el PRI, por inesperada, la elección democrática de su candidato presidencial.

Ganancias aparte para el presidente y su partido, la democratización del PRI en el rumbo que anuncian las primarias de algunos estados de la república, sería una ganancia neta para el proceso político de México: la modernización del más tradicional, menos democrático y más poderoso de sus partidos políticos. ¿Será? Por lo pronto el presidente ha puesto a jugar nuevos nombres en su baraja con los cambios del gabinete presidencial. Esos cambios, tradicionales, atraen más la atención que los experimentos democratizadores en marcha. Bien visto, no son cambios contradictorios, podrían ser complementarios. Pero en la memoria y la imaginación públicas, la sombra del dedo presidencial es mayor que ninguna otra presencia, aun si se trata de la sombra de un dedo acotado o recortado.