José Cueli
¡O, negro toro de pena!

Qué belleza hay en la prosa de María Zambrano, la tierna escritora española! Qué belleza cuando canta al toro ``Sí, me he dejado al toro. El toro, el que está ahí desde siempre. El toro que aun en su forma concreta, el maravilloso animal que lleva sol y luna entre sus astas, sacrifican todavía, todavía los españoles; en un doble sacrificio, el del torero que lo sacrifica arriesgando la muerte, además, para formar con él el jeroglífico toro-pájaro''.

Lástima que ese toro al que cantaron los poetas no aparezca en las plazas. Descastado, dejó de ser el ejemplo y símbolo más claro del mal de la fuerza bruta en la naturaleza. El toro perdió ese ``pensamiento de muerte'' de su instinto. La agresividad en su mirada son los recuerdos de otras épocas. Lejos quedaron las poesías de

García Lorca al toro:

``Y a través de las ganaderías
hubo un aire de voces secretas
que gritaron a toros celestes
mayorales de pálida niebla
¡O, negro toro de pena!

Si en la México nos quejamos de que en los últimos años en vez de toros se lidian becerritos con cuernitos de mazapán, en España, primero en Sevilla y esta semana en Madrid, al igual que en el resto de su geografía aparecen torotes engordados, corralones, pero sin fuerza, ni casta, al grado de que ruedan y ruedan por el ruedo, no por el efecto de espectaculares volapíes sino para contemplar rubias turistas y recrear eróticas fantasías.

Un rejoneador, don Pablo Hermoso de Mendoza y su caballo Cagancho, han sido lo importante del serial isidril madrileño a falta de toros. El caballo negro de don Pablo que galopa agitando sus patas cual si fueran alas. Corre, corre por los ruedos de España y en su galopar tiene el ritmo del toreo. Cagancho regresó a la fiesta enmascarado de caballo y relumbró a los aficionados de la plaza de la calle Alcalá.

Con don Pablo Hermoso de Mendoza, caballero hecho uno con Cagancho, si los toros no viene a él, su baile por soleares los cita y los toros descastados se rinden a su musical pataleo y surge el toreo, lástima que sin la emoción de antaño, al torear novillos despuntados. Gerardo Diego, el poeta santanderino, le cantaría a este caballo, como le cantó al torero de la verde luna, que le dio nombre:

``Todo el cante de las fraguas
martilla el ritmo caló;
si tu rey de los veraguas, primo de reyes soy yo
Sangre y duende, casta y raza
doble majestad. La plaza
se nos puso salomónica
¡aire! martinete ronco
que pasa trotando el tronco
reina de Saba, verónica''.