He sido acusado públicamente por Enrique Mercado de robarle el crédito de una traducción. Las apariencias lo apoyan, pero nada más. En 1995 coordiné externamente la edición de un libro para Reader's Digest y encargué a Enrique la traducción y algo de redacción. Sin embargo, el libro publicado dice en la página legal: ``Traducción de Reader's Digest México, SA de CV, con la colaboración de Augusto García Rubio''.
Enrique piensa que oculté a la editorial su autoría de la traducción para quedarme con el crédito; así lo ha dicho en una carta publicada en Proceso (No. 1120, 19/abril/98), parcialmente reproducida en La Jornada Semanal (3/mayo/98) y en El Universal (12/mayo/98), y en un artículo publicado en La Jornada (14/mayo/98).
Enrique está indignado y enardecido. Es comprensible; tiene derecho pleno a su crédito. Quien se respete en nuestro medio estará dispuesto a defender su derecho; yo mismo, el primero. La traducción es un trabajo intelectual creativo que exige gran conocimiento, esfuerzo y atención, y por ello merece respeto. Si ofrecí a Enrique el trabajo no fue por juzgarlo mal traductor.
¿Qué ocurrió? Muy sencillo: fue un error humano. La editorial reconoce que si mi nombre apareció en la página legal fue por un error involuntario de su gente: se confundió al coordinador externo de la edición con el traductor. Ofrecen corregir la página legal en futuras ediciones.
Jamás pensaría en suplantar la autoría de nadie. Los editores de Reader's con quienes traté siempre supieron que Enrique era el traductor. Tengo evidencias: correspondencia y documentos de trabajo (noventaitantos capítulos llevados de ida y vuelta, que inician con su crédito). Ni Enrique ni nadie tiene elementos objetivos para ``saber'' (y por tanto afirmar) que robé su crédito. Lamento mucho el error y que no se haya aclarado a tiempo: no debió llegar la adrenalina al río.
Pero Enrique, antes de atacarme, no me consultó ni me permitió explicar nada. He querido mostrarle las pruebas que me exculpan, pero no responde a mis telefonemas. Enrique, que en un principio cayó en un error, ahora elige insistir en él... Decidió ignorar la amplia aclaración que publiqué en Proceso 1121 (26/abril/98) y concluye en La Jornada: ``Augusto García Rubio es un delincuente. Su robo no debe quedar impune, tanto en beneficio de mi persona como el de la comunidad de traductores y editores de México. ¡Ah!, y también de los lectores''.
¿Quién es delincuente? ¿Yo? ¿La editorial (que obró de buena fe y desea resarcir el daño)? ¿O Enrique, que no ceja en la difamación aún ante las evidencias de que confunde quijotescamente molinos por dragones? No se puede reparar una injusticia con otra. Prefiero que no haya delincuentes. Pero es difícil aceptar que obstinadamente lo llamen a uno ladrón en la prensa nacional. Ojalá Enrique procediera legalmente; mejor un juicio que la sorda y reiterada difusión de prejuicios. Si persevera en la calumnia, me obligará a demandarlo.