Tengo la fortuna de tratar con varios restauradores de primer nivel: Tomás Zurián, Manuel Serrano, Lolita Fernández, José Sol, Rosalía Cuevas. También conozco algunos que viven en el extranjero como Annie Aviran, David R. Caballero y Pierino Sassi. Hace unos meses vi una exposición de más de 20 obras de los llamados Ferrandos (artistas originarios de Valencia que trabajaron para los Medici restaurados, es decir, para los príncipes florentinos) tan, pero tan restaurada por una misma mano, que lo que allí se veía era sólo la impronta del restaurador, que repintó en exceso, cosa que en México no suele hacerse.
Cuando vi por primera vez la bóveda de la sixtina después de la larga y muy costosa intervención financiada por los japoneses extrañé la pátina, las grietas, el humo de los cirios y la mugre. Se decía que la limpieza había desprendido el intonaco. Después me fui acostumbrando, pero es cierto que aquellos efectos tropé 1'oeil que hacían ver allí los elementos arquitectónicos pintados como si realmente fuesen volumétricos, ya no se perciben así. Tuve oportunidad de comparar el color de la bóveda limpia con las pinturas de la capilla paolina, también de Miguel Angel, obra posterior al Juicio Final. Su concepto colorístico pudo haber cambiado radicalmente a lo largo de varias décadas, no obstante los colores de la paolina, ácidos que son, me parecieron menos saturados y más opacos que los de la bóveda intervenida. Como la paolina es capilla privada (no abierta al culto) esas pinturas han sufrido en mucho menor medida el paso del tiempo que las de la bóveda.
Pero ese no es el tema de este artículo.
La exposición de Manuel Rodríguez Lozano en la Sala José Juan Tablada del Museo de Arte Moderno ha producido bastante literatura crítica, de lo cual hay que congratularse, pues eso quiere decir que la muestra sirvió a su propósito: revisar. Uno de los puntos discutidos en las reseñas y artículos aparecidos ha sido el restauro de la pintura Dos muchachas. En un artículo anterior anoté que las dos figuras femeninas, Paloma y Zenaida, se presentaron inicialmente a mi vista y a la de Jorge Alberto Manrique como dos cuadros separados, enmarcados en forma de bocina invertida, igual opción que la que ostentan otros cuadros suyos. Paloma era un busto y Zenaida figuraba de cuerpo completo, en un formato vertical muy alargado, mismo que Rodríguez Lozano favoreció en otras composiciones, como en Mujer (1935) de la colección Isaac Gutman o en el cuerpo masculino descabezado en 1933.
Las dos muchachas (hay otro cuadro de tema similar) fueron empalmadas en un solo soporte, tal y como Rodríguez Lozano las concibió en 1929. La discusión sobre dicho restauro persiste. Juan Coronel Rivera arguye que fue el propio autor quien fraccionó la composición en dos, ``supongo que hacia 1971, antes de su muerte, ya que la tela aparece aún en su estado original en la monografía de Berta Taracena en ese año, última que se hizo en vida de R.L.''. Lo que aparece en el libro publicado por la UNAM el año de la muerte del pintor es una fotografía del cuadro, pero no fue tomada ex profeso sino que pudo ser la misma toma utilizada en 1940 por José Bergamín. Cuando un autor intenta ilustrar su libro, sobre todo en uno de los llamados ``de línea'' lo primero que hace es valerse de las fotos de archivo. Esto puede suceder aun en los ``libros de arte'' de hoy día ricamente ilustrados a color. Si hay fotos profesionales, bien tomadas, se utilizan, pero si no las hay, si son defectuosas o si los derechos para utilizarlas están vetados se contrata a un fotógrafo. Taracena tenía contacto frecuente con Justino Fernández (de quien toma la sustentación de sus argumentos) y por lo tanto las fotografías del archivo del Instituto de Investigaciones Estéticas estaban a su disposición, cosa que ella ha manifestado de palabra. Así las cosas, el cuadro pudo haber sido dividido antes de 1971.
Coronel Rivera supone que las causas reales de la división pudieron ser económicas. El sabe de otros artistas que han procedido de idéntica manera: ``Rafael Coronel en los (años) sesenta, algunas veces inconforme con la totalidad de una tela, rescataba lo que a su parecer era la parte mejor resuelta y la adhería a un masonite... Algunas veces hacía esto con obras ya firmadas, totalmente concluidas... Más el rey del recorte fue Paul Klee, de hecho 60 por ciento de sus obras tuvieron un origen conjunto y ahora las conocemos fragmentadas''.
Un día Sergio Hernández me invitó a presenciar un auto de fe. Quería quemar pinturas suyas. Le indiqué que ciertas áreas de algunas eran muy buenas y procedió al corte, sacrificando a la hoguera lo demás.
Raquel Tibol se manifestó en contra del estado actual de la pintura y quien firma I.C.S. anota que ``más que salvar el cuadro, se le empobreció. No porque iconográficamente la decisión haya sido favorable deben desconocerse los valores plásticos''. Estoy de acuerdo. El cuadro no se ve bien.