Pedro Miguel
Confianza y avance económico

Deberíamos vernos en ese espejo de humaredas y manifestantes destripados que es Indonesia para entender los límites del modelo económico: se incrusta un país cualquiera en el mercado global, se le ofrece a su población acceso irrestricto a jeans y videocaseteras y se apapacha a los exportadores mientras se destruye el tejido social premoderno, ineficiente y poco competitivo. La cosa parece marchar y el país del ejemplo --todo un tigre-- empieza a cambiar sus harapos por el vestido de gala con el que formalizará su ingreso al Primer Mundo. Un buen día, a un operador de bolsa de Hong Kong le viene un hipo súbito, las finanzas regionales se vienen abajo como un tigre de papel y hay que correr a pedir prestados 43 mil millones de dólares al FMI para estabilizar la economía. El organismo suelta el papel, pero antes exige que le quites los jeans y las videocaseteras del Edén a los habitantes, es decir, que los vuelvas a dejar en grado de multitud harapienta sin valores agregados. El gobierno cede a la condición sin pensarlo mucho --después de 32 años en la gloria del poder, el cerebro del señor ha perdido tersura-- y el país revienta. Pero lo mejor de todo es la cara dura con que los hablantes anónimos del Fondo Monetario defienden su receta y, 500 muertos y 3 mil edificios incendiados después, afirman que ésta ``sigue siendo muy apropiada para la situación económica indonesia, restaurar la confianza y retomar el avance económico''. Claro, en cuanto los indonesios levanten el mugrero de sus disturbios y entierren esos 500 cadáveres que son tan poca cosa para la macroeconomía.

El problema es que los pájaros de la inversión foránea volaron en masa para escapar del archipiélago y de la mala costumbre de sus habitantes de sublevarse cuando ya no pueden con el peligro en que lo hace vivir, durante muchos años, un dictador envejecido: en las tres décadas que van de las matanzas de Sukarno a las de Suharto los indonesios no han aprendido a agradecer los empeñosos desvelos de su sátrapa ni los propósitos humanitarios del FMI. La combinación de estructuras políticas antediluvianas con modernización económica neoliberal es la receta perfecta para crear un potente explosivo social, tanto en las islas como en tierra firme.

La pretensión de anticipar --y evitar-- los terremotos económicos es tan disparatada como la de tener un control análogo sobre los sismos geológicos. Por hoy, la economía global es, en gran medida, un fenómeno inefable, por más que algunos pongan cara de que entienden algo. Estamos inermes ante los yakartazos eventuales. No es necesario contar con El Niño para arruinar las predicciones: el aleteo de una mariposa de Sumatra contribuirá a desencadenar un viento que destruya las milpas de Nicaragua.

Peor aún, el discurso ideológico correspondiente ha terminado por asumir que el conjunto de las sociedades humanas se comporta como una fuerza natural a la que no es recomendable oponerse. Toda actitud divergente cae en el error del voluntarismo y genera monstruos de la Historia. Deja actuar la mano invisible del mercado, sé paciente con las medidas de ajuste y algún día un remoto descendiente tuyo llegará al Paraíso colmado de jeans y videocaseteras y casas de tres recámaras con auto a la puerta.

La alternativa es si hacerle caso a ese precepto, y arriesgarse a pasar, tarde o temprano, por un viacrucis como el de Yakarta, o exigir a quienes corresponda que se introduzca en la globalidad desenfrenada y adictiva algunos elementos de racionalidad.