Chihuahua, Chih. Uno de los atractivos interesantes de un proceso político, como el que se vive hoy en Chihuahua, es que esta región se ha convertido en un territorio de experimentación. El próximo 5 de julio habrá elecciones para renovar los poderes y la moneda está en el aire, nadie sabe con certeza quién será el próximo gobernador; como en los casos médicos de extrema gravedad, se trata de un pronóstico reservado. Por lo pronto, lo importante no es saber quién va a ganar, sino cómo se está construyendo el proceso.
Dentro de una marcada estructura electoral bipartidista, PAN-PRI, hay diferentes razonamientos sobre cómo emitir el voto: existe un grupo muy definido, el voto duro de los partidos, el que casi no cambia, que se emite por el partido, de forma independiente a los candidatos; sin embargo, estos grupos son cada vez menos decisivos. Luego están los indecisos, que toman en cuenta factores que cambian como los candidatos y sus ofertas. Estos grupos están frente a una decisión clave: votar para que siga gobernando el PAN --lo cual se puede basar en el amplio reconocimiento que tiene el gobierno de Barrio-- o votar por un regreso del PRI. Este sector de ciudadanos es el que va a decidir el color del próximo gobierno.
Entre los indecisos existe un importante sector que se enfrenta al dilema del mal menor, que consiste en optar por una opción satisfactoria a medias, un candidato o un partido; son a los que les gusta más un candidato, pero no el partido que representa, o el caso contrario, que les agrada el partido, pero no necesariamente el candidato. El fondo de este dilema es importante porque tiene que ver con la situación de alternancia que existe en Chihuahua y plantea dos preguntas: ¿qué puede pasar si el PRI regresa al poder después de seis años? ¿El candidato del PAN garantiza la continuidad y los avances del gobierno de Barrio? Es decir, puede haber restauración del PRI o cambios fuertes incluso con el PAN. Para el PRI recuperar Chihuahua significaría, sin duda, un fortalecimiento de cara al año 2000; sería la carta de presentación de un escenario nacional de triunfo. De forma similar, para el PAN hay un interés particular en consolidarse en esta región y, además, representaría un mensaje de optimismo para la sucesión presidencial.
En esta campaña los partidos han puesto a prueba sus mejores armas y todavía falta el final. Se trata de partidos bien organizados y estructurados en todo el estado. En los métodos de selección hubo novedades. El PAN hizo unas elecciones primarias, como es su costumbre, pero tan competidas que llegaron a lastimar los grupos internos. Ese proceso terminó a principio de febrero, tiempo para sanar las heridas y presentarse unido. Por su parte, el PRI puso a prueba, en marzo, la novedad de una elección abierta para seleccionar candidato a gobernador, fue un éxito que le generó simpatías y lo colocó en la delantera; sin embargo, dos meses después, en mayo, trató de hacer lo mismo con los candidatos a alcaldes y el resultado fue un fracaso, hubo juego sucio y cartas marcadas con lo cual quedó dividido, perdió la ventaja y se emparejó frente a su contrincante panista.
Las campañas no acaban de prender. La percepción es que han desaparecido del cálculo de los ciudadanos las posibilidades del fraude. La atención está concentrada en las imágenes de los candidatos. Han empezado a verse espacios de debate político en los medios de comunicación, y para fin de mayo se va a realizar un debate público. Además de las estrategias publicitarias de los partidos y candidatos, las encuestas de opinión van marcando los resultados parciales sobre las preferencias del voto.
En Chihuahua las huellas de la alternancia generan un proceso electoral como en cualquier país democrático. Dentro de 46 días se conocerá la decisión de los ciudadanos y entonces sabremos qué pasará después de la alternancia, si hay un voto de aprobación al gobierno de Barrio y a su partido o un escenario de regreso del PRI. Por lo pronto, la pregunta seguirá sin respuesta, ¿qué pasará después de la alternancia?