La celebración, el pasado 26 de abril, del primer Día de la Nutrición Infantil sirvió como contrapunto al ritual comercializado del tradicional Día del Niño. ¿Cómo festejar a la niñez en un país donde la desnutrición ha aumentado en los últimos diez años y hoy afecta a casi la mitad de la población infantil (La Jornada, 27 de abril de 1988).
Entre los datos aportados por los expertos en aquella ocasión hay uno que debería ser motivo de especial preocupación. De acuerdo con el doctor Rafael Camacho Solís, asesor de la Secretaría de Salud, la comparación entre el primero y el segundo censos nacionales de talla revela que la estatura promedio de los niños mexicanos entre seis y nueve años de edad ha disminuido en 1.7 centímetros (Reforma, 27 de abril de 1988). Esta información viene a corroborar los hallazgos publicados hace más de 20 años por uno de los grandes estudiosos de la desnutrición en México, el doctor Rafael Ramos Galván, quien demostró el descenso de la estatura en diversas poblaciones pobres de nuestro país.
El significado profundo de este hecho se pone de manifiesto cuando se constata que en la mayoría de los pueblos existe una tendencia secular, acentuada durante los periodos de auge económico, hacia el aumento de la estatura. Tal tendencia se observa lo mismo en las poblaciones de los países ricos que entre los niños mexicanos de clase media urbana estudiados por Ramos Galván. En cambio, para grandes masas de niños marginados -que en las comunidades indígenas pueden llegar a representar hasta tres cuartas partes del total- este proceso de crecimiento físico se trunca.
La reducción de la estatura promedio en muchos grupos de mexicanos no es una cuestión puramente cuantitativa limitada a los centímetros. La talla es una expresión del crecimiento y del desarrollo. En pocos fenómenos como en éste se revela tan claramente el impacto de la sociedad sobre los individuos. El crecimiento y el desarrollo constituyen un reflejo de las potencialidades individuales. Por ello re- presentan la interfase entre el desarrollo económico y el desarrollo somático, mediante la alimentación que combina, precisamente, instancias económicas y sociales con procesos biológicos. En esta forma, la estatura de los grupos marginados deja de ser una simple medida del tamaño del cuerpo para revelar los mecanismos por los cuales las contradicciones sociales estallan en los cuerpos de los individuos. Ahí se dibuja, con nitidez, la historia corporal de la desigualdad. Ahí se mide el tamaño de la injusticia.
Más allá de las cifras sobre la recuperación macroeconómica, hechos como los anteriores dan cuenta, en su temible concreción, de la frustración cotidiana de amplios grupos sociales por la negación de una vida plena. Sin duda, el cúmulo de desnutrición y enfermedad que aqueja a tantos niños mexicanos es la mayor hipoteca que pesa sobre los hombros del país.
En el pasado las políticas públicas postulaban una visión simple según la cual el crecimiento económico daría lugar al mejoramiento en el bienestar social. Hoy sabemos que la relación también opera en el sentido inverso: sin niveles adecuados de nutrición, educación y salud ningún país genera la base humana del crecimiento económico. México no podrá lograr el desarrollo sostenible de su economía mientras no garantice el desarrollo saludable de sus niños. La desnutrición infantil termina por condenar a la sociedad entera a la inanición económica y moral.