La Jornada jueves 21 de mayo de 1998

Víctor M. Godínez
Descrédito y revulsión

Las crisis financieras suelen estar vinculadas con operaciones que rebasan los límites de la ley. Según Charles Kindleberger --reconocido historiador de esas crisis-- la propensión a estafar y a ser estafado discurre paralela a la de especular durante las fases de auge. El pánico propio de los momentos de crisis, en cambio, induce aún más al engaño para conseguir la propia salvación; es entonces cuando la clásica consigna ``sálvese quien pueda'' domina las reacciones primarias de los agentes. De acuerdo con este especialista, ``la señal del pánico es, con frecuencia, la revelación de una estafa, robo, malversación o fraude''.

No ha faltado en nuestra crisis financiera ninguno de estos elementos. El ``pánico'' (o movimiento de conversión de activos físicos y financieros a dinero o reembolso de la deuda) de 1995 está lejos de haber desaparecido del todo, y la revelación de comportamientos presunta y francamente delictivos de algunos dirigentes, ejecutivos y empleados de la banca, no parece tener fin. A cada revelación, a cada escándalo, los miembros de la llamada cúpula financiera y las mismas autoridades gubernamentales se empeñan en aislar el caso del día para presentarlo como un acto excepcional que no compromete a las instituciones bancarias ni responde a un patrón más o menos generalizado en el sistema de intermediación de prácticas y comportamientos viciados.

``Sólo son delitos de empleados'', dijo don Carlos Gómez y Gómez, presidente de la Asociación de Banqueros de México, refiriéndose a las detenciones por lavado de dinero realizadas por las autoridades estadunidenses en el llamado operativo Casablanca (La Jornada, 19/05/98). También hizo ver que sólo son 26 los detenidos de un total de 14 mil personas empleadas en el sector. Otros personajes han observado que los montos involucrados en esta operación policiaca son relativamente muy pequeños. Todo esto es correcto. Y sin embargo, queda la duda. Si la banca no cargara sus penosos antecedentes y si además hubiera la certeza, avalada en evidencias, de que hasta aquí llega la madeja descubierta por las autoridades de Estados Unidos, la opinión pública estaría obligada a reducir este episodio a una mera dimensión judicial y a no añadirle ninguna otra connotación.

Pero queda la duda. Y queda porque la banca, y de manera más amplia el sector financiero, goza --doble paradoja-- de un fuerte descrédito social. Este es quizá uno de los temas sustantivos de la discusión actual sobre el sistema financiero. Las razones de su descrédito son múltiples pero tal vez puedan resumirse en una frase: hace muchos años que las instituciones financieras no cumplen debidamente en México con su papel de intermediación. En lugar de apoyar el crecimiento, lo han depredado. En lugar de fomentar la formación de capital, han sido la central vital de la especulación y la usura.

Pero las instituciones financieras no operan en el vacío. Sus actividades se realizan en el interior de una estructura institucional y normativa que --al margen de sus características formales-- no ha sido plenamente respetada ni se ha hecho valer. Y esto empieza con las propias autoridades, cuya ineficacia en esta materia está plenamente documentada. Lo mínimo que puede decirse es que la normatividad y la supervisión --en sus versiones antiguas y actuales-- son aplicadas con debilidad en este sector. Digámoslo sin cortapisas: los encargados de supervisar las empresas bancarias no han cumplido su tarea, han sido incapaces de dar seguimiento al comportamiento de estas instituciones y no han informado debidamente y con transparencia de las irregularidades e indisciplinas múltiples que van emergiendo progresivamente a la luz pública.

Conviene citar de nueva cuenta a Kindleberger en su indispensable Manías, Pánicos y Cracs: ``No concierne a este texto que el transgresor sea castigado de un modo u otro o viva el resto de su vida inmerso en un lujo indulgente. Lo que aquí nos interesa es la revelación de la estafa, el fraude o el desfalco. Esto sirve para que el mundo sepa que las cosas no han sucedido como deberían haber sido, que es hora de detenerse y ver cómo son realmente. La difusión de un hecho delictivo, por arresto o rendición del malhechor, o por alguna de las formas de confesión, vuelo o suicidio, es importante como signo de que la euforia se ha extinguido. La etapa de la sobrenegociación puede llegar a su fin. El telón se alza dejando al descubierto la revulsión y el descrétido''.