Mucha gente de o aficionada al teatro --incluyendo algunos críticos-- consideran ``comerciales'' obras en que campean gracia e ingenio aunque la propuesta dramatúrgica vaya mucho más allá de la mera diversión ligth. Así le ocurrió a Antonio Serrano, así le sigue ocurriendo a Sabina Berman con sus últimas propuestas. Además de que quisiéramos que el teatro todo resultara taquillero, habría que establecer lo que hace la, a veces mínima y poco aparente, diferencia. A mi entender, sería teatro comercial aquel que sólo mira hacia la taquilla y, para congraciarse con un público de gusto depauperado, recurre a los más bajunos recursos como serían las morcillas (que algunos califican de ``ingeniosas improvisaciones''), el referente sexual, la dirección y las actuaciones rutinarias. El otro teatro, el que recurre al humor para comunicar cosas que a todos, o a una gran parte de nosotros, nos atañen, muchas veces, o casi todas, resultan más atingentes que algunas elucubraciones seudoprofundas, por no hablar del melodrama lacrimógeno.
La línea que separa al humor legítimo con la chistosada sin sentido y sin mayor objeto que la taquilla, se hace muy evidente si se comparan textos de nuestros buenos dramaturgos -que pueden ir desde Héctor Mendoza y Emilio Carballido hasta los más jóvenes-- en que el ingenio de diálogos y situaciones se entrevera con la profundidad del tema, con algo como Dos vs uno(a). No valdría la pena detenerse en semejante engendro si no fuera porque supone el declive de gente que en un momento dado parecía ofrecer otra cosa y porque los componentes del grupo hablan de un proceso de año y medio para lograr -eso dicen, lograr-- su comedia. Al parecer, director y actores se reúnen y hacen propuestas de situaciones y diálogo y al final el poco solvente Mauricio Pichardo realiza la tarea dramatúrgica. Así ocurrió con la exitosa Cuatro X, de gran parecido con La coincidencia, de Leonor Azcárate, conocida ya por lecturas públicas. La dramaturga, pese a su justa indignación, poco pudo hacer gracias a ciertos resquicios legales, pero en el aire quedó una mala impresión; quizá por ello ningún teatrista se movió en defensa de esa obra cuando sufrió censura moralina en alguna de sus giras.
Con todo, Cuatro X tenía una cierta consistencia que aquí no se advierte por ninguna parte. Es una lástima. El director Nathan Grinberg parecía, en los inicios de su carrera, aspirar a un teatro interesante y poco convencional. El actor Ari Telch (quien junto a Grinberg y Pichardo anima lo que califican de taller) había mostrado una simpatía escénica que aquí se ha perdido en aras de una especie de encanto rutinario, si se vale tal expresión. Sergio Klainer ha demostrado su capacidad a lo largo de su carrera y Fabiana Perzabal nos había convencido como Camille Claudel. No se trata de que buenos actores no deban hacer un teatro considerado comercial, sino que se pierdan aspiraciones con trabajos como éste.
Lo que molesta es que todo está lleno de trampas. Se habla de un taller y se sale con un producto lamentable; en el programa se agradecen las asesorías de tres psicólogos para dar los datos más elementales acerca del trato de un paciente y su terapeuta. Cualquiera creería que van en serio y que se trata de una propuesta simplemente fallida. Y no. Hay alevosía y ventaja en proponer a un público ingenuo y fan de Ari Telch un subproducto en que nada se salva. Hay poco dinero en la producción y se nota, con una escenografía pésimamente realizada, en ese departamento de dos niveles uno de los cuales nunca se utiliza, excepto para dar unos pasos de baile y acreditar una ``coreografía'' de Vivian Cruz. Situaciones planteadas que no conducen a nada, salvo a un manido chiste, como el descubrimiento de que José Esteban es un genio financiero, lo que lo lleva a hablar de su asesor que está ahora en Irlanda. Viejos chistes acerca de las suegras que se intercambian María Ximena y José Esteban. Carretadas de chistes sexuales de doble sentido a cargo de toda la compañía, sobre todo de Liza, personaje a cargo de la poco simpática y de pésima dicción Gloria Izaguirre. Por esta vez, nadie se desnuda y no hay cómo, lo que les resultará propicio en sus giras por el país una vez que aquí agoten a ``su'' público.