Rodolfo F. Peña
Escándalo
Nuestro honorable sistema bancario, al que el gobierno destina todo amor y toda gloria, está siendo piedra de escándalo a escala internacional. Cualquier ciudadano común entiende, aunque no esté al tanto de los detalles del procedimiento, que los millones de dólares obtenidos por quienes se consagran a esa actividad colateral (pero todavía ilícita) del narcotráfico, tienen que llegar a los ductos financieros para pasar al mercado legal del dinero; es decir, tiene que lavarse. Esto sucede en todas partes, y principalmente en Estados Unidos, primer consumidor mundial de estupefacientes, pero el fariseísmo de sus funcionarios judiciales les permite desentenderse de la viga en el ojo propio.
México debe combatir el narcotráfico en todas sus fases, entre otras cosas porque a ello lo obligan los acuerdos internacionales que ha firmado. Recientemente se puso en marcha un nuevo sistema para detectar con mayor efectividad las operaciones bancarias irregulares, pero parece evidente que dicho sistema ha sido burlado, pues la peliculesca operación Casablanca detectó transferencias posteriores a su entrada en vigor. A menos que no se haya empleado suficiente voluntad investigativa y persecutoria, habida cuenta del rango social y político de quienes podrían estar mezclados. Además, el país destina una enormidad de recursos a la lucha contra la droga en sus diversas modalidades, recursos que año tras año podrían haber reforzado el gasto social.
De ningún modo se trata de emprender aquí la defensa de los presuntos delincuentes que han sido detenidos al otro lado del río y entre las hierbas. Tampoco de las instituciones bancarias que han sido señaladas, o bien acusadas y demandadas. Ya todos se defenderán por sí mismos como puedan, o afrontarán las consecuencias.
Pero el verdadero escándalo, más que en el oscurecimiento de la imagen de nuestros banqueros (y no sólo de los empleados desleales, que tienen un fuerte olor a chivos expiatorios) está en el desprecio que las autoridades estadunidenses mostraron por nuestro país desde el inicio de la investigación hasta el momento en que decidieron hacerla pública.
Y es escandaloso, también, que nuestras autoridades hayan estado papando moscas, como bien dijo Calderón Hinojosa, durante tres años, y que ahora su mayor esfuerzo consista en reducir la importancia del affaire y lavarlo de toda connotación política, como si el patente desprecio a nuestra soberanía no tuviera un carácter y unos efectos políticos, y como si con sólo no acusar el golpe se borrara el moretón. Según lo admiten paladinamente sus ejecutores, la operación Casablanca (o caza-banca, por mejor decir) se condujo en secreto y unilateralmente. ¿Es eso colaboración? En ningún tratado bilateral o multilateral puede concederse a tal o cual país la facultad de intervenir discrecionalmente en los asuntos de otro, así esos asuntos sean de género policial. De modo que el comportamiento de Estados Unidos respecto de su vecino del sur es enteramente inexcusable. Pero no están pidiendo excusas, ni nadie se las exige; lejos de ello, nuestros funcionarios fiscales y judiciales se aprestan a colaborar con los hombres de Casablanca, por si algo se les ofrece en adelante: la vieja historia de los buenos y los vecinos.
Cuando se conoció la noticia, el presidente Zedillo estaba en el frente del sureste, en Chiapas, quizá muy preocupado por los riesgos que para la soberanía nacional entrañan los derechos cuyo reconocimiento reclaman los pueblos indígenas, por ejemplo el de la autonomía. Cualquier cosa antes que balcanizar al país y comportarse como Santa Anna. Por la noche, el Presidente se abrió un espacio para felicitar al presidente de la asociación de banqueros por su ofrecimiento de colaboración en las investigaciones iniciadas en Estados Unidos.