La humanidad está en espera, con devoradora ansiedad, del descubrimiento científico de una medicina o antídoto que libere al hombre del peor azote que se padece en nuestro tiempo, el sida.
Pendientes de semejante descubrimiento, los infectados actuales y los posibles, que son millones, buscan en las noticias diarias de los medios comunicativos la tan esperada medicina.
Pero --¡oh desilusión!-- la noticia que les ha llegado es la de un nuevo producto, Viagra, así llamado por una famosa empresa farmacéutica, que ha invertido en su investigación considerable tiempo y recursos económicos. La desilusión podría explicarse posiblemente no sólo por sí misma, sino por el temor de que el nuevo producto, lejos de ser un mitigador de la enfermedad en cuestión, pueda ser un multiplicador de ella, por sus poderes excitantes y contagiantes.
Sin embargo, una gran mayoría de hombres ven en Viagra, la píldora de la impotencia sexual, la píldora mágica, según sus productores. Los fabricantes estudiaron primero el mercado norteamericano, con un número de impotentes de 20 a 30 millones, más el dato revelador de que la impotencia sexual masculina es un mal que atañe a personas mayores, entre los 50 y 70 años. Por supuesto que se estudiaría también la tendencia actual a un mayor promedio de años de vida.
Freud inventó la palabra libido, como indicativa del instinto sexual que condiciona predominantemente el comportamiento humano. Lo que ha dado lugar a otras teorías coincidentes, alentando un mundo cautivo de enfermos, ciertos e inciertos, sobre todo entre aquellos hombres, machistas o no machistas, que sufren por los fenómenos derivados por el libido.
La aparición del Viagra, y otros sucedáneos, es un gran éxito, sin duda, de la ciencia médica, que merece aplauso. Lo es, especialmente en términos económicos, para la empresa farmacéutica creadora de la droga mágica. De plácemes, además, porque por la vía de la información mundial ha generado una campaña publicitaria difícilmente pagable en su totalidad, dada su enorme cuantía. Ahora vendrá la otra publicidad, la que directamente convenga a la empresa. Un humorista estadunidense ha propuesto ya un lema que pudiera traducirse al mexicano-español, por: cojo, luego vivo.
Pero los plácemes tienen implicaciones cuantitativas de mercados laterales. Por ejemplo, el de los fabricantes de preservativos, cuyas ventas se han quintuplicado en los tres últimos años. Pronto estarán cotizándose en las bolsas financieras del mundo. Falta por ver lo que ocurrirá con la expansión de los prostíbulos de lujo.
Desde la eternidad, los plácemes alcanzarán, acaso, a Mister Condom -el médico inglés de Carlos II-, a quien los preservativos deben su nombre desde mediados del siglo XVII.
Graciosas o paradójicas carambolas de nuestro tiempo, envueltas en la magia de la comunicación instantánea y simultánea.