Jaime Avilés
Fuego: ¿arde el país?

A la A...

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Cierro, abro los ojos: veo un gato gris que me da la mano y me dice hasta pronto con un guiño. Cierro, abro los ojos: veo un tren que va cruzando la noche italiana hacia la frontera suiza, y en la oscuridad releo de memoria un cartel que repite: ``Creareorganizzare contropottere''. Cierro, abro los ojos: me veo en los ojos de los turistas que me observan hablando a solas junto a la tumba de Joyce. Cierro, abro los ojos: veo la primera plana de La Jornada del 18 de mayo en un cybercafé de Zurich. Cierro, abro los ojos: veo tres conejos que retozan en un prado del aeropuerto Charles de Gaulle de Roissy. Cierro, abro los ojos: veo la llamita del encendedor que alguien me ofrece en el ghetto de fumadores del avión. Cierro, abro los ojos: veo el mapa de América y Europa, unido por una línea roja que apunta hacia Tampico y anuncia que el viaje está por concluir. Cierro, pero esta vez no abro los ojos, y pienso que la vida, en realidad, es una infinita sucesión de parpadeos.

Cuando el 747 cruza la franja costera del Golfo de México y empieza a bajar sobre las montañas del norte de Veracruz, el humo blanco de los incendios convierte las sierras y los valles en desproporcionados salones para bailes de 15 años, bajo los abrumadores efectos del hielo seco. El país, nuestra casa, está ardiendo. ¿Por qué no nos movemos?

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Hace una semana estalló un incendio cerca de la autopista México-Cuernavaca, a la altura de La Pera. Nadie lo tomó en cuenta porque había crisis política en el gobierno de Morelos. En ese corto lapso, el fuego ha recorrido una distancia de 18 kilómetros lineales, y en estos momentos devora las cumbres aledañas al pueblo de Parrés, en Tlalpan. No es un fenómeno provocado por los habitantes de aquellos bosques. Al contrario, es un proceso absolutamente asombroso.

Veinte días atrás fue descubierto un lugar en las faldas del Ajusco, donde el suelo estaba muy pero muy caliente. Los geólogos comprobaron que la temperatura en la superficie ascendía a 180 grados centígrados, y así lo dijeron a la prensa. Omitieron, sin embargo, que dos metros más abajo el termómetro marcaba de 200 a 250 grados, siempre centígrados. Y que aún más abajo, había agua en ebullición.

Días después, la gente detectó otro sitio con características similares en el estado de México. Las conclusiones de los geólogos fueron las mismas. La ruptura de la capa de ozono en las regiones polares del planeta permite que la luz del sol penetre en la atmósfera con mayor fuerza. Pero el sobrecalentamiento de la corteza terrestre, provocado por este accidente sideral de origen humano, está elevando asimismo la temperatura del subsuelo.

En aquellas áreas del territorio mexicano donde el suelo es de estirpe volcánica -es decir, donde todas las piedras son de lava-, el viento de los siglos ha acumulado millones de toneladas de residuos orgánicos, que debido a la furia del calor simplemente se queman. Ah, pero no puede haber fuego sin oxígeno, dirán los cultos. Es cierto. Sin embargo, el suelo de lava no es compacto ni plano: por lo contrario, es poroso, y sus rocas amontonadas dentro de la tierra forman galerías, que muchas veces prolongan e interconectan los animales subterráneos. Entonces, por esos túneles llega el aire... y sopla.

Dos semanas atrás, 12 campesinos, probablemente indígenas de la Sierra Norte de Puebla, fueron rodeados por las llamaradas de los árboles que se encendieron a sus espaldas, mientras ellos combatían de frente: con machetes, con espantamoscas de cuero para azotar las brasas, con cubetas, con nada. Al ver que no tenían para dónde hacerse, corrieron hacia la boca de una cueva, se escondieron dentro de ella y fueron barridos por una lengua de fuego que de pronto brotó desde el interior. El titular del Ejecutivo federal asistió a sus exequias.

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Técnicamente, hay tres tipos de incendios forestales y así los clasifican los bomberos: subterráneos, de superficie y coronados. Estos últimos son aquellos que se propagan a través de las copas de los árboles. Los segundos son los que abrasan el zacate, los matorrales y las hierbas. De los primeros ya se habló.

Pero hay otro catálogo. De las 300 mil hectáreas de territorio mexicano gobernadas autónoma y soberanamente por el fuego -sin que el ``gobierno'' emita una condena al respecto-, sólo una parte se quema por obra y capricho del desorden ecológico sin precedente que hemos instaurado. La otra parte no se sabe, todavía no se sabe, quién la incendió: ¿los grandes empresarios que buscan nuevas extensiones para reforestar el país con eucaliptos? ¿Las pequeñas guerras de baja intensidad que viven el sur y el sureste de México, es decir, Chiapas, Oaxaca y Guerrero?

El peor de todos los fuegos está en la reserva natural de los Chimalapas, frontera de Oaxaca y Chiapas. Zona de riquísimos recursos maderables, es también escenario de un conflicto político militar, donde el Ejército Mexicano mantiene miles de hombres acampados cerca de las comunidades indígenas. No se sabe más al respecto. Sólo que la lumbre es la única fuerza real que manda, impone, decide y decreta, porque el siniestro está completamente fuera de control. La situación de alarma es tan grande, que un comando de bomberos del gobierno de Estados Unidos se encuentra en los Chimalapas y procura la manera de intervenir con la más alta tecnología disponible.

Pero el modernísimo helicóptero Air Cane de los gringos, con capacidad para descargar 10 mil litros de agua en un solo movimiento, no puede remontar el vuelo porque las corrientes de aire caliente son capaces de derribarlo y la visibilidad ofrecida por el humo es nula. Algo parecido le ocurre a los modestos ``helibaldes'', o cubetas aerotransportadas, que posee la administración del doctor Zedillo y que no se están empleando ni siquiera para sofocar los incendios del contorno de las ciudad de México.

En Tabasco, la contaminación del aire fue medida por el Colegio de Bachilleres de la entidad y sus equipos científicos registraron un nivel de 700 puntos del Imeca. No obstante, el ``gobierno'' de Roberto Madrazo Pintado afirma que eso no es cierto. Rey de la credibilidad pública, Madrazo informa y forma opinión sin el menor empacho: ``En el estado no tenemos problemas de contaminación grave, por lo mismo no hay necesidad de medir la calidad del aire'', aseguró por boca de Sergio Jiménez, director de ``Protección'' Civil.

Con incendios en Sonora, San Luis Potosí, Morelos, estado de México, Distrito Federal, Puebla, Veracruz, Tabasco, Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Durango, Hidalgo y Chihuahua -por lo menos hasta el viernes 22 de mayo-, el país, nuestra casa toda, está ardiendo. La sociedad civil contempla el espectáculo estupefacta y taciturna, aterrada por su propia imaginación y deprimida por el humo, que es la única expresión de la melancolía en que nadie es feliz por sentirse triste.

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En los círculos concéntricos de Los Pinos, el régimen sabe que no tiene la menor posibilidad de apagar la hoguera en que de repente se ha convertido el país. Lo sabe, especialmente, la maestra Julia Carabias, quien hace unos meses proclamó que México tiene ``la mejor ley forestal posible''. Hoy, los bosques tutelados por ese nuevo ordenamiento son pasto de las llamas y no hay una fuerza militar o civil, política o religiosa capaz de resolver el problema. La única esperanza de quienes se han obstinado en hacernos perder toda esperanza es que llueva. Unicamente las lluvias del verano, piensan, traerán el antídoto contra el veneno. Y una vez más, los operadores de la Secretaría de Gobernación claman y gritan que les urge hablar con los pueblos indios, que necesitan volver al diálogo con Tacho y David, que darían cualquier cosa -menos los municipios autónomos- con tal de preguntarles, en buena, buenísima onda, cómo se invoca a los dioses más antiguos, cómo se conjuga en maya el verbo llover.

Pero los suelos tienen los cielos que se merecen, y en los de México no hay agua en forma de nubes: sólo hay humo, y el humo reseca el aire, lo vuelve árido, infértil, incapaz de retener la humedad exhalada por otros bosques, en otras tierras.

Es absolutamente indispensable organizar un debate nacional sobre el fuego, antes de que las circunstancias nos obliguen a improvisar un coloquio dentro del fuego mismo. El régimen está paralizado ante el mayor desastre natural y político registrado en el país, después de los terremotos de 1985. Pero a diferencia de aquella catástrofe, cuando las brigadas de voluntarios ganaron la iniciativa, hoy la sociedad civil permanece impávida y no reacciona. La casa se está quemando y no nos movemos.

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Pero el fuego es también una metáfora de la política. En menos de 10 días, el régimen ha escuchado dos veces el inesperado ya basta del norte. Primero desde Canadá, donde un grupo oficial de observadores de los derechos humanos declaró que por su manejo de los 8 mil indígenas desplazados que viven como animales en Polhó, el ``gobierno'' mexicano debería recibir una fuerte sanción económica. Y después desde Washington.

La operación Casablanca -la mayor investigación secreta contra el narcotráfico en la historia de Estados Unidos- ha deslizado por la espalda de algunos de los más importantes señorones del régimen largas y afiladas gotas de sudor frío. El Departamento de Justicia, al presentar los ridículos resultados que muestran a un puñado de funcionarios bancarios ``de nivel medio'' involucrados con el negocio de la droga, da una señal bien clara y mejor comprendida: el gobierno de Clinton tiene en sus manos el who is who de los gobernadores y secretarios de Estado que en sus horas libres, y aprovechándose de sus altos cargos, se dedican a la más lucrativa de las variantes de la economía informal.

Casablanca, lo insinuó León Bendesky, no es el adiós de Ingrid Bergman a Hum-phrey Bogart, sino el adiós definitivo de Washington al PRI. Y Washington acaba de comprender, en Indonesia con Suharto, que las dictaduras corruptas y demenciales son pésimas administradoras del neoliberalismo; de hecho continuamente ponen en riesgo al sistema financiero internacional.

En México, las cuentas del Fobaproa -según las cuales el ``gobierno'' regaló 552 mil millones de pesos a la banca- confirman que las instituciones de crédito recibieron 504 millones con 109 mil 589 pesos al día, es decir, 21 millones 4 mil 566 pesos por hora, es decir, 350 mil 76 pesos por minuto, durante tres años, incluyendo sábados, domingos y días festivos.

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La foto que apareció en esta página el sábado anterior no es mía, sino del reportero gráfico Alberto Ibáñez. El sujeto que acapara la atención en primer plano, distribuyendo macanas a los paramilitares del ejido Taniperla, es Juan F. Villafuerte, precandidato del PRI al gobierno de Ocosingo.

En esa misma entrega, el tonto del pueblo prometió que hoy abordaría aquí el tema de los presos políticos de Cerro Hueco. Pero tampoco hubo manera. Con la nueva disculpa vaya un exhorto: El Chamuco de esta semana contiene una historieta de Sergio Valdés, el caricaturista y profesor universitario que el 11 de abril fue detenido en Taniperla, acusado de rebelión. Esta semana, un conjunto de académicos de la UAM exigió públicamente su liberación inmediata.

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