La Jornada lunes 25 de mayo de 1998

Astillero Ť Julio Hernández López

El ejercicio periodístico corre, en general, a la zaga de las múltiples transformaciones que la sociedad mexicana vive. Sujeto a un entramado de complicidades, simulaciones e inercias, pareciese (en todos sus ámbitos: el de los periodistas en sí, como el de las cúpulas directivas y el de los empresarios) poco dispuesto a entrar en un proceso de revisión crítica y de recompostura de sus reglas y sistemas.

Atado durante años al oficialismo (ya por la vía de la corrupción directa de los periodistas mal pagados, por la indirecta de los negocios y los contratos para directivos y dueños, o por la simple dependencia publicitaria) el periodismo mexicano ha debido abrirse, sobre todo por necesidades del mercado, al torrente de información opositora al sistema, pero no de una manera reflexionada ni mucho menos organizada.

La prensa mexicana ha cambiado, sí, y hoy tiene una mayor libertad, pero no en todos los casos como producto de un debate interno y de una postura propia, sino simplemente arrastrada por el gran cambio nacional, que ha producido noticias inevitablemente publicables y una proliferación de interesantes fuentes informativas no oficialistas.

Pero los periodistas, y el periodismo (aquí se habla genéricamente, quedando a los lectores el juicio respecto de cuáles son las excepciones) poco han cambiado: descuido e impreparación profesionales, preferencia a la declaración por sobre los hechos o la investigación, incapacidad para entender y traducir los hechos importantes (conformándose con la mera transcripción de versiones e inducciones hechas por los promotores o declarantes), amarillismo, frivolidad, corrupción.

En ese sentido, todo esfuerzo organizado de introspección y propuesta es agradecible. Los periodistas deben hablar de periodismo con libertad plena, con autocrítica profunda y clara, y con deseos de genuina corrección.

Todavía son más, muchísimos más, los medios sujetos al control oficial, tanto porque son empresas creadas por negociantes que las usan como arma de presión, como por el discrecional sistema jurídico al que están sujetos, sobre todo, los electrónicos. Mucho se ha avanzado, es cierto, y cada vez se lee, escucha y ve más información que, a su vez, es menos controlada, pero ese paso va todavía muy atrás de lo que está haciendo y exigiendo la mutante sociedad mexicana.

En ese contexto es posible analizar con beneplácito dos acontecimientos y reiterar preocupación por otro. En el plano agradecible está la reciente realización de un foro auspiciado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), sobre los retos del periodismo actual, y la próxima presentación de los libros Democracia y periodistas y Para conocer a los periodistas. En otro ámbito, el de los tonos oscuros, está la venidera entrega de los llamados premios nacionales de Periodismo.

(Por cierto, la presentación de los dos libros mencionados se realizará este miércoles a partir de las 20 horas en el Salón México, con un baile-coloquio y la participación de Humberto Mussachio, Javier Corral, Luis Núñez, Alejandro Varas y Rogelio Hernández.)

Seminario en Puebla

Los recién pasados viernes y sábado se desarrolló en el Salón Barroco, del edificio Carolino de la BUAP, un seminario en el que diversos columnistas, directivos, reporteros y académicos del ámbito nacional fueron invitados a analizar algunos temas del periodismo actual. El ejercicio no fue de autocomplacencias ni lugares comunes, sino que se llegó a la discusión franca de temas como el inicial, que fue el de la censura, o el de la ética.

Los espacios universitarios son de manera natural puntos propicios para la crítica y el debate, y en ese sentido es posible considerar que tuvo éxito el seminario organizado por la BUAP, cuyo rector es Enrique Doger, y cuyo director de comunicación social es Felipe Flores.

Dos libros sobre periodismo

El próximo miércoles serán presentados dos libros que significan el triunfo de un perseverante batallar por el mejoramiento académico de los periodistas. Es cierto que, vistos con rigor, ambos textos tienen insuficiencias, pero también es verdadero que constituyen uno de los muy pocos pasos dados por periodistas en activo para analizar su circunstancia y para ir forjando alternativas.

Uno de los dos editores de los libros es la Academia para el Desarrollo Profesional del Periodismo (Desper), que dirige el periodista Rogelio Hernández López (sin liga consanguínea con el autor de Astillero), quien luego de una amplia tarea en los medios, de manera especial en Excélsior, es ahora profesor del ramo en la Universidad Iberoamericana, en donde ha impulsado un exitoso programa nacional de profesionalización del periodismo que, entre otras cosas, ha organizado cursos de actualización y titulación profesional de los periodistas.

El más reciente de esos cursos produjo tesinas cuyo interés ha llevado a que sean publicadas en los dos libros citados, ambos coordinados por Rogelio Hernández López: Democracia y periodistas, prologado por Jorge Meléndez, con textos de Sonia Buchahin, Rosa Gabriela Vélez Paz, César Alvirde y Rayito Castro; y Para conocer a los periodistas, prologado por Luis Núñez, con textos de Rogaciano Méndez, Haydee Noemí Torres, Guillermo García Espinoza de los Monteros, María Isabel Inclán, Adriana Báez y Julia Patricia Pazarán.

Destaca en la materialización de este esfuerzo el que el otro editor del par de libros sea la asociación política nacional Unidad Obrera y Socialista (Uníos), dirigida por Alejandro Varas. A diferencia de otras agrupaciones a las cuales les parece mejor dedicar sus fondos a tareas de mayor rentabilidad electoral, como son las del proselitismo directo, Uníos decidió apoyar la publicación de los textos mencionados, con el propósito explícito de ``apoyar el desarrollo de la cultura política de la democracia''.

El Premio Nacional de Periodismo

Pero, mientras se continúan produciendo esfuerzos de análisis que ayuden a corregir los problemas crónicos del periodismo, persisten otros rituales sombríos, como son el de la entrega del Premio Nacional de Periodismo y el del tradicional festejo gubernamental dedicado a los periodistas.

En un México que va derribando mitos y simulaciones no debe haber cabida para celebraciones vacuas que simbolizan lo indeseado: los premios de periodismo, y los banquetes y festejos presidenciales para la cúpula periodística, forman parte del esquema oficial de simulación, y reiteran la nula voluntad de modificar el esquema que históricamente ha sujetado al periodismo a los designios del poder.

En lugar de promover premios de periodismo mediante ceremonias huecas, y de hacer festejos de loas mutuas, la Presidencia de la República debería impulsar proyectos profundos de recomposición de las reglas del trabajo periodístico, liberándolo del esquema netamente empresarial que contempla al periodismo como un mero servicio comercial, estableciendo salarios profesionales dignos, garantizando la vida y la integridad física de los periodistas, estableciendo el secreto profesional, el derecho de réplica y la cláusula de conciencia, y permitiendo a los mexicanos estar plenamente informados de lo que realmente hace su gobierno y no sólo de lo que quieren decir los jefes de prensa y los boletines oficiales.

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