ASTILLERO Ť Julio Hernández López
Es necesaria la prudencia a la hora de analizar los resultados del experimento priísta realizado este domingo en tres entidades para elegir sendos candidatos a gobernador. En lo sucedido hay tantos claroscuros que se impone evitar tanto las condenas de oficio como los beneplácitos simplones.
Para empezar, es innegable que el proceso en sí ha sido un importante avance en la búsqueda priísta de mejores formas de selección de sus abanderados.
El progreso no debe medirse sólo en razón de que cualesquier mecanismo activo y colectivo será siempre mejor que el personalísimo del dedazo, sino reconociendo que el ensayo puso en gimnástica tensión las fuerzas y corrientes regionales del tricolor, que ha producido candidatos mejor posicionados ante la sociedad que aquellos generados por decisiones cupulares vergonzantes, y que, al menos hasta ahora, se han mantenido condiciones aceptables de unidad interna y se conjuraron los riesgos de lo que Felipe Calderón Hinojosa presagió como ``la crónica de una fractura anunciada''.
Hay otro dato importante: los ganadores no han sido descalificados por considerarlos producto de trapacerías electorales o de imposiciones insalvables (en realidad, los tres que ahora son candidatos competían contra la presunción de que a alguno de sus adversarios le apoyaban fuerzas antaño invencibles y ni siquiera enfrentables, como serían supuestamente la propia Presidencia de la República, en el caso tamaulipeco, la Secretaría de Gobernación, en el sinaloense, y la gubernatura del estado, en el poblano). Los triunfadores encabezaban los resultados de varios estudios confiables de opinión, de tal manera que a nadie le sorprendieron los resultados favorables. El escándalo sería, hoy, que no hubiesen ganado ellos.
Huellas de trabajo sucio
Tanta belleza democrática se estropea, sin embargo, en cuanto el análisis deja la superficie y se asoma a la profundidad. Ganaron los más populares, ciertamente, y la disciplina priísta canjeable por puestos de consolación ha hecho que hasta ahora ninguno de los perdedores haya denunciado y aportado pruebas de manipulación en las urnas favorable a los triunfadores, pero la batalla dejó suficientes huellas de trabajo sucio como para no preguntarse quiénes son o serán los ganadores reales de este ensayo.
Las campañas interpriístas costaron mucho más dinero de lo que a primera vista se supone. Acarreos, comidas masivas, regalos, propaganda, compra de votos, fueron signos de constante aparición en crónicas, columnas y notas periodísticas de las tres entidades.
En los tres casos hay la sospecha bastante fundada de que dinero público fue puesto al servicio de los candidatos preferidos. No se habla sólo de casos evidentes, como el de Tamaulipas, donde el gobierno de Manuel Cavazos fue acusado incesantemente de costear los gastos de su delfín, Tomás Yarrington, sino, en ese como en otros estados, también de gobernadores y funcionarios federales y municipales que habrían apoyado económicamente a diversos aspirantes.
Pero la pregunta no se queda sólo en el plano de las rencillas entre la clase política, porque ¿quiénes más fueron los financiadores de esas costosas campañas? ¿Dineros de dónde?, ¿del narco, de lavadólares, de mafias? ¿Hasta dónde queda comprometido en el futuro el ejercicio del poder, si gana las elecciones constitucionales, a las que también habrá que inyectar elevadas sumas de dinero, alguien que pidió apoyos económicos subterráneos? ¿Cómo, con qué negocios, pagar las deudas?
Calentamiento para la batalla de verdad
Por otra parte, los indicios disponibles también hacen preguntar si acaso la jugada maestra consiste en pelearse en lo interno para luego arremeter contra la oposición con las mismas armas mostradas en el duelo fraterno.
De hecho, los partidos de oposición han quedado ya en una desventaja notable. Por un lado, la incultura política predominante en segmentos amplios de la población hace suponer que las elecciones internas del PRI han sido las constitucionales, de tal manera que se ha instalado ya en una importante franja de la mentalidad colectiva el hecho de que el ganador del litigio priísta es ya el virtual gobernador.
Así pues, lo que unos consideran prueba indudable de apertura presidencial a la democracia, y otros mero abandono de responsabilidades por falta de pasión política, es un ejercicio cuya valoración plena necesita de un poco más de tiempo y distancia, para ver cuáles rasgos y tonos de lo ahora visto sobreviven y predominan.
Cápsulas de alimento especial para grillos
* Manuel Cavazos Lerma peleó siempre abiertamente en favor de Tomás Yarrington. Al deshacer la regla básica de la convivencia de los priístas que era la alternancia de grupos en el poder, el cavacismo atenta contra la estabilidad priísta de una entidad caracterizada por el grupismo regional. Respecto de los dos perdedores (uno como candidato y otro como aliado) Marco Antonio Bernal tendría un cargo federal en su futuro, y Diódoro Guerra, por su parte, podría tener mejor destino en una área donde no hubiese alumnos que le considerasen como grillo priísta derrotado.
* El ganador en Puebla es Manuel Bartlett. Ahora puede presumir de democrático por todo el país. Tuvo candidato, ni duda cabe (José Luis Flores, gallo también de José Angel Gurría), pero no lo impuso ni hizo que se cayera el sistema priísta. Melquiades Morales es un monumento a la ortodoxia que no peleará con Bartlett, quien desde ahora se prepara para hacer campaña por todo el país, en cuanto deje la gubernatura, en busca de la postulación presidencial priísta.
* Juan S. Millán peleó contra mucho más que un señor llamado Lauro Díaz Castro. En Bucareli hoy tratan de conjurar la sentencia de que mal podría gobernar el país quien no pudiese controlar su propio estado natal. La fuerza del secretario de Gobernación ha disminuido por tres razones: por el fracaso de la estrategia diseñada para Chiapas, por la aparición de Esteban Moctezuma como competidor perteneciente a la misma cuadra, y por la imposibilidad de hacer ganar a su candidato en Sinaloa.
* Mariano Palacios pudo mantener los procesos bajo control. Sus enviados hicieron bien el trabajo que, en esta ocasión, no era hacer ganar a cualquier costo a determinado personaje, sino impedir que fuerzas desbocadas ensuciasen los comicios internos y le quitasen legitimidad a los triunfos. En particular, Humberto Lira Mora suma puntos, desde Puebla, para la próxima candidatura priísta del estado de México. Los otros delegados (Guillermo Fonseca en Sinaloa y Héctor Jiménez en Tamaulipas) también entregaron buenas cuentas. Desde luego, una de las consecuencias de los buenos resultados es que, de cara al 2000, los adversarios de Palacios alentarán la tesis de que también se necesita una elección abierta de presidente y secretario general del CEN. Y ¿qué tal Carlos Rojas haciendo campaña en pos de la presidencia nacional del PRI?
* Los resultados obtenidos en estas tres entidades alentarán en Los Pinos la idea de que en la próxima asamblea nacional priísta se quiten los famosos candados a cambio de una elección abierta de candidato presidencial. Habría cuando menos tres franjas identificables para los votantes internos: la renovadora, de inspiración colosista, encabezada por Esteban Moctezuma, con discurso y actitudes ajenos a la ortodoxia priísta; la tecnocrática, garante de continuidad (o continuismo) con José Angel Gurría y Guillermo Ortiz (si Fobaproa lo permite), y la de los llamados duros, con Manuel Bartlett y Roberto Madrazo.
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