Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca.
Proverbio
Nadie pensó en la implicaciones estructurales que tendría para el sistema financiero decir que Amado Carrillo tenía una fortuna de 25 mil millones de dólares. ¡Una cuarta parte de la deuda externa de México! Nadie dijo nada porque la propiedad de ese capital era una mentira para ocultar una gran verdad: en la economía mexicana circulan, producto del lavado de dinero, 25 mil millones de dólares que explican la estabilidad cambiaria, la paridad y soporta la ineficiencia y los fraudes del sistema bancario en bancarrota. Por eso Casablanca no se ventila en la nota roja como parte del crimen organizado, sino como una nueva versión de la relación financiera entre México y Estados Unidos.
El narcoliberalismo sustituyó al neoliberalismo; el primero es consecuencia del segundo, y se benefician de él tanto la economía norteamericana como la mexicana. DEA y PGR son los inspectores que regulan los flujos que a su vez determinan precios y ganancias; las acciones y operativos hacen que el negocio sea rentable. Un dato grosero: 80 por ciento del valor de la cocaína en una calle de Estados Unidos, se establece al momento que cruza la frontera; por eso el narcotráfico deja 80 por ciento de las ganancias en Estados Unidos y el restante 20 por ciento se reparte entre Bolivia, Colombia, Perú y México derramando dólares en las estructuras bancarias, políticas y comerciales. Así, en nuestros países ya abundan las escoltas largas y la industria que puntea es la del blindaje, pues en esta guerra comercial los mercados se dirimen a balazos, y el prototipo de empresario narcoliberal es como Al Capone: filántropo, conservador derechista, místico y mafioso.
En defensa de sus intereses de mafia, el narcoliberalismo es ``nacionalista''. Los narcoliberales mexicanos consideran que al lavar dólares arriesgan más que los norteamericanos y ganan menos. Los narcoliberales con su poder y en el poder pretenden convencer de que los bancos ``son México'' y que son la personificación del águila y la serpiente, al igual que en 1982 cuando la nacionalización de la banca que, pese a toda la cortina de humo ideológica, sólo sirvió para hacer de la deuda privada de banqueros y empresarios parásitos, la deuda de todos los mexicanos. La regla es: si ellos se hunden, se hunde México.
La oligarquía mexicana, que ahora emprende su aventura a través de los narcoliberales, pretende justificar sus delitos defendiendo ``la soberanía'', lo cual le merece la defensa de Ernesto Zedillo.
La protección política del gobierno mexicano al narcoliberalismo es otra vuelta de tuerca en el esquema ya ordinario de negociar bajo la presión del Departamento de Justicia, que utiliza la información para presionar mientras el Departamento del Tesoro avala la ``estabilidad'' y buena conducción de la política económica, cuya apertura a la especulación ha hecho de México un paraíso del lavado de dinero. Por otra parte, estamos frente a una política de precios no de justicia; la denuncia de Janet Reno es simplemente la protección de su propia lavandería, como han hecho con el atún, el tomate, los aguacates y todos los productos provenientes del sur.
Visto desde la globalización europea, Reno se adelantó a la fiscal suiza Carla del Ponte, pues tratándose de globalización narcoliberal ``América es para los americanos'' y no es lo mismo la operación Casablanca que los europeos vengan a meter sus narices en la fraternidad que vivimos gracias a la Doctrina Monroe.
Llama la atención que a pesar del escándalo, que explica muchas matanzas, el crimen organizado, la inseguridad, las mafias y la guerra de los cárteles, el narcolavado no sea tema de Duro y Directo, sino parte de sesudos análisis de debate económico. Es tan estratégico el lavado de dinero que no se ventila en las secciones policiacas, sino en las económicas no como delito y sí como parte de una nueva forma de crisis financiera, lo cual confirma que el amarillismo es ideología clasista contra los pobres.
Las leyes del mercado abrieron el camino al hampa. El narcoliberalismo se ha convertido en la fase posmoderna del neoliberalismo; por eso Casablanca es una política que regula los precios y el mercado, pues la mayor parte del negocio sigue en Norteamérica.
¿Y los incendios? Son un simple recordatorio de que no habrá perdón cuando el pueblo de México reencuentre su camino.