Arnoldo Kraus
Nuevo Criterio y Letra S
Es difícil hermanar Hiroshima, Auschwitz y Sarajevo. Emparentarlos con el ascenso del neonazismo, con los fanatismos religiosos parecería, asimismo, empresa equivocada. Pero quizá no tanto. Intolerancia como norma, como actitud o como condición ya ni siquiera cuestionable, podría ser el común denominador de los tinteros saturados de los desencuentros de nuestra especie y las fracturas irreparables de la historia. Intento entender la intolerancia política, la económica, la cultural o la histórica. La racial es abominable e impensable por los millones sepultados bajo su bandera y la hipocresía de sus amortajadores, dentro de los cuales, en todos los tiempos, las religiones han jugado papel preeminente.
El silencio de varios credos durante las masacres del siglo 20 ha sido extraordinario: callaron cuando judíos, homosexuales, musulmanes o ruandeses eran asesinados. ¿Qué dicen los textos religiosos cuando el racismo decide exterminar pueblos enteros ``por ser diferentes?'' ¿Cómo no ser cómplice cuando el asesinato es vecino?
En el vasto tratado de las intolerancias, el que menos comprendo es el de las religiones. La heterogeneidad de sus dioses es magra contra la hermandad de sus cegueras, de sus exageraciones, de sus ideas excluyentes. ¿Cuántos millones han sido enterrados ``por no ser''? No ser católico, judío o musulmán. Toda la inteligencia es insuficiente cuando se intentan comprender las razones por las cuales las religiones son intolerantes. Estoy convencido que ese no fue el leit motiv de los dioses cuando crearon al ser humano.
Estoy a la vez seguro que las razones celestiales deben comprender los caprichos biológicos: ambos son tan poderosos que es imposible funcionar en contubernio. Así como la naturaleza suele equivocarse, el cielo calla demasiado. Duele un síndrome de Down o una anencefalia. Y también, enferma el mutismo religioso -salvo honrosas excepciones- después de Acteal. Lo celestial y lo biológico, idealmente, debería contar con un pacto de complementariedad. Pero eso no es posible. Ni siquiera en las novelas de Orwell. Ni tampoco en el surrealismo contemporáneo de nuestro país.
En estas turbulentas épocas, la comprensión religiosa debería ser cimental. Lección clásica de la biología es la diversidad: hay lugar para heterosexuales y para homosexuales. El periódico Nuevo Criterio de la arquidiócesis de México discrepa con esa diversidad.
En su más reciente editorial, Nuevo Criterio se declaró contra el suplemento ``corruptor'' de La Jornada, Letra S, así como contra asambleístas del PRD, contra el Consejo Nacional de Población, la UNAM e ``intelectuales'' que promueven ``políticas públicas que garanticen la aplicación de leyes, como la elaboración de programas dirigidos hacia el sector de los homosexuales, lesbianas, bisexuales''. La misma editorial comenta: ``es cierto, la dignidad humana de quienes sufren desviaciones sexuales es común a todo el género humanoÉ (con relación al sexo) pueden existir errores genéticos y también problemas sicológicos que deben ser atendidos y comprendidos. Pero también hay maldad y degeneración que puede contagiar a la sociedad corrompiéndolas (sic) y sus promotores deben ser detenidos''. La editorial critica a Marcusse por haber impulsado la ``liberación'' femenina y arremete contra las desviaciones sexuales y las uniones entre homosexuales.
El suplemento Letra S es un esfuerzo admirable. Orienta, concilia, informa, crea espacios, previene y es, ante todo, plural. La suma de los adjetivos anteriores no pretende laudar la labor de quienes hacen posible su publicación. Los anoto como piedras conformadoras de tolerancia y escenarios tangibles de cualquier discrepancia. Es imposible soslayar los estragos que inicialmente tuvo la epidemia de sida sobre la población homosexual. Es, a la vez, inadmisible empolvar los comentarios de diversos ministros religiosos cuando afirmaron -al hablar sobre el castigo que merecían los homosexuales- que la epidemia de sida lograría lo que las religiones no consiguieron: fidelidad y disminuir las desviaciones sexuales.
No hay duda que la cultura es factor crucial en toda sociedad. Permite responder y cuestionar. La transparencia es vital: distinguir entre los deslices de las religiones y la realidad de la homosexualidad es fundamental. Estoy convencido que la epidemia de la revolución sexual es más controlable que cualquier epidemia de intolerancia religiosa.