Desde la década de los sesenta, el problema de la contaminación del medio ambiente en la ciudad de México se ha venido agravando hasta convertirse en nuestros días en una situación crítica y de alto riesgo para la población, que exige tomar decisiones ahora sí a fondo y en el contexto de un pacto social.
La crisis ambiental que hoy padecemos, producto de una cadena de complicidades, indecisiones y negligencias, tanto de autoridades en el ámbito federal como de diversas gestiones del antes llamado Departamento del Distrito Federal, requiere de una solución integral que conjunte aspectos jurídicos, administrativos, financieros y conlleve necesariamente a nuevos acuerdos con empresarios, industriales, sectores sociales, organizaciones cívicas y con la ciudadanía en su conjunto.
Con una visión retrospectiva debieran enjuiciarse los resultados de las diversas instituciones públicas que se les encontró tan alta responsabilidad social: ¿Qué hizo en su tiempo la Subsecretaría del Medio Ambiente o la Sedesol cuando tenía facultades en esta materia? ¿Qué logros o avances se ostentaron? ¿En qué se aplicaron los recursos?
Las preguntas pueden ser muchas más, pero al remitirnos a la catástrofe actual la verdad emerge: una tríada aterradora de ineptitud, caos y despilfarro.
¿Y de la Semarnap qué? Poco hay que decir tras de la incapacidad mostrada para prever y combatir los incendios forestales, en el país y en el propio Distrito Federal, cuyos desechos representan uno más de los factores que ensucian y opacan el aire de la ciudad, y del que tan sólo nos informan que momentáneamente circula en espiral.
En realidad son estas autoridades federales las que han abordado históricamente esta problemática en forma espiral cavando un gran laberinto de errores y omisiones que vienen de antes y nos pueden sepultar hoy.
Por el contrario, se fue conformando una maraña de intereses económicos, afanes mercantilistas, desorden urbano, falta de planeación, corrupción administrativa y la carencia de una legislación para los nuevos tiempos, lo cual ha incidido e incide en la aplicación de alternativas viables.
Hay, pues, muchas asignaturas pendientes o antídotos contra estas afecciones, como pueden ser entre otras: la reforma a la Ley Ambiental del DF. Desarrollo Rural y el ecoturismo para detener la mancha urbana; ampliación del transporte colectivo no contaminante; desconcentración industrial; manejo eficiente de los desechos líquidos y sólidos; y uso racional de agua, energéticos y recursos naturales.
En efecto, una visión integral implica sumar urgentemente nuevas tecnologías, desechar la legislación que ya no sirva y emitir otras leyes indispensables, redefinir acuerdos políticos entre gobierno y sectores productivos e incluir lo que muchas veces se soslaya: el uso de los medios de comunicación para educar, crear conciencia, generar una cultura ecológica y convocar al ciudadano a dar juntos la lucha contra este nuevo jinete del apocalipsis que amenaza la propia sobrevivencia.
Ciertamente, las actuales autoridades del Distrito Federal están emprendiendo una tarea con mejor voluntad y con otra actitud, la de la transparencia institucional, pero aún así la ciudadanía apremia y acorta los tiempos de respuestas y soluciones, desechando los planes a mediano plazo, pues reclama que se resuelva aquí y ahora.
La gran deuda que se tiene con la población del Distrito Federal en materia ambiental debe traducirse en respuestas prontas, a fondo e integrales, a partir de una nueva convocatoria social que genere un gran pacto, que todos cumplamos y mantengamos vigente. Es de vida o muerte.