Adolfo Sánchez Rebolledo
Sorpresas en el PRI

Las elecciones internas del PRI para elegir candidatos a gobernador pusieron a prueba varias de las hipótesis que ya se habían convertido en lugar común en esta fase de la transición.

Demostraron, en primer término, que el PRI no está muerto, aun cuando el ciclo de su dominio solitario esté en buena hora sepultado.

El exitoso experimento realizado en entidades tan disímiles como son Puebla, Sinaloa y Tamaulipas, contraría la opinión de quienes sospechábamos que el ensayo resultaría demasiado costoso para un organismo cansado y enfermo. No fue así. El PRI está en la brega electoral y se apresta para el gran compromiso del año 2000. Su destino final se decidirá en las urnas.

La segunda conclusión derivada de estos hechos es la confirmación de que la transición mexicana no pasa por la supresión del partido oficial sino por su transformación. El viejo PRI, que aún sigue ahí para mayor gloria del dedazo, está presente, pero ya no cabe en el nuevo contexto nacional: ese viejo cascarón tiene que desaparecer. Pero eso no significa que el tricolor no pueda reformarse para jugar un nuevo papel en la democracia: sería tanto como admitir que es posible la extinción de las fuerzas sociales y los intereses que están ahí representados.

El ensayo es eso, y habrá que ver en el futuro inmediato hasta dónde quiere llegar el priísmo por este camino. La crítica que se hace a estas costosas elecciones abiertas es que en ellas no votan los miembros del partido sino cualquier ciudadano, empañando la autonomía partidista que le da sentido, razón de ser, a cada formación política. Sin embargo, dicho como reproche, el argumento puede ser irrelevante en las condiciones actuales. Las elecciones abiertas en un partido que desconoce la democracia y la militancia son un método eficaz para resolver una disputa ahí donde no hay ni estructura ni padrón confiable. El argumento vale para otras formaciones, mas no para el PRI, que no es un partido en el sentido acostumbrado.

Es lo que dicen priístas históricos como Mario Ezcurdia: ``Lo que el PRI hizo, primero en Chihuahua y luego en Tamaulipas, Puebla y Sinaloa, fue aplicar un invento político gringo. Se trata de un mecanismo para consultar -en cuestiones internas tan importantes como la postulación de futuros candidatos- a los miembros de base de los partidos que -precisamente- no tienen miembros de base. Es decir, organismos políticos que originalmente nacieron para la pura función electoral y, en consecuencia, lo que buscan son votantes, no militantes''. (El nacional, 26/05/98).

Si dejamos a un lado si son o no un ``invento gringo'', queda claro que las elecciones abiertas son el medio para iniciar una recomposición interna en un organismo en riesgo de la parálisis total. En otras palabras: el viejo corporativismo vertical está cediendo a favor de una laxa estructura territorial, controlada por equipos de operadores vinculados a grupos de poder estatales y locales que apoyan a uno u otro candidato.

Es difícil saber si por este camino el PRI se convertirá en un partido de militantes o si, por el contrario, evolucionará tratando de perfeccionar el método ``inventando por los gringos'', pero en todo caso es evidente que adoptar sin graves conflictos los métodos democráticos en un partido acostumbrado al dedazo es un cambio que lo pone de vuelta en la realidad.

La oposición tiene que parar las orejas.