Neoliberalismo /IV
Aun los más férreos críticos del neoliberalismo no pueden negar que la globalización --a pesar de los pesares-- es una especie de lubricante general de las sociedades, debido no sólo a que favorece el tránsito de mercancías y de capitales, sino porque se ha vuelto un importante vehículo de transmisión de ideas, conocimientos y aspiraciones.
A este proceso, que ha ido conformando una interacción muy intensa entre todos los países, George Soros (Nexos, marzo de 1998) le ha denominado sociedad global abierta y le asigna múltiples capacidades de generar desarrollo. Buena parte de los procesos democráticos contemporáneos y de la creación y fortalecimiento de muy diversos grupos de presión son subproductos de la globalización. En palabras de Soros: ``El capitalismo global no trae libertad política y prosperidad a todas partes del mundo, pero ciertamente ayuda. Existe mucha mayor libertad y prosperidad en la China de hoy que la que habría en ausencia de comercio exterior e inversiones extranjeras.'' Quizás este argumento sería aplicable a otros casos importantes en todo el mundo.
Por otro lado, hay quienes ven a la globalización como un factor que aumenta la fragilidad de las economías nacionales y, en consecuencia, se convierte en un nuevo elemento de desequilibrio y de amenaza para la estabilidad mundial.
Desde principios de la presente década, cada crisis adquiere tintes aparentemente novedosos y se asocia más y más al proceso de globalización. Primero la crisis financiera que asoló a Inglaterra y España en 1992 generó toda una serie de explicaciones y advertencias en torno de los riesgos de la integración económica. Poco después, la crisis mexicana y el ajuste emprendido cuestionaron severamente la magnitud y pertinencia de las reformas estructurales neoliberales; asimismo, se convirtieron en el origen de la discusión sobre la naturaleza de las nuevas crisis financieras y de las formas eficientes de enfrentarlas. Por su parte, la crisis asiática sigue estando en el centro de las miradas de los analistas, y nuevamente abre la discusión sobre la necesidad de dar mayor libertad a los mercados o, por el contrario, aplicar más controles estatales.
Existe un amplio grupo de analistas que consideran que esta crisis no es más que otra muestra de los graves problemas estructurales del capitalismo que el ideario neoliberal ha exacerbado, por lo que es imperativo crear un nuevo modelo de relación económica mundial, en el que --entre otras cosas-- existan nuevas instituciones y leyes internacionales de control y regulación. En este grupo se encuentran --entre otros muchos-- el viceministro japonés de Finanzas, el primer ministro de Malasia, los intelectuales progresistas y de izquierda y, sorprendentemente, el magnate George Soros, quien ha sido acusado de provocar inestabilidad financiera en varios mercados del mundo desde hace varios años.
Por otro lado, existe la posición exactamente contraria que plantea que esta crisis --como todas las demás-- no demuestra la irracionalidad del capitalismo, sino que indica que justamente cuando se va en contra de las señales correctas del mercado tarde o temprano se caerá en problemas: los errores cuestan y son cobrados y corregidos por el mercado en la medida justa. Ni más ni menos. La lectura de la crisis asiática se vuelve clara: se dio un crecimiento irracional de ciertos servicios y actividades económicas que se asociaron al otorgamiento de créditos malos y subsidiados por los gobiernos. Desde esta óptica, no fueron los mercados ni su libre funcionamiento los causantes de la profunda crisis en la que se debate el sureste asiático. Por el contrario, fue la intención de los gobiernos y su actuación distorsionante la que llevó a la crisis reciente. La moraleja es clara: el mercado tiene reglas y violarlas tiene un precio.
El debate continúa y mientras tanto el neoliberalismo sigue ganando terreno en todo el mundo.