Juan Arturo Brennan
Otro encuentro antiguo

En términos generales, el Tercer Encuentro Internacional de Música Antigua resultó variado, atractivo y exitoso, en buena medida por la numerosa e inusual asistencia del público a sus conciertos. Lo más destacado, sin duda, fue el primero de los dos conciertos ofrecidos por el grupo estadunidense Chanticleer. Al parecer, se corrió la voz de que este ensamble californiano tiene un nivel musical comparable a algunos conjuntos europeos de esta especialidad, y el auditorio Blas Galindo del CNA se llenó inesperadamente para un concierto que resultó de altísimo nivel, además de que su programa fue conformado con gran inteligencia.

La primera parte de este recital de Chanticleer estuvo dedicada por entero a la polifonía medieval a capella, con alguna incursión en música renacentista y un par de ejemplos de canto gregoriano. En esta sección de su programa, Chanticleer se mostró como un grupo de afinación notable, ensamble pulcro y refinado, balance impecable y un sentido estilístico que habla de un largo y profundo trabajo de investigación sobre las fuentes. Para la segunda parte de su primer concierto, Chanticleer ofreció una selección del repertorio que le ha ganado fama y prestigio en nuestro país: la música del barroco mexicano. Acompañado aquí por una bien conjuntada orquesta de instrumentos antiguos, Chanticleer interpretó con brillo singular y claridad admirable obras de Ignacio de Jerusalem y Manuel de Sumaya, haciendo sobre todo una magnífica versión del Te Deum de Jerusalem. Confieso que nunca hubiera imaginado que un concierto de música antigua en México pudiera provocar la explosiva reacción del público, una de esas reacciones que suelen estar reservadas para los momentos álgidos del rock y el jazz. La ruidosa ovación, por lo demás, fue plenamente justificada y ganada a pulso (y a cuerda vocal) por Chanticleer.

Los otros momentos cimeros de este encuentro fueron logrados en los dos recitales ofrecidos por el grupo de Música Antigua de Eduardo Paniagua. Con sus cimientos firmemente anclados en grupos como Atrium Musicae, Hoquetus y Cálamus, este cuarteto (con esa formación se presentó en México) ofreció primero una soberbia sesión dedicada a las Cantigas de Alfonso X, en la que destacó sobre todo la variedad de ejecución aplicada a músicas y textos que, en manos menos hábiles, pueden volverse reiterativos. Unos días después, Paniagua y sus colegas pintaron un sabroso mapa musical de la España de los cinco reinos, incluyendo piezas de las tradiciones árabe y sefardita, tocadas y cantadas con una gran sensibilidad estilística y con una admirable discreción en las dotaciones instrumentales elegidas.

A su vez, el quinteto británico Amaryllis Consort, bajo la conducción del experimentado Charles Brett, ofreció un límpido recital de canciones del renacimiento inglés, en el que predominaron los lamentos amorosos, y en el que el grupo dio cátedra de claridad polifónica y de habilidad para manejar las atractivas aventuras armónicas de Weelkes, Dowland, Morley y sus colegas.

El grupo mexicano La Fontegara, con la colaboración de violín, fagot y clavecín, preparó y ofreció un sobrio y bien armado concierto organizado alrededor de obras de los catalanes hermanos Plá y del alemán Telemann. Una vez más, el trío mostró su ductilidad para trabajar con músicos invitados y, especialmente en las sonatas de Joan y Josep Plá lograron numerosos momentos de brillo rítmico y motriz. Buena parte de tal acierto correspondió a la flexible labor de Eloy Cruz en la guitarra barroca; su cimiento rítmico y sus rasgueos traviesos y hedonistas sirvieron como una sólida plataforma para el tejido sonoro de sus colegas.

Con músicas de Avison, HŠndel, Bach y Vivaldi, la Orquesta Barroca de Montreal ofreció un concierto que si bien estuvo rodeado de cierta anarquía logística, resultó interesante sobre todo por el manejo de dinámicas y fraseos, no del todo ortodoxos pero ciertamente atractivos. Habría que anotar, sin embargo, que este buen grupo canadiense fue contagiado aquí y allá por ciertos excesos de su dinámico director, Jo‘l Thiffault, cuya gestualidad hiperkinética interfirió en ocasiones con el cabal desarrollo de la música. En suma, un balance positivo para este Tercer Encuentro Internacional de Música Antigua, cuyos puntos culminantes fueron logrados por Chanticleer y por Paniagua y sus colegas.