Las pruebas nucleares realizadas primeramente por India y ahora por su vecino, Pakistán, además de significar una amenaza mortal para el mundo, agregan un nuevo y terrible problema a los que sufre Asia y dañan gravemente a un subcontinente, el indopaquistaní, que hasta ahora no había sido muy afectado por la tormenta económica que barre el sureste asiático.
A las tensiones sociales y políticas, como las que sacuden a Indonesia, Tailandia o Corea del Sur, y a los problemas económicos de esos países y de Japón, se añade ahora un peligro de guerra entre dos de los países más poblados del planeta, desde siempre golpeados por la pobreza y los desastres naturales. La región, que hasta hace poco parecía un relativo refugio de paz y estabilidad (con excepción de Afganistán), se ha convertido en un foco de grave inquietud y entra en una carrera armamentista precisamente cuando la guerra fría ha terminado y con ella la peligrosa política de disuasión nuclear.
India y Pakistán se han enfrentado ya tres veces y el problema de Cachemira desgraciadamente parece llevar a otro choque. Esta situación no se debe solamente al auge de los regionalismos y nacionalismos como resultado paradójico de la mundialización de la economía, aunque la misma exacerbe los sentimientos chouvinistas y los odios religiosos siempre presentes y estimulados por aquéllos para quienes gobernar es dividir. Su origen reside sobre todo en la combinación entre la crisis política que viven tanto India como Pakistán y la permanente existencia, detrás de ambos gobiernos, de padrinos en los que creen poder confiar en el caso de un choque. Eso hace, por un lado, que una guerra con el enemigo tradicional pueda verse como un recurso perverso que reafirme a los líderes de ambos países y, por el otro, que Pakistán crea poder contar con el apoyo de China en sus enfrentamientos con India y Estados Unidos -que estuvo siempre detrás de Islamabad en el apoyo al islamismo afgano-, mientras India, a su vez, espera contar con Rusia, su tradicional proveedor de armamento. Porque, aunque la guerra fría ya no exista, persisten los intereses nacionales y la geopolítica no cambia puesto que no se modifica la geografía.
Aunque el hecho de poseer y construir armas nucleares -como sucedió anteriormente en los casos francés o chino- puede explicarse también como un intento de lograr una mayor independencia diplomática frente a los dictados de la única gran potencia militar del mundo actual, Estados Unidos, para llegar a un ajuste de cuentas en Cachemira con armamentos convencionales, la grave irresponsabilidad con que se juega con la amenaza de guerra debe ser firme e inmediatamente conjurada por la comunidad internacional. Sobre todo porque, como parece demostrar la declaración del estado de emergencia en Pakistán y el desafío de Islamabad a la reacción previsible de las grandes potencias, a pesar de que el país tiene reservas financieras para muy pocas semanas de importaciones, es probable que India y Pakistán opten rápidamente por un desenlace bélico que, dado el peso de los protagonistas, podría agravar los peligros de una crisis aún más profunda en todo el continente asiático y tener fuertes efectos económicos y políticos en el resto del mundo.