Jordi Soler
La línea de Truman Capote

El escritor Truman Capote no tenía muy buena opinión de Yoko Onno. Dijo una vez frente a un nutrido auditorio, que contaba con un periodista que buscaba alimentar su columna de celebridades: (Yoko) ``es una majadera insoportable. La persona más desagradable del mundo''. Lo cierto es que para ser la persona más desagradable del mundo se necesita dedicación y constancia, o siquiera un carisma inverso avasallador.

La mayoría de los estudiosos de la vida de John Lennon coinciden en que se trata de una mujer cuya ambición desmedida puede convertirla, en un descuido, en esa clase de persona que percibió Capote. Basta un breve vistazo a sus múltiples oficios para empezar a considerar que Yoko es una mujer, cuando menos, sospechosa: instaladora múltiple en varios rincones del planeta, incluido México; performer con fundamento en sus gritos brutales (todavía hay quien se despierta en la madrugada, aterrado por el recuerdo del alarido que oyó hace 20 años, en un uno de sus performances); cantante metida a fuerza en los discos de su marido (porque sus acetatos de solista apenas se conocen, ``y para oír alaridos mejor grito yo mismo'', diría un comprador de discos sensato); escultora de figuras bizarras patrocinadas originalmente por el banco que poseía su abuelo y últimamente por el banco que dirige su padre; corista de la banda de su hijo, demasiado expuesta para ser corista (¿cuándo se había visto que la corista haga coros adelante del vocalista?); cineasta de corte indescifrable con dos obras focales, una de nombre Culos que consiste en la filmación de 365 culos distintos, eso sí, de actuación impecable; y otra de nombre Sonrisa, que son 55 minutos de carantoñas de Lennon, en un viaje inenarrable que va de lo suavemente bochornoso a lo dolorosamente ridículo. Hasta aquí su currículum. Ahora una medalla que se colgaba y que seguramente inspiró a Truman Capote para decir lo que dijo. Ella, según --claro-- ella misma, es la creadora del Flower Power, del Happening y del arte conceptual. Quien lo dude puede pasar a esta galería en línea que está a punto de exhibir uno de sus cuadros más célebres, inmediatamente después de los dos puntos: un lienzo con un agujero en el centro a través del cual sale la manita de Yoko, con la intención de estrechar la mano de cada espectador.

Este boceto de Yoko no busca elevar la figura de John, tan balconeada últimamente por sus biógrafos, que se han dado a la tarea de reconstruir sus incontables golpizas contra fans y (ya que no había fans) contra sus propios músicos; o ese momento mágico, cuando le daba por destrozar a media cena, entre la sopa de cebolla y las escalopas, el departamento de su anfitrión; o las madrizas que le ponía a sus amantes con énfasis en los seis intentos de estrangulamiento que le aplicó a su novia y secretaria china May Pang (¿no sería que la chinita gozaba del orgasmo por asfixia?). Haciendo a un lado estas revelaciones biográficas, queda, en bruto, la declaración que hizo recientemente su hijo Julian, quien sin ningún empacho admite que de su nuevo álbum medio le gustan las dos terceras partes y que el resto es ``el típico rollo comercial''; (John) ``fue un hipócrita que hablaba de paz y amor, pero no era capaz de aplicar esos valores en su propia vida, con su familia''. Y luego confiesa, por si sus sentimientos no hubieran quedado suficientementeÊexpuestos, que sentía más cariño por Paul McCartney que por su padre.

Pero el boceto es de Yoko y la primera línea la trazó Capote. Cuando el romance con la chinita alcanzó los 18 meses, Yoko irrumpió en el departamento que compartían su marido y su novia y reclamó, con esos mismos alaridos que quitan el sueño, esa parte indispensable para su carrera artística, que era su esposo.

Un último episodio puede ilustrar claramente que el ojo mercadotécnico de Yoko es implacable, tanto como era el ojo crítico de Truman Capote. Veinticuatro horas después del asesinato de John Lennon, Yoko, su viuda, se encontraba en un estudio de grabación terminando otro de sus discos solistas y, de paso, montando una cinta que traía la voz de su marido, en el sencillo que saldría a la venta al día siguiente.

El ojo de Yoko no falló, aquel disco, que contaba con la aparición involuntaria del beatle, ha sido el único que ha vendido una cantidad respetable de ejemplares.

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