En las elecciones de hoy, si los resultados confirmasen los pronósticos, los colombianos podrían declararse no por uno sino por tres candidatos a la presidencia, pues tanto el conservador Andrés Pastrana como el liberal Horacio Serpa y la independiente Noemí Sanín --quien ha participado tanto en gobiernos conservadores como liberales-- podrían obtener las mayores cantidades de votos, pero sin llegar a la mitad más uno del padrón, lo cual obligaría a una segunda vuelta.
Por supuesto, hay muchas incógnitas, como el número de abstenciones, la magnitud del voto de protesta --que por lo general premia al candidato que es considerado por los electores con menores probabilidades--, los efectos de la campaña de último momento que han realizado los candidatos presidenciales e, incluso, la violencia y los atentados que pueden alejar de las urnas a sectores determinados, más o menos cercanos a uno u otro de los partidos. Pero la tradición política colombiana favorece tanto a liberales como a conservadores, aunque ya la dictadura del general Rojas Pinilla y el populismo rojaspinillista posterior demostraron que no está excluida la posibilidad de una ruptura de esa bipolaridad si una figura ajena a la misma es capaz de exponer algunas ideas fuertes y con arraigo popular.
Por otro lado, todos los candidatos hablan de paz. Pastrana incluso ofrece algunas de las concesiones que el gobierno de Samper o, mejor dicho, los militares que presionaron al presidente se negaron a conceder, como la desmilitarización de las zonas donde los guerrilleros deberían disolver sus unidades. Todos hablan también contra el narcotráfico y nuevamente los conservadores acusan al gobierno liberal de haber sido financiado con recursos de narcotraficantes --situación que los liberales niegan--, pero no han surgido ideas nuevas y precisas sobre cómo reducir el poder de los cárteles de la droga, organizaciones delictivas que siguen siendo una potencia económica y sobre cuyos dólares reposa, en parte, la estabilidad de la divisa colombiana.
Además, conservadores y liberales tienen un pasado de cohabitación política y de rotación organizada en el Poder Ejecutivo, lo cual ha eliminado muchas de las diferencias clásicas entre ambos partidos y reducido la disputa electoral a un problema de personalidades y matices dentro de esas instituciones. Por ello, es difícil prever el resultado de los comicios colombianos. En cambio, es indispensable hacer votos por una solución pacífica y negociada a los conflictos armados que, desde hace más de 30 años, han enfrentado al gobierno colombiano con múltiples movimientos guerrilleros. Alcanzar la paz permitiría, además de la necesaria reconciliación social de los colombianos, impulsar un combate más efectivo al narcotráfico, pues sería posible controlar las labores de siembra, recolección y elaboración de estupefacientes que se realizan en las zonas rurales que las autoridades no controlan y donde la población es amenazada ya sea por el terror militar o paramilitar o por el terrorismo antiestatal de todo tipo.
Colombia es esencial para la paz en nuestro continente, y en ese país se deberá librar una lucha contra la plaga del narcotráfico, que afecta a todos. En la medida en que los candidatos que resulten electos, ya sea en la primera o en la segunda vuelta, cumplan de manera efectiva con sus promesas de campaña a favor de la paz y contra el narcotráfico, los colombianos podrán establecer un medio ambiente social más seguro, democrático y productivo, circunstancia --cabe señalar-- a la que aspiran con toda justicia muchos otros pueblos latinoamericanos.