La Jornada domingo 31 de mayo de 1998

Eduardo Galeano
Para la cátedra de derecho civil

Están haciendo cola los pobres de absoluta pobrecía, los condenados a pena de pena perpetua. Olor a jabón barato, gente limpita y peinada; la ley se despierta temprano, hoy atiende el abogado de primera hora.

El abogado ve que en la cola espera una anciana con varios niños y un bebé en brazos. Cuando le llega el turno, ella muestra sus papeles. Los niños no son nietos, son hijos. Esa mujer tiene treinta años y nueve hijos, y viene a pedir ayuda. Ella había levantado un rancho de lata y madera en algún lugar de las orillas del Cerro de Montevideo; creía que era tierra de nadie, pero era de alguien. Y ahora van a echarla de allí, ya le ha llegado esa cosa que se llama orden de lanzamiento.

El abogado la escucha, revisa los papeles que ella ha traído, menea la cabeza. Demora en hablar, traga saliva, por fin dice:

-Lo lamento, señora, pero no hay nada que hacer.

El abogado lo dice en voz baja, mirando al suelo.

Cuando alza la mirada, ve un racimo de hijos en torno de esa mujer. Una de las niñas se está tapando las orejas con las manos. Quién sabe si ella sabe que esas palabras, no hay nada que hacer, ese trueno, ese castigo, van a aturdirle los oídos a lo largo de todas las vidas de su vida.