Bazar de asombros

Los cien años
de un forjador
de palabras


Germán List Arzubide, forjador de palabras, es hijo de un forjador de hierro que fue Jefe de los Talleres del Ferrocarril en Apizaco. Su madre le enseñó a leer y lo inició en los amores literarios. Hay en la sangre de Germán glóbulos alemanes, irlandeses, vascos y poblanos. Nació en Puebla el 31 de mayo de 1898. Hoy, 31 de mayo de 1998, desde nuestra oficina de Petrarca, le mandamos un enorme abrazo con toda nuestra admiración por su obra innovadora y valiente, por su vida honesta y por su ejemplar fidelidad a sus ideas, sus principios políticos y morales, sus afectos y sus amores.

Germán fue maestro normalista. Las vicisitudes revolucionarias lo salvaron de convertirse en abogado.

Enseñó literatura en Xalapa y en la Escuela Normal de México. A los doce años de edad, sus excesos oratorios y su maderismo lo llevaron a la cárcel. En la pared de su celda escribe su primer poema, ``Amo a las sombras''.

Carrancista fiel y, más tarde, desilusionado, acompaña al Primer Jefe en el éxodo a Veracruz. Aljibes le interrumpe la aventura. Germán acaba en la prisión, Don Venustiano en la choza de Tlaxcalaltongo. Lo que sigue es documentado por Casasola: El Primer Jefe yace en su féretro con los poros de la nariz tapados con algodones y la barba trágicamente desordenada.

Zapatista convencido, escribe el primer libro de alabanzas al Caudillo sureño (para la furiosa reacción variopinta, El Atila del Sur),Exaltación. La última edición de este libro fue ilustrada por Diego Rivera y Leopoldo Méndez. Funda revistas anarquistas y vanguardistas, sigue a los ultraístas españoles y al errático futurismo de Marinetti. Su primer libro anarquista, Plebe, despierta la furia de los ultras del nacionalismo por su ``Poema a la Bandera''. Lo amenaza la expulsión del país. Lo salva un joven diputado y gobernador interino de Puebla llamado Vicente Lombardo Toledano.

Discursea brillantemente ante Vasconcelos y trabaja para el ``maestro de América'' como maestro rural con sueldo permanentemente aplazado. Truena contra los ``libros verdes'' y rompe con el Ulises a quien califica de traidor y de fascista.

Se une a Maples Arce y juntos escriben el Segundo Manifiesto Estridentista. Pelean contra los ``contemporáneos'', se cagan en el General Zaragoza y vitorean al mole de guajolote. Es la época de la revista Horizonte (ahí están Diego, Tina Modotti, Leopoldo Méndez, Abraham çngel...) y de los libros estridentistas: El viajero en el vértice y Esquina. En ellos giran las vanguardias, sus versos cortados y concebidos como unidades independientes se integran en un todo cubista.

Maples, agobiado, se aleja del campo de batalla. Germán sigue, publica los Cantos del hombre errante y el de Las voces insólitas.

Su vida de activista transcurre entre huelgas, movimientos sindicales, motines, garrotazos policiacos, crímenes institucionales y prisiones. En este número, como homenaje al escritor y al luchador social, publicamos La huelga de los panaderos.

Disputó con Díaz Mirón y lo persiguió el feroz Maximino çvila Camacho. Se refugió en Europa. A su regreso a México apoya a Cárdenas y, al mismo tiempo, lo critica. El Vaticano lo trata peor que a los condones y, sin más, lo mete en el êndice de por vida y sin salida posible. Todo por un libro que tituló Prácticas de Educación Irreligiosa. No acepta irse de Embajador a la URSS y dedica sus esfuerzos a la Universidad Obrera.

Editor, viajero, sandinista, defensor de la utopía socialista, lucha, pierde, huye, regresa y nunca claudica.

Mucho escribió y sigue escribiendo... poemas, cuentos, ensayos, crónicas, manifiestos. Su efigie anda ya en el Bosque de Chapultepec y seguirá andando y estridentiendo.

Te mandamos abrazos, querido Germán. Sigue escribiendo otros cien años. Te queremos y respetamos. Te queremos más de lo que te respetamos.

HGV

CONFIGURACIONES


Hugo Hiriart

La bruja, la guerra
y el perro blanco

Miedo grande, no vago temor ni aprehensión frente a ciertas posibilidades ni miedillo a esto o aquello, sino miedoÊgrande. He aquí tres versiones de miedo simple, pero grande.

(1) Mi perro, el Puck, labrador casi blanco, razón por la que a veces le digo el Ostión, se repega a mis piernas gimiendo. Tiene miedo, pero ¿a qué? Paseo la vista por el comedor, donde estamos, y encuentro la razón. Puck le tiene miedo a un dinosaurio de plástico de unos 30 cm de alto con el que estuvo jugando Nicolás, el hijo de Laura Imperiale. En el cerebro de Puck se integra muy bien, con maravilloso instinto, la imagen del animal amenazador, tiene la bocota abierta y enseña los dientes, pero no se registra que la bestia es de plástico y está inmóvil. El pobre, pese a ser en extremo avisado e inteligente, un Einstein de los perros, si se me permite la expresión, no distingue entre animal y representación de un animal.

(2) La primera vez que entré a la oscuridad de una sala cinematográfica, la película que exhibían era Blanca Nieves, y quiso la mala suerte que llegáramos justamente cuando la reina mala se transforma en bruja. Mi madre cuenta que yo grité de terror y me negué a avanzar, pero fui obligado, por lo que sufrí una especie de desvanecimiento de terror. Debe ser cierto, yo fui un niño muy fantasioso, crédulo e impresionable.

El enigma es fácil de plantear: ¿por qué se asustó tanto ese niño de tres o cuatro años? ¿Qué percibía? Una bruja, se dirá. Sí, pero ¿por qué esa imagen de anciana gesticulante asusta tanto a un niño? ¿Cómo construye a la bruja a partir de la anciana? Además, la extraña bestia que Puck percibe, puede morderlo, pero la bruja, ¿qué hace?, ¿por qué el niño le tuvo tanto miedo?, ¿de qué tenía miedo?

A muchos les parece obvio que la bruja destila y reifica el terror del niño hacia su todopoderosa madre. Pues ella que protege y alimenta puede también, y por lo mismo, destruir. A mí no me parece obvio, sino muy especulativo, y no me satisface como explicación. Prefiero sentir que no entiendo y dejar el miedo a la bruja sumido en el misterio hasta nuevo aviso.

Dicen que Blanca Nieves era la película predilecta del famoso matemático Allan Turing, y que la vio muchas veces. Turing se suicidó, no precisamente mordiendo una manzana envenenada, pero casi: chupando una naranja a la que había inyectado cianuro. ¿Qué veía Turing en Blanca Nieves? Los cuentos infantiles, para quien los sabe leer, están lejos de ser simples, a veces alcanzan hondura mitológica e inesperadas significaciones.

(3) Otra ocasión de miedo grande, también en la infancia y en cine, puede ayudar a entender estas cosas. Tendría unos siete años cuando mi madre, movida por no sé qué pedagogía antibelicista, nos llevó a mi hermano y a mí al cine Insurgentes, no se me olvida, a ver Sin novedad en el frente. Recuerdo que, para atraer público, en el lobby se exhibían una figuras de cera de tamaño natural: un soldado alemán clavaba la bayoneta a un gimiente soldado francés. Esa horrenda representación, sumada al extremado realismo de las escenas de guerra de trincheras, detonó en mi tierno espíritu como carga de profundidad. El miedo a verme obligado a combatir en una guerra como esa me duró, literalmente, años. Le tenía pavor, un pavor amargo y total, y con frecuencia me descubría fantaseando qué podría hacer para evitarlo. Llegué a urdir hacerme cura, hasta que un día otro niño me reveló que también los curas iban a la guerra, si bien en calidad de capellanes. Entonces fantaseé por otros rumbos, por ejemplo, cortarme un pie o algún otro remedio desesperado.

Pero en este caso, a diferencia del de la bruja, creo entender qué me sucedía. Me parece que la película coincide con un descubrimiento de verdad pavoroso que todos los niños hacen aproximadamente a esa edad, a saber, el descubrimiento de que van a morir. Por eso se intensificó tanto la impresión de la película. Me valía, entonces, de las imágenes espeluznantes de la guerra, por ejemplo, las del gas mostaza que, cuando no mataba, dejaba ciegos a los que lo aspiraban, para lidiar en mi interior e ir haciendo tragables la muerte segura y otras desgracias, sólo posibles, que acechaban en mi camino. Como quien dijera: si resuelvo lo de la guerra, resuelvo lo demás. Y era la Gran Guerra, digamos, mi guerra imaginaria y personal contra mis propios fantasmas.

Otras películas me han dado miedo, pero como Sin novedad en el frente, ninguna, ni de lejos. Y ya expliqué por qué.




Naief Yehya

Prensa, industria y la falacia de los monopolios naturales

Medios informativos vs. industria de la información

El pasado sexto seminario internacional How to Export Software and Services, que tuvo lugar en la ciudad de Fortaleza (capital del estado brasileño de Ceará), el cual fue organizado por Insoft (el Instituto de Software de Ceará), incluyó en su programa por primera vez un foro en el que se discutieron las relaciones entre los fabricantes de software y la prensa. Fue muy sintomático que los trabajos comenzaran con una serie de participaciones provocadoras. Los empresarios brasileños se quejaban de que los medios no estaban pendientes de lo que sucedía en la industria, que eran ignorantes respecto a las tecnologías de la información y que era posible sospechar que servían a intereses superiores (muy probablemente extranjeros). Algunos miembros de la prensa (entre los que estaba quien esto escribe en representación de La Jornada) respondieron que a menudo los empresarios querían sobornarlos o comprarlos con regalitos (desde bolsas de cacahuates hasta laptops) para que escribieran favorablemente de sus productos y que en general las empresas, aparte de no comprender cómo funcionaban los tiempos periodísticos, eran incompetentes en materia de relaciones públicas. A medida que avanzó el evento, el diálogo se fue enriqueciendo, las posiciones radicales se fueron suavizando y fue posible establecer un auténtico diálogo. El tortuoso y agrio arranque de este debate refleja la difícil relación entre los medios informativos y la industria de la información. El origen del conflicto radica en un problema de delimitación de funciones y en uno de expectativas. Para muchos la función de la prensa consiste en repetir aleladamente el contenido de los boletines y releases que emiten las compañías; es decir, que según ellos debería servir como mera extensión de sus departamentos de marketing. Mientras por otro lado no hay duda de que buena parte de los periodistas ignoran sistemáticamente la mayoría de los comunicados, avisos e invitaciones que inundan las mesas de redacción.

La supervivencia del más anunciado

Quienes resultan más perjudicados por las malas relaciones entre la industria de la información y los medios informativos son las empresas pequeñas e independientes que deben competir contra los gigantes que dominan el mercado. Las compañías chicas no pueden destinar muchos recursos a la promoción y muchas veces no cuentan con sistemas de comunicaciones corporativas profesionales. Esto es particularmente grave, ya que actualmente en pocas industrias hay un monopolio planetario tan brutal como el que ha creado Microsoft en materia de sistemas operativos y software. Al no poder competir con las campañas multimillonarias que lanzan las grandes corporaciones, las empresas pequeñas dependen en buena medida de los reportajes, artículos, entrevistas y evaluaciones de los reporteros y expertos de la prensa. Lamentablemente los medios no siempre están atentos.

Monopolios naturales

Si bien el departamento de justicia y algunos estados de los Estados Unidos le acaban de declarar la guerra a la empresa de Bill Gates, en el resto del mundo se hace poco o nada para contrarrestar (o por lo menos para rendir cuentas de) los efectos colonizadores de la cultura Microsoft. Obviamente el problema de Gates es mucho más complejo de lo que parece. Desde 1880 un juez estadunidense determinó que existían monopolios naturales (el concepto fue definido propiamente hasta 1974 por el economista Richard Posner), los cuales supuestamente eran benéficos para el público consumidor, como los teléfonos, trenes, agua, gas y luz entre otros. En teoría estos monopolios podían crear infraestructura (cableados, tuberías, redes ferroviarias o satélites), así como ofrecer mejores servicios y precios al no tener competencia que vencer. La duplicación de esfuerzos era considerada un desperdicio y se entendía que era conveniente proteger a los inversionistas privados o públicos que tomaban riesgos. No hacía falta demasiada suspicacia para saber que (tanto en occidente como del otro lado de la cortina de hierro) esta teoría acomodaba plácidamente los intereses políticos-industriales de las clases poderosas.

Microsoft vs. el mundo

En el pasado, el gobierno estadunidense ha disuelto algunos monopolios famosos como la Standard Oil de Rockefeller, la cual hace 50 años fue transformada en 34 refinadoras; la vieja AT&T fue desmembrada en una empresa de larga distancia y siete telefónicas regionales; IBM fue objeto de un litigio que duró 13 años y sólo terminó cuando el departamento de justicia se dio por vencido en 1982. Microsoft controla hoy en día el 90% del mercado; hay numerosas evidencias de sus prácticas desleales (como amenazar, chantajear y boicotear empresas para que favorezcan sus productos) y es inminente que pronto extenderán su poder al ciberespacio. Nadie duda de que Microsoft es un monopolio en el sentido tradicional, pero el problema del gobierno es que el principal producto de Microsoft no tiene nada de tradicional. Windows no es precisamente un bien material, sino que es una entidad hecha de líneas de código que puede ser redefinida y modificada en cualquier momento para quedar irreconocible sin por esto dejar de ser Windows. El gobierno dividió a los monopolios del pasado en sus partes constitutivas; en este caso está teniendo problemas para definir de entrada el producto en cuestión. Eventualmente el gobierno puede ordenar la fragmentación de Microsoft en varias empresas pequeñas, pero eso no va a cambiar el hecho de que el sistema operativo más popular del mundo ha creado un monopolio de la cultura computacional planetaria, el cual se ha incrustado profundamente en la manera en que nos relacionamos con las computadoras y del que no nos libraremos con leyes ni artificios legales.

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Naief Yehya

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TIEMPO FUERA

Fabrizio Mejía Madrid

Breve relato sobre la belleza

Cuando los padres de Coral (así la llamaremos para que sepan que nació en los setenta) eran jóvenes, vivían en una bodega donde pintaban, se besaban, y comían sopa de tomate con pan negro. Hasta la fecha, el simple olor rancio del pan negro le provocaba a Coral una sensación de felicidad escondida en una memoria inencontrable: el momento en que había comida caliente y sus padres se amaban. Pero decíamos que, a los 25 años de edad, los padres de Coral vivían fuera del mundo. Cuando no tenían qué comer, se subían a una camioneta llena de un polvo blanco (se las prestaba un amigo que nunca se hizo millonario con la venta de cemento) y, cuando regresaban, siempre traían algo de comida y flores, recuerda Coral. Además, salían de aquella camioneta polvorienta envejecidos, el pelo negro, el cansancio cutáneo de las horas al sol y, entonces, su madre le decía a Coral, agitando sus enormes aretes de madera:

-Hace cuatro horas te despediste de papá y mamá, y ahora saludas a tus abuelos. ¿No eres afortunada? Tienes dos en uno.

La madre de Coral quería decir ``cuatro en dos'', pero no nos detengamos en el detalle y tampoco pasemos por alto el dato de que Coral no tenía abuelos en esa época, es decir, que sus padres se habían fugado de sus respectivas casas, a los 17, cuando supieron que Coral estaba en camino. Y Coral no dejó de sorprenderse por este asunto. No me refiero a que sus padres se evadieran por su inminente nacimiento, sino por el hecho de que ella se llamó ``Coral'' antes de haber nacido. Todos nos llamamos antes de existir, pero sólo a Coral le sorprendió. De hecho, pensaba en eso, el día que sus padres se subieron a la camioneta de carga y no volvieron hasta el día siguiente. Coral tenía entonces una pulsera, regalo de su padre, y se quedó dormida acariciando las cuentas. A la mañana siguiente sus padres llegaron, no blancos de cemento, sino recién bañados y con comida para el resto del siglo. Discutían. Y Coral hizo preguntas, como cualquier niña de ocho años.

-¿Le contamos? -preguntó el padre de Coral a su mujer.

-Sí. Explícale. ¿A ver qué cree ella de todo esto?

-Pues llegamos a la casota de McNamee, un gringo que dice que fue juez en Estados Unidos. Le enseñamos los cuadros y las esculturas. Nos preguntó cosas sobre la inspiración de los artistas, ya sabes. De pronto dice el tal McNamee que nos lo compra todo, más un dibujo de tu madre desnuda.

-No, no fue de pronto -respingó la madre de Coral-: me miró asquerosamente y, entonces, lo propuso.

-El caso es que dibujé a tu madre desnuda en un sillón de la casa del juez. Ella no dijo nada. Dormimos ahí, nos bañamos, nos pagó una fortuna, compramos comida, y ahora ella está enojada conmigo.

-La niña no entiende -respondió la madre de Coral.

-Bueno, pero ¿por qué no dijiste que no querías, que te parecía perverso y sucio todo el negocio?

-Porque no me dieron oportunidad. Tú le contestaste que sí, como si yo estuviera pintada. Nunca me pediste mi opinión.

-Pero lo hubieras dicho; para eso tienes boca.

-Me vendió desnuda, Coral. ¿Sí lo comprendes, verdad?

-Es falso. No le creas, Coral. Tu mamá es la que está aquí. La que vendimos es de papel y tinta.

-Pero el gringo viejo pagó por verme desnuda, Coral. Y me tiene desnuda, aunque sea en una hoja de papel. Tu padre me vendió -dijo la madre de Coral.

Y su padre se echó a llorar. Coral se colgó de él. Lo único que sabía era que odiaba a su madre por hacerlo sufrir.

* * *

Casi 17 años después, Coral recuerda el incidente. Aún no tiene opinión, aunque sigue odiando a su madre por haber hecho sufrir a su padre, no sólo esa vez, sino todas (se separaron cuando Coral cumplió 10 años y nunca lo volvieron a ver). Coral está observando a su madre, una mujer de apenas cuarenta y dos años, quien tiene la cara hinchada por una infección de muelas. Coral se entretiene mirando uno y otro lado de su rostro: el izquierdo es el de siempre, el de la amargura y las decepciones; el derecho, inflamado, la hace más amable, alegre, rolliza. De pronto, Coral se mira de reojo en el espejo del cuarto de su madre y descubre que ella es igual al lado hinchado de su madre. Y se horroriza.

* * *

Esa misma noche, Coral se prepara para la primera cena con la familia de su prometido, Raúl Balboa, que espera -sin espiar por la cerradura- a que Coral esté lista. Cuando ella sale de su recámara, Raúl se ruboriza:

-No puedes llevar un escote tan grande. Y te quitas esa pulsera de hippie que siempre llevas.

La primera reacción de Coral es enfurecerse. Arroja la pulsera en la mesa de noche, mientras intercambia la blusa escotada por una de botones. Su novio se voltea. Y, mientras entra a la casona, disfrazada al gusto de Raúl, a Coral se le doblan los tobillos con los tacones: en la sala de los Balboa está el desnudo a tinta de su madre. Coral entorna los ojos y, con un dedo al final de su brazo extendido, dice, con afectación:

-ƒse lo dibujó mi padre.

Y todos los admiran, complacidos.


DOMINGO BREVE

Juan Villoro

La memoria maestra

Acaba de aparecer en España Negra espalda del tiempo, la esperada novela de Javier Marías. Con temeridad casi suicida, el narrador ofrece una bitácora de íntimas certezas y desconciertos que añade registros decisivos a su obra y se aparta por completo de sus mayores éxitos de venta y crítica, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí.

Negra espalda del tiempo reflexiona sobre el autor y su circunstancia, las fronteras donde la realidad se encuentra con la ficción y la forma en que el novelista es alterado por su obra. En sus muchos borradores, el escritor cede espacio a algo que no le pertenece, acepta la perplejidad y el extravío, encuentra un camino que busca en secreto pero que sólo vislumbra al dialogar con su materia. Sin caer en raptos chamánicos, es válido decir que piensa a través de su escritura, y que es pensado por ella. El procedimiento es inseparable de toda narración; lo original, en el caso de Marías, consiste en novelarlo, en construir un artificio capaz de persuadirnos de que el texto y nuestra lectura transforman al protagonista, que casi por azar es el autor de la novela.

El disparador del libro son las coincidencias y confusiones provocadas por la publicación de Todas las almas, en 1989. Aquella novela tenía por protagonista a un profesor español en Oxford, y fue leída como una historia en clave de los años que Marías enseñó traducción ataviado con la prestigiada toga oxonense. Los colegas ingleses de Marías se sintieron retratados en la novela, se ofendieron al no reconocerse en esas páginas o se inventaron parecidos con personajes que sólo existían en la imaginación del autor. Todas las almas fue el primer libro que puso a Marías en contacto con el gran público y lo llevó a los ambiguos placeres de la sobreinterpretación; de modo sigiloso, los lectores atraparon al novelista en una red de misreadings y acabaron por brindarle una realidad afantasmada, donde se asemejaba cada vez más al protagonista que nunca pretendió ser.

Casi una década después, Negra espalda del tiempo se presenta como la operación opuesta: una novela sin ficción en la que Marías se asume como protagonista absoluto del relato y trata de despejar las sendas de sombra que de manera casi inadvertida recorría desde Todas las almas. Más que ante una trama definida, estamos ante un catálogo de obsesiones. La muerte, las ausencias que deciden por nosotros, el costado improbable de los recuerdos, lo que los sucesos callan cuando transcurren conforman la espalda del tiempo buscada por el narrador. Marías avanza sin brújula rumbo a esa orilla insólita; desconoce lo que va a decir y es el primer sorprendido de las conexiones que entrega su novela.

El sentido del suspenso, resorte esencial de Corazón tan blanco o Mañana en la batalla, cede su sitio a una pesquisa intelectual, dominada por los gustos literarios y los hábitos de quien ve el mundo como una vasta oportunidad narrativa. Marías dedica varios capítulos a indagar las oscuras circunstancias en las que murió Wilfrid Ewart, un novelista menor, aunque célebre en su tiempo, que llegó al país del águila y la serpiente en busca de una cura para la mano que ya no lo obedecía al escribir. No sabemos si Ewart experimentó en tierras de la Coatlicue la fascinación tantálica de Lawrence, Burroughs, Lowry o Bierce (quien en su última carta escribió: ``Ah, ser un gringo en México; eso es eutanasia''), lo cierto es que su biografía termina como el comentario más dramático sobre la mexicana alegría. Fue alcanzado por una bala perdida por alguien que celebraba el Año Nuevo de 1922 en el DF. Ewart no veía con ese ojo y resulta una rebuscada ironía que aquella bala fuera el único contacto que su globo ocular tuvo con su cerebro. Para recrear el destino de Ewart, Marías se apoya en una correspondencia de casi diez años con Sergio González Rodríguez. En complicidad con el autor de El centauro en el paisaje, inventa a otro corresponsal mexicano, Rafael Muñoz Saldaña, quien recorre los archivos de El Universal y Excélsior y aporta pistas, siempre perturbadoras y siempre insuficientes, acerca del escritor inglés. Como en su relato sobre Elvis en Acapulco, Marías evoca con fortuna un país en el que nunca ha estado y demuestra que no hay mejor vía de conocimiento que la ficción.

El libro también incluye el trato del autor con Juan Benet, una viñeta del dictador y falso almirante Franco, tan lograda como la del Rey Juan Carlos (``Only the lonely'') en Mañana en la batalla, y algunas rencillas editoriales destinadas a mostrar que, a pesar de su éxito contundente, el novelista custodia con esmero el sentido de la irritación.

Negra espalda del tiempo es la puesta en escena de una mente. Como Fridyes Karinthy en su Viaje alrededor de mi cerebro, Marías no escatima ningún detalle introspectivo, y algunos internistas españoles se han apresurado a diagnosticar dolencias marianas que van del solipsismo al narcisismo. En la tensa relación que Marías mantiene con su patria, nunca han faltado los cargos de ``extranjerizante'' (o ``angloaburrido'', como escribió Francisco Umbral); ahora, la arriesgada apuesta de Marías corre el albur de ser estudiada como un problema de carácter y no como un asunto literario. Es cierto, Marías está ante el espejo, pero lo decisivo no son sus modales sino la forma en que se convierten en estilo literario.

Un pasaje memorable resume la tentativa del autor. Las lámparas de día son la mejor forma de calibrar el arbitrario decurso del tiempo: ``las incongruentes luces todavía encendidas bajo el sol que avanza y las hace patéticas e insignificantes [atestiguan] que existió lo que ha cesado''. Negra espalda del tiempo brinda el impensado reverso de lo que acontece, el sustrato esencial de la novela, la luz fuera del tiempo, donde perdura lo que ya ha cesado.


TERCERA COLUMNA

Eduardo Milán

Un pájaro en el aire

El problema de la poesía actual sigue siendo el cómo responder a una idea de continuum, aunque sea un continuum interrumpido, que se plantee una duración sin renegar de lo aprendido a lo largo del siglo. Que de eso saldría un mestizaje formal ya lo sabemos. Hay antecedentes de ello en la reciente poesía hispanoamericana, como en el caso del chileno Raúl Zurita. Zurita aprendió de la vanguardia lo que se podía aprender: la experiencia del lenguaje como piedra de toque de la creación de un universo que respondiera también a la problemática social y política. James Joyce no fue, por una vez en la joven poesía hispanoamericana, enemigo de las protestas libertarias contra una dictadura, en aquel caso, la dictadura de Pinochet. La herencia de la vanguardia, la aventura del lenguaje, no suponen la negación de la obviedad de que medio planeta se muere de hambre. Hay una cierta moda temática, en el sentido de la separación de los temas del encadenamiento filosófico que los promueve, que pretende hacer poesía de contenido, o sea poesía ``consciente'', con una serie de elementos que están en el aire de este tiempo: ecología, religión, lo sagrado, la sangre, etcétera. Hay que recordar que esos elementos integran una realidad más complejaÊque tiene raíces políticas, económicas, sociales. Un poeta que elija trabajar el lenguaje fuera del contexto en el que se plantea el mundo actual, aludiendo solamente a los temas que la realidad o la cultura señalan como prioritarios, conseguirá una imagen del mundo muy poco dinámica, por más ritmo que le imponga a su lenguaje. La cristalización del poema vía la pureza del lenguaje siempre parece una salida ``sensata'', por no decir atemporal, al tembladeral del tiempo. Existe en esa actitud -que es una actitud ante el lenguaje y ante el mundo- una confianza en la eternidad de los motivos que saldrá siempre bien librada en momentos de confusión. La descripción de un pájaro en el aire parece un ejercicio de libramiento del caos de la historia en cierto momento. Sin embargo, un pájaro en el aire es y será siempre un pájaro en el aire, salvo que se considere una miniatura, algo para guardar en una caja fuerte o en un recinto como la memoria considerada como caja fuerte y fuera de la conciencia. El otro gran aporte de las vanguardias en este siglo es la visión de la poesía como algo dinámico y contradictorio. Los grandes poemas del siglo tuvieron una característica común: movimiento. Distintos movimientos: el del lenguaje, el de la cultura, el del inconsciente, el del corazón. Acudimos a poemas estáticos y descriptivos cuando estamos cansados, cuando queremos salirnos del tiempo. La misma política es la que nos hace volver, como lectores, a una cierta estética ideal, trascendente, reposada. Ahí nos auxilia la tranquilidad del tiempo pasado. Pero un poeta no puede instalarse en la coartada del tiempo pasado para crear. Crear es siempre crear ahora. Lo demás es lección. La dinámica del pasado no nos pertenece. Los grandes poemas que pusieron en jaque el tiempo de la creación -muy especialmente The waste land, de Eliot-, insistieron en un dinamismo formal sin precedentes, pasearon la percepción del lector de un costado a otro del texto, confundieron, provocaron, irritaron. Pero no mintieron sobre la intranquilidad de la época. Pound tuvo la ambición, en sus Cantares, de atrapar el tiempo de la cultura contemporánea. La velocidad en los Cantares es el elemento dominante, en su ayuda va la ruptura formal y la técnica ideogramática por aproximación de elementos. Pero no promete descanso donde no lo hay. Mentir, en poesía, no es confundir la metáfora con la literalidad: es trampear las dinámicas de la vida, vender coartadas. Si un lenguaje poético se levanta con la impavidez de una torre o de una catedral, nos da una parte de la realidad, y la realidad es todo. Extraer de la realidad sólo su zona pura, menos problemática, tiene que ver más con asegurar mercados (esto es: lectores) o con postulaciones seguras a la sombra del más allá. Si hablamos de continuidad (y de eso habla la poesía) hablamos de continuidades abarcadoras, de coexistencia, no de exclusiones.