Abraham de Alba Avila
Excelencia, divulgación y apariencia
Otra revista. Eso es lo que pienso cada vez que paso por conocido restaurante con gran variedad de esas publicaciones. Lo curioso es que varias tienen en su título la palabra sagrada ciencia. Pero ahora también incluyen el de alguna universidad o institución de educación superior y de provincia. Estrella Burgos (La Jornada Semanal número 163:14) tiene muy clara la diferencia entre ciencia y su divulgación, pero para otras personas no es así. Como ella lo ha dicho mejor, lo transcribo textual: ``La divulgación no es simplificar ni hacer sencillo lo complejo; es hacerlo accesibleÉ''
Ignoro si ese fenómeno de revistitis es algún designio de autoridades superiores o requisito del TLC, como se acostumbra a argumentar subrepticiamente en estos tiempos. El caso es que, si vivimos en un país con techos financieros cada vez más bajos, no me explico cuál es el incentivo de hacer revistas de divulgación que tienen la apariencia de ser científicas.
En el caso de las ciencias experimentales (mi campo, y de antemano admito que no es el único camino de la ciencia), existen dos cosas que son condiciones sine qua non: una, que haya una hipótesis falsificable como lo argumenta K. Popper, y otra, que los resultados sean sometidos al escrutinio de pares revisores.
En este caso, mi argumento sigue la necesidad del segundo requisito, para que avance la ciencia. Es decir, lo que no ha sido revisado y consensado por otros investigadores: que consideren que la hipótesis presentada se ha planteado correctamente, que se ha diseñado el experimento de acuerdo con ella y los resultados se derivan de dichos experimentos y no de otra cosa; sólo entonces los manuscritos son publicables y reconocidos en ciertas revistas de excelencia (palabra de moda en el país, donde mucha falta hace), como el escrutinio que ha llevado a cabo el Conacyt, (http:// main.conacyt.mx/daic/revistas_cientif.html) para beneficio de los integrantes del SNI (pero ése es otro tema).
Es la publicación de nuestros trabajos en esas revistas y las internacionales (pero lean a Bosch y Félix, Lunes en la Ciencia número 18:IV) lo que realmente se valora en la carrera de un investigador; lo aparecido en una revista de difusión no tiene el mismo mérito, pues no necesariamente se escribe sobre resultados, sino lo que se considera importante, relevante y a veces producto de la revisión de muchas investigaciones.
No trato de disminuirle su importancia: la difusión tiene una función primordial en una sociedad cada vez más cautivada por el consumismo y por todo lo que existe detrás de esas creaciones. Lo que me preocupa es que el público en general, e inclusive algunos investigadores, crean que lo publicado, sin haber pasado por esa revisión, tenga el mismo valor que lo que se difundió en una revista de reconocido mérito.
Entonces, mi argumento es que si lo investigado tiene valor debería de publicarse en una de esas revistas de excelencia que, dicho sea de paso, sobreviven muy precariamente, puesto que tristemente somos muchos los investigadores que no tenemos la disciplina de publicar nuestros resultados, por un lado; por otro, dada la revisión antes anotada, eso predispone lados buenos y no tan buenos. Mucho se ha dicho del potencial efecto achicador de la imaginación por buscar sólo líneas consideradas permisibles y no salir de la manada; además, algunos investigadores no soportan el juicio crítico. En fin, se puede pensar en un sinnúmero de causas, algunas válidas.
El caso es que más de una sociedad profesional que ha fundado su revista han tenido, tarde o temprano, que cerrar sus puertas por falta de material o porque de plano, tristemente, no pasan las pruebas aludidas. Eso es ciencia; publicar en una revista que no tiene ese escrutinio y decir que es ciencia, es fraude: para el que lo escribió y para el lector, por la impresión que se lleva de una trabajo terminado, con muchas citas bibliográficas -como se acostumbra-, aunque no sean de este país (y mejor que no lo sean).
Es claro para propios y ajenos que no se puede ser juez y parte, y por tanto es irrisorio que esas publicaciones de ciencia tengan un comité editorial (¿quién los capacitó?) de la misma casa de estudios donde publican los investigadores; si tantas ganas tienen de publicar, ¿por qué no usan las de excelencia?
Según el sitio anotado anteriormente, en ciencias biológicas existen nueve, de las cuales -vergonzosamente para nosotros los provincianos- tres son de la UNAM; claro, siempre salimos con el pretexto de que tienen más presupuesto, más esto, más lo otro, y no la causa que más nos duele.
Existen magníficos ejemplos de divulgación, e incluso con un diseño igualable con el primer mundo. ¿Acaso eso aumenta el número de estudiantes deseosos de tomar carreras científicas? Pero, ¿no sería más sensato apoyar a esas pocas de excelencia y cada día en menor número, que derrochar recursos que no tenemos en revistas que no sabemos quién lee?
Cabría también considerar si existe tanto público ávido de saber cosas de la ciencia -¡algunas son hasta regaladas!-, cuando vemos cada día que la tv acapara más y más la atención de múltiples sectores. Sólo basta pensar en conocida telenovela que acabó recientemente, para reconocer los estragos...