José Cueli
Del azar a la fatalidad del futbol

Dejaré el juego trágico de la bestia y el torero en el que el ciego ímpetu y la argucia se encuentran en un espacio y en un tiempo donde sólo caben ellos y se da el drama como el que sucedió esta semana, con el triunfo de José Tomás en Madrid. Dejaré el toreo que desaparece en nuestra ciudad y da paso al futbol, que domina todos los espacios y sustituye a la toreada y contiene el aliento del mundo que se apresta a contemplar vía la titiritele ese supremo instante del choque en que una de dos fuerzas ha de ser vencida (quién sabe, por qué, siempre es la mexicana) nada nos saca de precipitar en noventa minutos de azar el sí o el no, a que se reduce todo pase, la esencia de nuestro propio destino que en la vida cotidiana ha de diluirse en lentas alternativas sin emoción ni trascendencia. En una semana más nos dejaremos envolver de esa caja de títeres que es el futbol, nutrida de supersticiones que se llama juego y tiene un singular atractivo, porque en él palpitan los propulsores cardinales del espíritu; la omnipotencia, la codicia, el miedo, la esperanza, la destrucción; aventados en la fantasía por los demonios de la facilidad y la rapidez.

En los tapetes verdes europeos contemplaremos la debilidad de nuestra tímida selección, que en los partidos preliminares al Mundial sólo arriesgó la postura mínima, tras titubeos dolorosos en actos desesperados de bravuconería en que reflejaban el combate contra la adversidad, que como fatalidad nos persigue. Pero a sabiendas de que esta timidez y pasividad tiene causas reales; falta de condición física, integración al equipo, y un director técnico que se le sale el equipo de las manos. Esperemos que surja el héroe y de la parálisis viva la emoción, la audacia y siquiera le pongan ganas a falta de lo que tiene el resto de los conjuntos.

Hay en nuestra selección lentitud, miedo y algo contenido que les impide llegar al marco. Su juego es sencillo, no buscan en engañosas combinaciones nuevas jugadas de inteligencia, la prolongación del tiempo, sino que mantienen los pases perdidos -del lado y hacia atrás- repetidos hasta la aburrición en que la ansiedad les quebranta el equilibrio emocional. Es decir, la repetición de las jugadas habla de fijeza en la mente, rigidez en la acción, devaluación en la persona, falta de iniciativa y poco trabajo de autoestima en los jugadores.

En fin, la fatalidad nos lleva a vivirnos y hacer lo posible por ser débiles y a la corta perder. Pero no entremos ya sentenciados a la derrota; sin embargo, las fantasías parecen ser inmortales. Quién sabe que será ese misterioso impulso en que coexisten la emoción de ganar a sabiendas de ser una lógica de lo imposible. Emoción vital hecha de terror y anhelo en los países con posibilidades de ganar. Mas ¿en nosotros? la fatalidad parece ser nuestro sino y destino.