Con más de 70 por ciento de los votos escrutados parece difícil que alguno de los candidatos a la Presidencia de Colombia pase en la primera vuelta al obtener la mitad más uno de los sufragios, y es casi matemáticamente seguro que la contienda se resolverá en la segunda vuelta electoral entre el conservador Andrés Pastrana y el liberal Horacio Serpa. Sin embargo, está la incógnita de hacia quién se volcarán los votos de la populista de derecha Noemí Sanín, particularmente numerosos en la capital, Bogotá, y los votos de los demás candidatos, que van desde la izquierda ex guerrillera hasta la extrema derecha.
Teóricamente, el candidato conservador tendría mayores posibilidades, pues ya en la elección anterior contra Samper perdió por un margen pequeño y, además, es hijo de un presidente de la República también conservador, cuenta con el apoyo de la mayoría de los medios empresariales y de Estados Unidos y tiene sólidos lazos con el ejército, que podrían servirle para tratar de negociar la paz con las guerrillas.
Hay también una especie de acuerdo contra Serpa, que fue ministro del Interior de Ernesto Samper, entre las demás tendencias políticas, las cuales temen la posibilidad de que un presidente liberal sea menos previsible que otro conservador.
Lo cierto es que, con una proporción similar de los votantes, Pastrana y Serpa deberán negociar duramente para conseguir la mayoría relativa en unos comicios inciertos y que se decidirán con el voto de ese tercio de los electores que no votó ni por los liberales ni por los conservadores.
Sea quien sea el candidato ganador en la segunda vuelta que parece inevitable, el próximo presidente colombiano deberá hacer frente a una problemática nacional que ninguno de los partidos tradicionales ha sido capaz de resolver hasta ahora: graves desigualdades sociales, violencia política y delictiva, militarismo y paramilitarismo, narcotráfico y una corrupción cada vez más alarmante.
Por el contrario, tales fenómenos se han profundizado durante las dilatadas décadas del asfixiante bipartidismo que aún impera en el país sudamericano, bipartidismo que opera en gran medida como un sucedáneo de la democracia.
Cabe esperar, en todo caso, que esta elección abra paso de una vez por todas a un proceso de pacificación entre el gobierno y los grupos guerrilleros, al desmantelamiento de los grupos paramilitares y guardias blancas que infestan el agro colombiano y a un fortalecimiento del Estado -en el marco irrenunciable de la soberanía nacional colombiana- en su lucha contra el narcotráfico.