La Jornada 2 de junio de 1998

En un México-Texcoco llegó a San Pedro Chenalhó solidaridad austera, pero genuina

Hermann Bellinghausen, enviado, Acteal, Chis., 1o. de junio Ť Las olas de la solidaridad son impredecibles. Y tienen los orígenes más diversos. Este domingo llegó a San Pedro Chenalhó un grupo de familias de extracción ora sí que popular, a bordo de un autobús lento, de esos México-Texcoco que abruman las rutas suburbanas del Edomex. Hicieron parada en la entrada de Polhó, y se siguieron hasta Acteal, para visitar los dos campamentos de refugiados: el de Abejas, y el de bases zapatistas.

Eran del Frente Popular Regional de Texcoco, y vinieron a decir a las comunidades en resistencia, por boca de su responsable, el señor Miguel Rodríguez:

--Su lucha es la nuestra, hermanos, es la que nos corresponde apoyar a todos como mexicanos.

Nadie los acarreó. Nadie los financió. Se notaría. Se trata de una caravana espontánea, autónoma, como el municipio que visitan, y así de modesta.

--Les traemos un granito de arena, pero con todo el corazón. Sabemos que la lucha de Chiapas no es aislada --siguió diciendo el señor Rodríguez en el patio de la escuela de Acteal.

Por la carretera no dejan de pasar, veloces, los vehículos del Ejército federal. En el patio de la escuela, unos veinte niños pequeños les cantan a los visitantes de Texcoco el himno zapatista Ya se mira el horizonte.

Del autobús bajan entre cinco una gran bolsa con kilos de frijol, arroz, azúcar y harina. Cajas con alimentos. El granito de arena que, en efecto, no es mucho.

Este es el mismo patio que servía de guarnición a la Seguridad Pública del estado el día de la matanza de Acteal, a 100 metros de aquí.

Don Sergio Quintero, del pueblo texcocano de Papalotla (``lugar de mariposas'', traduce), es presentado a los tzotziles por el señor Rodríguez como ``un zapatista de corazón y cuerpo entero. Su madre fue soldadera zapatista''. Don Sergio, como el señor Rodríguez, es un hombre de edad. Y sabe versos y corridos y sucedidos de Emiliano Zapata que dispara como ametralladora memoriosa.

--Los texcocanos viejos son todavía campesinos, pero sus hijos y nietos ya lucen urbanos, con camisetas de Huizar Trans-Metal, y binoculares para escudriñar las barrancas de Acteal.

Don Sergio se dirige a un creciente número de campesinos que se aproximan a ver qué se traen esos visitantes, y los llama: ``los hombres que saben que la lucha siempre es permanente''.

Una joven pequeña y delgada carga a su hijita y le muestra a los niños zapatistas. Vino deste Texcoco, 30 horas de camino, con su niña de brazos, para pararse en la escuela de Acteal y alzar el puño gritándoles: ``no están solos''.

--Hubiéramos hecho 100 horas con el mismo gusto. No importa el cerco --dice el señor Rodríguez.

Un anciano tzotzil, casi sin dientes, con su calzón de manta inmaculadamente blanco que deja desnudas sus fuertes piernas venosas, juveniles, que terminan en unas botas negras que parecen grandes. Posee un porte de gran nobleza, y ríe de gusto oyendo a los de Texcoco y viéndolos tomarse fotos con los niños y los versos de don Sergio. Así, en un panorama oscuro, ominoso por momentos, aparecen luces que entre sí se cruzan ``los de abajo''.

Hoy las amenazas (esa costumbre del alborismo) se dirigían hacia el municipio de Nicolás Ruiz, bajo la flamígera espada de doña Arely Madrid, secretaria de Gobierno.

Y en Acteal la niña Paulina, de pocos meses, y nacida en el exilio, poco antes del 22 de diciembre de triste memoria, juega en los brazos de su madre, que le habla en tzotzil, como si le explicara que vinieron gentes de Texcoco a visitarlos.

Vienen de Atenco, de San Pablito Chiconcuac, de Tepeclaostoc y otros pueblos en el perímetro del que alguna vez fue reino de Nezahualcóyotl, y que en tiempos de la Revolución Mexicana se unieron al levantamiento zapatista.

En Polhó, don Sergio Quintero había dicho, para las mujeres que bordan y cuidan el municipio autónomo, a orillas de la carretera, los versos de Ignacio Bernal: ``Yo no sé a dónde voy/ ni cuál es mi destino,/ la ley me anda buscando/ por toditos los caminos'', y les remató a sus escuchas:

--Ustedes tienen la razón y lo principal.

Su ojo izquierdo, blanco y ciego, se agitó junto con el otro, el que sí mira:

--Lo mero principal es lo que hacen ustedes por todos nosotros.

El maestro de los niños de Acteal invita a los texcocanos ``un taco'' y accede a hablar con los periodistas. ``Estos días otra vez vino fuerte el rumor de que van a entrar a nuestras comunidades. Tienen listas tres fuerzas: el Ejército Mexicano, la Judicial Federal y la Judicial del estado''.

Refiere que todos estos días rondó una camioneta del Ejército federal, que daba vueltas sin cesar en torno a la comunidad. En la duda, se suspendieron los planes que tenían los campesinos de salir a sembrar a través del cerco militar. ``No ha llovido'', dice el maestro. ``Pero el mayor peligro que sentimos son los federales y los paramilitares''. De todos modos, reconoce que la principal preocupación que tienen es que viven al aire libre, prácticamente: ``No tenemos casas, si viene la lluvia va a deshacer las casitas que hicimos con nailon y plástico, y se nos van a mojar los niños''. Por decir lo menos.