Ugo Pipitone
Y ahora, Asia meridional

Vienen ganas de establecer una ``ley'': a menor desarrollo económico, mayor agresividad nacionalista. Y no es necesario recurrir a Freud para entender la lógica compensatoria. Pero dejemos a un lado las ``leyes'' que, en la historia, tienen siempre demasiadas excepciones para confiar ciegamente en ellas. El hecho es que dos entre los países más poblados y pobres del planeta, India y Pakistán, entran a la carrera nuclear amenazando un nuevo conflicto recíproco, que esta vez podría tener dimensiones devastadoras. Y mientras los dos países gastan sus escasos recursos en un ejercicio primitivo de machismo a escala subcontinental, a uno se le ocurre recordar los datos básicos. Los PIB per capita de India y Pakistán son, respecti- vamente, de 400 y 500 dólares anuales. El analfabetismo adulto abarca en India 48 por ciento y 62 por ciento en Pakistán.

Con 960 millones de indios, un millón de ellos están en las fuerzas armadas. En Pakistán: 130 millones de almas y 500 mil soldados. ¿No era esto suficientemente irracional para dos países que vivieron su independencia como una secuencia inacabada de frustraciones económicas? Evidentemente no. Pero lo peor de estos días son las calles rebosantes de masas jubilosas súbitamente despreocupadas de su pobreza, de sus servicios médicos deficientes y de sus políticos corruptos. La bomba como pasión ecuménica.

Evitemos moralismos demasiado fáciles sobre la locura de los pobres. Oscar Lewis, Luis Buñuel y Pierpaolo Pasolini ya nos dieron suficientes claves a este propósito. Pero, tal vez, algunas cosas puedan todavía decirse. La primera es que el desarrollo económico es la única forma para comenzar a romper la espiral entre la pobreza y los prejuicios que impiden ver sus raíces. La segunda es que siempre existen políticos dispuestos a canalizar las frustraciones económicas colectivas en ejercicios irresponsables de nacionalismo y xenofobia. La tercera es que la forma mejor de evitar desastres futuros para todos consiste en reanudar iniciativas fuertes de cooperación internacional al desarrollo.

La gravedad de la situación que se ha creado en los últimos días va más allá de sus aspectos locales. La rivalidad indo-pakistaní -que viene del problema irresuelto del control de Cachemira y de los rencores acumulados en las tres guerras que enfrentaron estos países en medio siglo- es una pieza frágil de tensiones mundiales que estallando en Asia meridional podrían propagarse a muchas otras partes. China ha utilizado cínicamente la animadversión pakistaní contra India para debilitar la posición regional de este país. Y del otro lado están los apoyos que India ha recibido tanto de la ex URSS como, más recientemente, de Estados Unidos. Sin hacer vaticinios catastrofistas ¿quién habría dicho a comienzos de este siglo que el pequeño conflicto entre Austria y Serbia podía incendiar a toda Europa?

Son más que suficientes para este incierto fin de siglo los temblores subterráneos que vienen de la crisis económica de Japón y de buena parte de Asia oriental, para que pueda tolerarse ahora una escalada del enfrentamiento político-militar en Asia meridional. Teníamos hasta ayer una bomba judía, una taoísta y varias cristianas. Hoy se añaden al listado dos nuevas: una hindú y otra musulmana. Inútil decir que no es este el tipo de pluralismo del cual podamos esperarnos resultados positivos.

La moraleja es obvia: el no resolver los problemas económicos implica dejar en el camino tensiones y problemas que a largo plazo pueden producir consecuencias nefastas. Pakistán no es solamente uno de los países más pobres del mundo, ha sido, y sigue siendo, una realidad políticamente inestable y corroída por una corrupción pública gigantesca. India tampoco ha encontrado hasta ahora su camino afuera del subdesarrollo y hoy, apenas pocas semanas después de estrenar un nuevo gobierno, el primer ministro del país autoriza pruebas nucleares cuyo efecto político interno es el de cohesionar una coalición de gobierno compuesta por 17 partidos. Entregar a políticos de este tipo, a los dos lados de la frontera común, la administración de la economía y del bienestar de sus respectivos pueblos ya era una desgracia. Entregarles el poder de vida y muerte sobre millones de ser humanos es, en sentido estricto, una locura.