Rodolfo F. Peña
Adiós, amigo

En tiempos, uno de los escritores más admirados por Gonzalo Martínez Ortega fue Albert Camus. Leía bien, a fondo, hasta la última página y en todas partes donde fuera posible; y cuando al fin terminaba su tiempo de lectura, el libro en turno mostraba manchas de sudor en las cubiertas, señalamientos de páginas, numerosos subrayados y comentarios al margen de su puño y letra, hechos con tinta verde, que era su favorita.

Así hacía en general con los libros que le interesaban y muchos quedaban imposibles para otro usuario. Camus le inquietaba, como a tantos jóvenes de entonces, y por aquellos días soñaba con hacer un buen guión cinematográfico sobre El extraño y filmarlo. Pero aún faltaban años para que aprendiera bien las técnicas guionísticas y las de dirección, aunque contaba ya con una gran sensibilidad creadora. En l960, como todo el mundo, se enteró de la muerte de Camus en un accidente automovilístico. Escribió: ``¡Qué muerte más estúpida! Da la impresión de que Camus estaba empezando a descifrar peligrosamente ciertos enigmas de la vida y de que alguien decidió marcarle el alto''.

Ese comentario revela un cierto misticismo, al que creo que nunca fue ajeno Gonzalo a lo largo de la vida. Lo paradójico es que él mismo haya venido a morir de igual modo violento, y precisamente cuando estaba lleno de proyectos magníficos, detenidos sólo por intrigas burocráticas y por la indecisión de sus jefes. A su muerte, uno podría aplicarle el mismo rudo calificativo que él empleó para la de Albert Camus, aunque en materia de enigmas, los que resultaron indescifrables fueron más bien modestos, y tenían que ver sólo con los caminos laberínticos de la empresa televisiva que lo contrataba.

En realidad, desde su más temprana juventud Gonzalo vivió muy cercano a la literatura. Habiendo conocido casi casualmente las obritas más sencillas y tiernas de Dostoyevski, se sumergió a renglón seguido en la gran obra del escritor ruso que estaba traducida al español. Por eso, llegado luego a Rusia para permanecer allí casi una década, su mayor esfuerzo lo consagró al aprendizaje del idioma ruso, casi con el exclusivo propósito de leer a Dostoyevski en su propia lengua, según decía; lo cierto es que descubrió a otros muchos autores rusos del siglo pasado, y estoy convencido de que nadie quizá (o muy pocos) sabía tanto como él del autor de Los hermanos Karamázov, su vida y su obra, y de otros varios escritores y poetas rusos del siglo pasado. De la etapa armada de la Revolución Mexicana, que asimismo conocía muy bien, sobre todo en lo que tocaba a su natal Chihuahua, y de esos autores rusos, tomó probablemente el sentido épico de la mayor parte de su obra fílmica.

Gonzalo Martínez Ortega nos lega un trabajo importante, si descontamos algunas películas comerciales de mera sobrevivencia. Sin embargo, lo mejor, creo, estaba por delante. Jamás renunció a la idea de hacer una película sobre la última etapa de la vida del general Felipe Angeles, a la que titulaba Clarín del alba, y tenía ya un guión previo. Asimismo, disponía de un extenso guión escrito en colaboración con el desaparecido Carlos Ancira y titulado Vida de un gran pecador, que era como Dostoyevski pensaba titular una extensa trilogía cuya primera parte apenas sería la novela sobre los Karamázov. Se trataba, desde luego, de una obra biográfica, con formato de telenovela. Y estaba preparado, también, para iniciar en cualquier momento la grabación de otra telenovela, titulada provisionalmente El espía, sobre la vida en México de Pedro Serkó, un personaje del espionaje soviético que, haciéndose pasar por un fotógrafo suizo, se hizo miembro de una familia mexicana con la que Gonzalo emparentó también sin conocer la verdadera identidad del que fue concuño suyo.

En fin, la carrera de Gonzalo quedó trunca. Pero siempre habría quedado trunca, en cualquier edad, porque los hombres como él no dejan nunca de soñar y hacer planes. Ahora sus cenizas descansan en el lugar donde nació, en Santa Rosalía de Camargo, Chihuahua.

Yo he querido escribir estas líneas con frialdad, sin dejar que se cuelen en ellas los sentimientos personales. Pero debo agregar que además de un gran director de cine y televisión, y tal vez ante todo, Gonzalo era un amigo excepcional, rebosante de generosidad y nobleza. Y que con su muerte, soy uno de los muchos que se sienten disminuidos y destrozados.