Adolfo Sánchez Rebolledo
Casablanca: ¿qué sigue?

A unos días de que empiece la cumbre de Naciones Unidas contra las drogas persisten los desacuerdos entre la cancillería mexicana y el Departamento de Estado estadunidense.

La secretaria Rosario Green repitió en Caracas que Estados Unidos debe ofrecer una disculpa diplomática por el affaire Casablanca, pero el Departamento de Estado, encabezado por la señora Madeleine Albrigth, fuera de lamentar el portazo dado en las narices de las autoridades mexicanas, sigue sin admitir que la operación fue una desagradable intromisión en los asuntos internos mexicanos y un desacato injustificable a la cooperación bilateral en esta delicada materia.

El malestar creado por Casablanca amenaza con deslizarse a otros aspectos de la relación entre ambos países sin que, por otra parte, se aclare la naturaleza del asunto y sus verdaderos alcances.

En realidad estamos ante la expresión de una contradicción mayor que apenas comienza a manifestarse. Lo que está en juego es la definición de una nueva estrategia mundial que ponga en claro los términos de la cooperación internacional, así como las responsabilidades de cada país en el combate a las drogas.

Hoy se admite que los programas que estaban sustentados en una cosmovisión dividida entre naciones productoras y consumidoras, en la cual Estados Unidos aparecía siempre como la víctima propiciatoria de los productores del mundo entero ha fracasado.

La posición estadunidense se sustenta en una premisa sencilla pero equivocada: la responsabilidad principal por el problema mundial de las drogas reside en la oferta, no en el consumo.

Así pues, sellar las fronteras y reducir la producción y distribución extranjera por todos los medios ha sido y es la tarea primordial de las varias agencias estadunidenses encargadas de esta guerra de fin de siglo. Lamentablemente esta preocupación descansa en un conjunto de supuestos e interpretaciones que atienden más a criterios ideológicos que a un análisis objetivo del problema. Estados Unidos actúa en este punto como una gran potencia asediada por sus aliados.

La idea según la cual ``si no entran drogas no hay problema de drogas'' es absolutamente elemental. La hipótesis de que las presiones sobre la oferta harán que el precio al detalle de las drogas aumente, reduciendo a la vez la calidad y el consumo, es insostenible. Numerosos estudios revelan que la droga que se vende en las calles estadunidenses es más barata y mejor. Sin embargo, como asegura un informe estadunidense independiente, la política de ese país sobre control internacional de la droga sigue atada al control de la oferta, básicamente por medio de programas de aplicación unilateral y bilateral. ``Esta visión es la base del concepto de certificación, legislativamente impuesto a la Rama Ejecutiva por el Congreso desde 1986''.

Tal posición imperial ha sido cuestionada duramente por México y otros países, y aunque en Estados Unidos apunta a una actitud más abierta para considerar a la demanda como motor del circuito infernal de las drogas, es obvio que también existe una enorme oposición a cambiar, como demuestra, entre otras cosas, el asunto Casablanca.

Hay muchas y buenas razones para que el tema de la demanda sea abordado con criterios serios y responsables, atendiendo a las causas sociales, éticas y de todo orden que influyen en su crecimiento exponencial, en vez de persistir unilateralmente en los métodos represivos fuera de Estados Unidos.

México tiene que insistir en el fondo de la cuestión para que el tema de la demanda se discuta sin hipocresías ni mala conciencia. De otro modo, la cooperación será una forma encubierta de subordinación a los intereses nacionales... de Estados Unidos.