El reloj político marca implacable el agotamiento de los tiempos de la reforma política. Ernesto Zedillo ofreció completar la transición de México a la democracia. Hasta hoy no lo ha logrado y parece difícil que se logre durante su mandato.
El gobierno puede acreditarse logros en materia electoral y en la eliminación de controles sobre la información, pero son claramente insuficientes frente al acrecentamiento de los problemas económicos y sociales. Resulta difícil de explicar cómo después de haber recobrado conciencia de la vinculación entre el cambio político y la estabilidad económica hayamos desperdiciado mil días sin poder llegar a un Acuerdo Nacional por la Democracia. Hay peligro de otra crisis desastrosa del final del sexenio, peor que la de los últimos cinco sexenios anteriores. ¿A qué se debe esta parálisis?
1. El diseño de la negociación de la reforma supone que es inevitable y sano que los protagonistas (partidos y gobierno) se enfrenten y hagan valer sus desacuerdos. ``De la discusión va a surgir la luz'', esto es falso. El debate acalora los ánimos y la prensa los exacerba.
2. La negociación de la reforma política está contaminada con episodios importantes pero ajenos al propósito de un acuerdo general. Los partidos están siempre prontos a retirarse para presionar a que se les concedan ventajas políticas en otros ámbitos. El tema de Tabasco ahuyentó al PRD y el de Yucatán al PAN. Hoy la reforma está entrampada por el de Chiapas.
3. En la Cámara de Diputados se encuentran pendientes de discusión 30 proyectos de reformas a la Constitución que constituirían en sí mismos una gran reforma del Estado. Es muy difícil que prosperen. El empate virtual que originaron las elecciones del 6 de julio de 1997 no condujo, como era de esperarse, a un acuerdo, sino más bien a desencadenar un clima adversarial iracundo.
4. En apariencia (y este es el obstáculo de fondo) no hay voluntad política, ni del Presidente ni de los partidos. La iniciativa de Zedillo desde sus primeros días de su sexenio fue contrarrestada por resistencias dentro del aparato. El reformista Esteban Moctezuma tuvo que renunciar a la Secretaría de Gobernación y a los partidos les tomó casi dos años llegar a una reforma electoral eficaz paro incompleta.
5. Tal parece que los responsables de tomar las mayores decisiones en estos años están muy por debajo de la importancia de los acontecimientos. El Presidente logró hace unas semanas una agenda legislativa muy modesta si se le compara con la gran reforma integral necesaria. La oposición prefiere esperar la ronda electoral del año 2000 para triunfar y entonces hacer ella la reforma. El PRI, en lugar de impulsar con sabiduría la transición y asegurar su supervivencia ha preferido atrincherarse y bloquearla. En todo se vislumbra un nuevo triunfo del gradualismo.
El gradualismo es la fórmula que hace que perdure aquello que ya no puede resistir. Es peor que la reacción abierta. Los políticos se pueden tomar su tiempo, pero el deterioro del país sigue. La transformación ``gradual'' de las instituciones, que ha tomado 20 años, ha permitido que se acelere la descomposición social, económica y moral. Las posibilidades de empleo, salud, educación y desarrollo personal y colectivo son para la mayoría de los mexicanos mucho menores que hace 20 años y quizá pasen 20 más sin que mejoren. La quiebra del sistema financiero y una pérdida radical de autonomía de México frente a Estados Unidos y todas las miserias y decadencias de la vida mexicana de estos años son fruto del autoritarismo y de su cómplice, el gradualismo.