La Jornada Semanal, 7 de junio de 1998
Ana García Bergua demuestra en su breve texto que los malos humores son a veces convenientes para el bolsillo, mientras que Luis Ignacio Helguera nos enseña a aceptar lo que ``los alimentos terrenales'' nos ofrecen.
El gourmet poderosísimo
Comimos en Park Avenue un pato seco, horrible. Estaba literalmente acribillado con clavos de olor: era un pobre patoespín. La imposibilidad de comer semejante víctima sacrificial se acentuaba con la mermelada de sandía que el chef de pacotilla le añadió, formando un charco triste y pequeño justo al lado de la pieza de ave, de tal modo que forzosamente quedaba impregnado, obligando al comensal a degustar aquella combinación imperdonable. Eso sí, todo en chiquito y en bonito, muy pretendidamente nouvelle cuisine. Laszlo se puso furioso, al grado de que hizo venir al matre y le descubrió nuestra verdadera identidad. Luego lo amenazó con una crítica destructivísima en el New York Times al día siguiente, que terminaría con la ya de por sí exigua clientela de semejante pozo culinario, que para colmo se llamaba ``El Jabalí''. Yo por lo bajo le trataba de sugerir que se tranquilizara, pero él estaba demasiado alterado y empezó a gritar a los transeúntes, desde la puerta, que no valía la pena entrar a este restaurante. Con el escándalo de Laszlo se armó un lío: el chef, el matre, el dueño y una multitud de meseros se arremolinaron alrededor de nosotros, nos suplicaron que escogiéramos cualquier otro platillo, el que quisiéramos, y que no nos lo cobrarían. Laszlo entonces se calmó. Con un poco de agrura en el estómago debido al berrinche, pidió la terrine aux truffes Saint Simon, y una crme tartare au rondo chinois. Soberbias. Dos maravillas culinarias. De hecho, nunca olvidamos la terrine, y de vez en cuando suspiramos juntos recordándola. Pero en ese momento, teníamos que continuar la complicada comedia que Laszlo había comenzado, y pusimos cara de mal humor hasta el café. La verdad, es que nunca el mal humor nos había ahorrado tanto dinero: la champaña, el filete con que asentamos tanta bilis, e incluso un peligroso postre de chocolate trufado. Concluimos que esa sería la recomendación de la semana para los lectores: vale más gruñir en los restaurantes que desplegar sonrisas tontas e inútiles por todas partes. Después nos fuimos a caminar por el Central Park bajo la lluvia, una lluvia ligera y veraniega, hasta que Laszlo sintió necesidad de un Alka-Seltzer.
Rueda de la fortuna
-¿Es aquí la cola? -preguntó una mujer tocándome el brazo.
-Sí -afirmé sin voltear a verla.
-Entonces qué, Chucho, ¿nos subimos? -preguntó ella.
-Nos subimos, cómo que no. Nos mareamos sabroso y ya -respondió él.
Algo en sus voces, no sé qué extraña mezcla de entusiasmo y resignación, me hizo voltear hacia ellos. Eran ciegos y llevaban bastones y humildes ropas mal combinadas. Sus rostros se alargaban al cielo, a la luz, con quién sabe qué avidez. El encargado los ayudó a subir a su jaula. Cuando comenzó el sube y baja, miré la imagen radiante del miedo y la alegría en los ojos y la boca de mi hija. Yo sólo pensaba: ¿por qué la gente pagará por sufrir? Entonces, a lo alto, vi a los ciegos, como plantas que enderezan sus cuellos ávidos al cielo, a la luz. Se habían tomado de las manos y tenían en los rostros la misma mezcla de entusiasmo y resignación, desconcierto y serenidad.
Aceptaban simplemente lo que la vida podía ofrecerles.
Nuestro suplemento ha decidido asomarse cada domingo a los trabajos obsesivos, a las ``series'' que se van acumulando en el taller de fotógrafos, pintores y diseñadores de nuestro país. Abrimos así lo que hemos llamado Portafolios Semanal con el fotógrafo Pedro Valtierra, quien nos entrega en retratos contundentes un nuevo frente en el que la mujer mexicana ya está dando la pelea.